Desde 2017, Xi Jinping había venido declarando que el mundo atravesaba por “grandes cambios no vistos en un siglo”. De acuerdo a esta visión, el tiempo y el momento se encontraban del lado chino, con los próximos diez a quince años representando una ventana de oportunidad susceptible de inclinar la correlación de poder mundial a favor de su país. Esta visión triunfalista, sin embargo, se atemperado de manera significativa en los últimos tiempos. Ello ha sido el resultado de la asertividad creciente de Washington, quien a través de un grupo de mecanismos de alianzas ha buscado contener la expansión regional de la huella geopolítica china. No en balde, los mensajes recientes de Xi Jinping han cambiado de tono, con serias advertencias acerca de los tiempos difíciles que se avecinan. Tal fue el caso de su llamado ante el Vigésimo Congreso del Partido Comunista, en octubre de 2022, según la cual China se veía confrontada ante retos internacionales complejos y severos.
Recabando aliados
A decir de Ryan Hass, esta sensación de cerco geopolítico ha desatado una contraofensiva diplomática por parte de Pekín, quien busca recabar el apoyo del mundo en vías de desarrollo en su confrontación con Washington. De acuerdo a sus palabras: “Pekín ha venido plasmando en estos últimos dos años, tres iniciativas entrelazadas que se han transformado en la base fundamental de su política exterior: La Iniciativa de Desarrollo Global, la Iniciativa de Seguridad Global y la Iniciativa de Civilización Global” (“China’s Response to American-led “Containment and Suppresion’”, China Leadership Monitor, Issue 77, September, 2023). Para Hass, la primera de dichas iniciativas, la de desarrollo global, busca contrastar la distribución desigual de beneficios de los proyectos de desarrollo ofrecidos por Occidente, con el carácter inclusivo y balanceado de ésta. Según James Kynge, la propuesta china se presenta como un programa multilateral a ser instrumentado bajo su liderazgo en el marco de las Naciones Unidas. Dicho programa promovería el desarrollo económico, el alivio de la pobreza y la salud en el mundo en desarrollo. Para dicho autor, esta iniciativa “representa el movimiento más audaz de China para enlistar tras de sí al ´sur global´” (“China’s blueprint for an alternative world order”, Financial Times, August 21, 2023).
También las iniciativas de seguridad y de civilización globales buscan presentarse como alternativas más balanceadas y racionales a las encarnadas por Estados Unidos. En el primer caso, como una propuesta para resolver las diferencias entre países por vía del diálogo y la consulta, teniendo como objetivo la construcción de arquitecturas de seguridad tanto en ámbitos regionales como a escala mundial. Ello, enmarcado dentro de la disposición china a presentarse como un árbitro honesto que busca acomodar las preocupaciones razonables de seguridad de las distintas partes y que se encuentra listo para servir como garante de procesos de paz y estabilidad. Tal Iniciativa de Seguridad Global se plantea como parte de un empuje más amplio por establecer un orden multipolar post-Occidental en el que las sanciones unilaterales no tengan cabida. En tal sentido, se opone a un modelo como el estadounidense, en donde la búsqueda de la seguridad nacional se sustentaría en la inseguridad de los demás países (Mordechai Chaziza, “The Global Security Initiative”, The Diplomat, May 5, 2023). De su lado, la Iniciativa de Civilización Global exalta las virtudes del diálogo entre civilizaciones, promoviendo la cooperación y el intercambio entre éstas. Su punto de partida es el reconocimiento de la heterogeneidad de culturas y de la multiplicidad de identidades. Al presentar esta iniciativa, Xi Jiping señaló que “una sola flor no hace la primavera, mientras que un centerar de flores emergiendo traen la primavera al jardín”. Esta visión, desde luego, es presentada como alternativa a un supuesto universalismo definido en base a los patrones occidentales (Chang-Yau Hoon and Ying-Kit Chan, Reflections on China’s Latest Civilisation Agenda”, Fulcrum, 4 September, 2023).
Pekín busca así identificarse con el Sur Global y asumir el liderazgo de este. Esto se expresa también en el marco asociativo, donde China está buscando elevar la importancia y la membresía de aquellas agrupaciones identificadas con las economías emergentes y el mundo en desarrollo donde ella tiene presencia y Estados Unidos no. Ejemplos claros de esto serían el BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái. Pero, a la vez, Pekín se ha abocado a recomponer las relaciones dañadas con distintos interlocutores internacionales. No con los Estados Unidos, por cierto. Muy por el contrario, al intentar enlistar a los países del mundo en desarrollo bajo su égida y, a la vez, neutralizar la animadversión creciente hacia China por parte de diversas naciones vecinas y del mundo desarrollado, su objetivo es claro: Fortalecer su posición de cara a la rivalidad creciente e inevitable con Washington. Es así, que Pekín busca reconstruir su relación con la Unión Europea. En tal sentido, el Primer Ministro Li Qiang viajo a Francia y a Alemania en lo que fue su primera gira internacional. En ella, enfatizó que su país y Europa no tenían conflictos geopolíticos y que, por el contrario, mantenían amplios intereses coincidentes. En tal sentido, hizo un llamado a la convergencia económica por sobre la rivalidad geopolítica. Llamado este que fue reiterado por Xi Jinping al Canciller alemán, al Presidente francés y al Primer Ministro español durante sus recientes viajes a China. En igual sentido, Pekín ha buscado mejorar las relaciones con Australia, removiendo las restricciones comerciales impuestas a este país a finales de 2020 e incrementando las importaciones procedentes del mismo. Dentro de un contexto más amplio, China redujo sus tarifas de importación al mundo con la exclusión manifiesta de Estados Unidos, haciendo pasar éstas del 8% en 2018 al 6,5% en 2022. Ello, con el obvio propósito de ganar aliados económicos por doquier. Dentro de este mismo contexto, Xi Jinping puso fin a la diplomacia del lobo guerrero que hacía que cualquier crítica real o percibida hacia China fuese respondida con los epítetos más agresivos.
El peso de las contradicciones
Todo este amplio esfuerzo de Pekín por ganar aliados o neutralizar contrincantes, se enfrenta a un conjunto estrategia. De entre ellos, cabría citar tres particularmente significativos. Primero, la insatisfacción derivada de la carga de una deuda hacia China centrada en proyectos mal concebidos y que choca contra la dureza como acreedor de este país. Ello afecta a numerosos países en vías de desarrollo y genera una contradicción entre palabras y hechos en relación a sus intenciones. Segundo, la prepotencia mostrada por China hacia sus vecinos más débiles, lo cual se expresa no sólo en el desconocimiento por ésta del derecho internacional vigente, sino por su deseo en reeditar un orden regional que le resulte tributario. Ello afecta directamente al vecindario de China, pero, indirectamente, pone en entredicho la sinceridad de sus formulaciones en relación a un orden internacional más inclusivo y equitativo. Tercero, la existencia de un eje Pekín-Moscú, sustentado en reiteradas declaraciones de amistad sin límites, en la imbricación de sus respectivas economías y en la naturaleza coincidente y revisionista de sus aspiraciones internacionales. Ello resta sustento a sus políticas de aproximación a Europa, quien inevitablemente mira con desconfianza creciente al régimen de Pekín.
En primer lugar, se encontraría el contraste entre su ligereza como prestamista y su dureza como acreedor, lo cual ha generado sospechas con respecto a la presencia de una agenda geopolítica oculta de su parte. Desde Sri Lanka hasta Argentina, desde Kenia a Malasia, Desde Montenegro a Pakistán, desde Tanzania hasta Ecuador, desde Surinam hasta Zambia, desde Bangladesh hasta Etiopía, son múltiples los casos similares que se reproducen en diversas regiones del mundo en desarrollo. Es decir, proyectos de infraestructura mal concebidos e inadecuadamente evaluados a la hora de su financiamiento, que se han traducido en pesadas deudas para los países involucrados. El hecho mismo de que varios de estas naciones hayan tenido que recurrir al Fondo Monetario Internacional en búsqueda de refinanciamiento, pareciera poner en evidencia que las condiciones de China en tanto acreedor son aún más severas que las ya de por si altamente pesadas de este organismo. Esta situación, que había venido siendo plantada desde hace varios años por diversos países africanos como una nueva manifestación de neocolonialismo, dio también lugar a la expresión de “diplomacia de la trampa de la deuda”. Esto último, en virtud de que la hipoteca económica hacia China podía traducirse también en una hipoteca geopolítica. La más lograda expresión de esto último fue dada por Sri Lanka, quien incapacitada de mantenerse al día en el pago de su deuda a Pekín por la construcción de su puerto de Hambanota, debió a arrendarlo a China por 99 años. Ello, desde luego, le representó a este país un as estratégico frente a la vecina India. El Cinturón y el Camino evidencia un muestrario completo de acreencias impagas que colocan a diversos estados a merced de las exigencias chinas. Más allá que detrás todo ello se encuentre la ineficiencia del prestamista-constructor, y no su intención soterrada, lo cierto es que esto no hace más que alienar a los propios países que China aspira a colocar de su lado (Michael Bennon and Francis Fukuyama, “China’s Road to Ruin”, Foreign Affairs, September/October 2023; Lee Jones and Shahar Hameiri, “Debunking the Myth of ‘Debt Trap Diplomacy’”, Chatham House, 19 August, 2020).
Si lo anterior contribuye a erosionar la credibilidad china de cara al mundo en desarrollo, la prepotencia que evidencia frente a sus vecinos más débiles no hace más que acrecentar tal sentido de desconfianza. Su desconocimiento de la Convención del Derecho del Mar de la cual es firmante y de una sentencia firme de la Corte Internacional de La Haya, en persecución de unos supuestos derechos ancestrales en el Mar del Sur de China que nadie más le reconoce, se plantean como expresión de máxima arrogancia. La famosa frase del Ministro de Relaciones Exteriores chino Yang Jiechi en 2010, planteando la postura de Pekín frente a los diferendos en el Mar del Sur de China, pareció decirlo todo: “China es un gran país y los demás son pequeños países y eso es simplemente un hecho”. Como en el Diálogo Meliano relatado por Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso, los países grandes hacen lo que quieren mientras los pequeños deben aceptar lo que les toca. Ello se corresponde a la relación tributaria que a lo largo de la mayor parte de su historia China mantuvo con sus vecinos. Es lo que Martin Jacques ha denominado como la “mentalidad de Reino Central” y que, según él, habría de definir la relación de subordinación que China impondría a las naciones más débiles, si llegase a alcanzar el pináculo del poder global. De acuerdo a sus palabras: “Como poder global dominante, China seguramente tendrá una visión eminentemente jerárquica del mundo…con China a la cabeza” (When China Rules the World, London: Allen Lane, 2009, p. 381). Los países del Sur Global, que Pekín tanto corteja, tendrían así buenas razones para suponer que en un mundo sinocéntrico, sus voces e intereses contarían poco.
Ahora bien, mientras los dos supuestos anteriores convergen en poner en tela de juicio la sinceridad de las intenciones chinas en relación al mundo en vías de desarrollo, su alianza con Rusia afecta seriamente su credibilidad ante Europa. Gracias a la imbricación profunda entre las economías de Rusia y China, este último país se ha convertido en el salvavidas de Moscú ante las sanciones que le fueron impuestas a aquel por Occidente. Durante los primeros seis meses del 2023 el comercio entre ambas naciones aumentó en un 40,6%, lo cual se suma al 29,3 por ciento que ya había subido en 2022. Es decir, un aumento de casi 60% en el último año y medio (Ryan Hass, ya citado). Más aún, Rusia y China han conducido múltiples ejercicios militares conjuntos mientras las fuerzas del primero se enfrentan a una Ucrania respaldada por Occidente, lo cual bien puede interpretarse como un apoyo tácito a este. Todo ello se enmarca no sólo dentro de una visión compartida con respecto a la responsabilidad de la OTAN en la confrontación bélica que hoy tiene lugar en Ucrania, sino en relación a la necesidad de dar al traste con las reglas del juego geopolíticas impuestas por Occidente. Más aún, paso a paso, Pekín ha apoyado a Moscú en el marco de la ONU, en relación al conflicto en Ucrania. En síntesis, es difícil para China ganarse la confianza de Europa apelando a la neutralidad geopolítica, mientras se presenta al mismo tiempo como fuente de apoyo fundamental para Moscú.
Así las cosas, la distancia entre los hechos y las palabras que evidencia China en distintos ámbitos, dificulta seriamente las aspiraciones ésta de atraer al Sur Global bajo su liderazgo y de neutralizar el estrecho acercamiento geopolítico entre Estados Unidos y Europa. Tales ambiciones chocan, por lo demás, con dos realidades adicionales: Por un lado, la clara manifestación de que la gran mayoría de los países del mundo en desarrollo busca evitar alineaciones con las grandes potencias y, por otro lado, el atractivo en declive de una China que se presentaba como el gran poder del siglo XXI y que hoy experimenta serios problemas económicos que parecen alejarla de esa meta.