El gobierno del presidente Hu Jintao, preocupado por los acontecimientos ocurridos en el Golfo de Aden y sus serias implicancias para el desarrollo de un comercio libre y seguro, instruyó recientemente el despliegue –por primera vez en el presente siglo– de una fuerza de tarea naval consistente en dos destructores misileros y un buque de reaprovisionamiento cuya principal misión será la de unirse a las demás unidades extranjeras ya ubicadas en dicha zona marítima (más de 12 buques de 10 países), y colaborar en evitar y/o reprimir ataques por parte de piratas somalíes, “de acuerdo al Derecho Internacional y las resoluciones emanadas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”.
En principio, el despliegue de los destructores misileros («Wuhan» y «Haikou») es por tres meses y ya están escoltando buques mercantes que flamean la bandera china y que emplean dicho espacio marítimo para transitar con mercaderias.
Ahora bien, la misión a acometer por parte de la Marina del Ejército Popular de Liberación (PLAN), ha sido recibida positivamente por parte de analistas locales, quienes han públicamente opinado que “elevará la imagen internacional de China” y “se trata de una buena oportunidad para comenzar a asumir responsabilidades mayores”. Ciertamente, el papel a ser desplegado en aguas que han visto la ocurrencia de más de un centenar de ataques por parte de piratas somalíes en contra de buques de transporte de mercancías y de pasajeros, alimentará el apoyo interno hacia la consolidación de otros proyectos navales chinos, como es el de la puesta en operación de al menos un portaaviones en un corto plazo. La armada china es hoy la única fuerza naval de un miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que no cuenta con una plataforma capaz de transportar aviones o de más de un helicóptero para cumplir misiones en alta mar.
En tal sentido, se trata -para algunos analistas en China- de una contradicción en tiempos modernos que requiere ser enmendada, si acaso este país aspira a recuperar, en todas sus dimensiones, el sitial que le es propio por las siguientes razones: a) el tamaño de su población; b) su poderío militar convencional y nuclear; c) la capacidad de su economía, unida a los diversos intereses comerciales y políticos que están asociados a un vertiginoso nivel de crecimiento, el cual es esencial para un país que presenta una de las tasas de desigualdad más alarmantes y que atenta contra su futura estabilidad; y d) el desarrollo de una comunidad global, interconectada al instante, con problemas y soluciones que requieren, a veces, de sólidos liderazgos que van más allá de los tradicionales actores políticos o institucionales.
Hoy es común escuchar en círculos académicos y gubernamentales chinos que, si acaso su país aspira a convertirse en un referente de peso mayor proveniente del mundo en desarrollo, aportando en instancias de convergencia multilateral como son el G-7, G-20, APEC u otros, será mucho mejor para el prestigio de este país que se apresta a conmemorar sus 60 años como República Popular, el contar con una flota naval activamente presente en alta mar.
China ha estado cada vez más presente estratégicamente en la actividad comercial a nivel global y, específicamente en el Pacífico, sea por medio del despliegue de su flota pesquera y de transporte, como así también a través del cumplimiento de misiones de investigación de características científicas, incluyendo por cierto el despliegue de buques oceanográficos y de rompehielos en la Antártica, territorio en donde ya se proyecta la construcción de una tercera base –Kunlun– para este año.
China es también un protagonista en el empleo del Canal de Panamá, no solamente en el uso de esta vía por buques que emplean su bandera (unos 230 en los seis meses del 2008), sino que, por tratarse del principal mercado de destino de los mercantes que viajan hacia y desde la costa este de los Estados Unidos, uno de sus principales socios comerciales. Es por medio del Canal por donde se transportarán los miles de barriles de crudo venezolano destinados para su refinamiento en China.
Afirmaciones realizadas por el director de asuntos internacionales del Ministerio de Defensa Nacional de China, mayor general Qian Lihua, en conjunto con las tratativas comerciales divulgadas por la prensa entre la PLAN con Komsomolsk -na- Amure Aviation Production Association (KNAAPO), tendientes a incorporar a corto plazo en su arsenal aeronaval, aparatos rusos Su-33 configurados de acuerdo a especificaciones técnicas chinas, hacen prever que los nuevos escenarios de seguridad a nivel global, unidos a los crecientes intereses económicos del gobierno de Beijing en África, América Latina y, por cierto, dentro de sus propias millas náuticas cuadradas de responsabilidad marítima, impulsarán en un corto plazo a China a operar su primer portaaviones.
No se tratará del primer buque de sus características en surcar las aguas flameando el pabellón de un país asiático. Actualmente India (INS Viraat y pronto, en su reemplazo el INS Vikramadytia) y Tailandia (HTMS Chakri Naruebet) cuentan con portaaviones, aunque el grado de alistamiento de dichas unidades ha estado sujeto a las fuertes restricciones financieras asociadas al alto valor del petróleo y de otros insumos, más los recientes efectos de la crisis global que ciertamente afectará, en un corto plazo, a los presupuestos de las fuerzas armadas de dichos países.
A la vez, países de la región, como Australia (HMAS Canberra y Adelaide), Corea del Sur (ROKS Dokdo), Japón (JMSDF Osumi), Singapur (RSN Endurance, Persistence, Endevour y Resolution), y Nueva Zelandia (HMNZS Canterbury y el resto de los buques del proyecto Protector), cuentan con unidades de superficie capaces de transportar más de un helicóptero y desarrollar tareas, en alta mar o desde esas unidades, hacia objetivos ubicados en tierra. Estas unidades presentan un reto para el futuro despliegue de la PLAN en alta mar, particularmente dentro de su área natural de influencia como así, también, en zonas que son de interés estratégico para el gobierno de Beijing. China es un país que está cada vez contribuyendo más a tareas de nation building (junto a Chile en Haití, por ejemplo), o a misiones de paz bajo la bandera de las Naciones Unidas, por lo que este tipo de unidades son sumamente convenientes si acaso el país opta por un camino de mayor compromiso en respuestas colectivas a problemas comunes para una comunidad global.
Es en Dalián, ciudad conocida por su arquitectura con influencias rusas y japonesas, como también por la gran capacidad de sus astilleros, donde se encuentra actualmente fondeado un ex portaaviones soviético Riga, de la clase Almirante Kuznetsov, el cual bien puede ser la llave que busca China para responder prontamente al reto que su marina ha puesto por delante. Conocido por el nombre de Varyag, fue adquirido por emprendedores supuestamente vinculados al Ejército Popular de Liberación por US$20 millones, en 1998. Es este el buque que analistas en China creen que tiene la potencialidad de servir como el modelo de portaaviones a ser construido localmente o, a su efecto, ser sometido a un intenso refit que le permitiría servir como plataforma de instrucción para el personal asignado a la rama aeronaval de un futuro buque chino de éstas características, contando para ello con los aviones Su-33 para las necesarias horas de vuelo de entrenamiento.
Algunos medios especializados han informado recientemente que pilotos navales chinos han estado en los últimos meses entrenando en el otro material de origen ruso con el que cuenta la rama aérea del Ejército Popular de Liberación, el Su-27. En todo caso, el buque fondeado en Dalián ya luce los colores característicos de un navío de guerra de la PLAN.
Interesante será –sin duda alguna- escuchar a funcionarios de la talla del mayor general Qian Lihua o leer en las páginas del Libro Blanco de la Defensa china, el razonamiento oficial que será empleado para explicar la puesta en operación de uno o más portaaviones luciendo el pabellón de la PLAN. Lo anterior será particularmente sensible para un segmento de la población, la cual aunque es sumamente orgullosa de su historia y consciente de sus futuras responsabilidades como pueblo y como nación, tiene ciertas aprehensiones respecto al nivel real de compromiso que debe adoptar China en un contexto de incertidumbre global.
Sin embargo, con el despliegue de unidades navales chinas al Golfo de Aden, todo indica que está plenamente asimilada a nivel gubernamental la premisa que indica que uno de los requerimientos básicos de cualquier país que aspira a desempeñar un papel más protagónico en la agenda internacional actual, es la inclusión en su arsenal naval de unidades de superficie que otorguen la necesaria flexibilidad para operar en distintos escenarios marítimos proyectando, así, la real fuerza y capacidad de respuesta que desea imponer si acaso sus legítimos intereses están en juego.