El nerviosismo aumenta en torno a las disputas en curso en los mares adyacentes de China. De una parte, se prevé que de forma inminente la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya emita su parecer a requerimiento de Filipinas en relación a sus reclamaciones marítimas en las islas Spratley o Nansha. De otra, la creciente presencia de buques de guerra en las zonas disputadas, ya sean de bandera china, estadounidense, rusa, japonesa, india, etc., alertan de un activismo militar que puede derivar, pese a las cautelas, en episodios e incidentes de relativa gravedad.
China hizo saber alto y claro que no se dará por aludida cualquiera que sea el dictamen de La Haya. El “arbitraje unilateral” no ayudará a resolver el fondo del asunto pero añadirá presión a China cuyas reclamaciones y acciones en los últimos años están facilitando la estrategia estadounidense de conformación de un bloque de países de la zona comprometidos con la contención. China se ha adherido a la cláusula de reserva de la Convención sobre el Derecho del Mar de Montego Bay. Conforme a los artículos 297 y 298, está autorizada a no aceptar el arbitraje en dominios en los que ha declinado toda competencia al tratado, especialmente cuando afecta a cuestiones de soberanía. China hizo saber su negativa a través de una Nota Verbal en agosto de 2006, dirigida al secretario general de Naciones Unidas.
El fallo puede dar lugar a una larga y complicada batalla jurídica pero también a una exacerbación de las tensiones en la zona, como ya se ha podido constatar a través de la reiteración de incidentes militares. El diálogo bilateral y multilateral discurre con dificultad y vive horas bajas. Por el contrario, las demostraciones de fuerza están al orden del día. La importancia de este entorno en función de los recursos energéticos o pesqueros que alberga pero también por su valor estratégico (vía neurálgica, talón de Aquiles chino….) ha aumentado sensiblemente.
Las frecuentes patrullas navales y aéreas de EEUU, país por otra parte ciertamente situado a miles de kilómetros de distancia de la zona en discusión, constituyen una provocación, asegura Beijing, primera potencia comercial del mundo, quien considera vital garantizar su pleno acceso al Pacífico, un escenario clave para proyectar su poder naval y por donde transita una línea de suministro esencial con un valor anual estimado superior a los cinco billones de dólares. Japón, discretamente, fortalece la presencia en las islas bajo su control y otro tanto hace las demás partes, incluyendo Taiwan, Vietnam o Filipinas. Washington planea enviar más barcos al área para cooperar con la flota con sede en Japón. Mientras Australia se lo piensa, India se suma a tan peculiar procesión a modo de mensaje oblicuo para contener a China en el Índico. Y todos dan rienda suelta a los gastos militares.
El trasfondo de todo este ajetreo es el repunte de las tensiones estratégicas entre China y Estados Unidos. El agravamiento de las querellas de soberanía es inseparable de la negativa china a aceptar la hegemonía global estadounidense y expresa la insatisfacción de Beijing por la proximidad militar creciente del Pentágono con algunos países vecinos con los que mantiene diferencias, con especial énfasis en Japón.
Ese rechazo chino a aceptar la legitimidad estadounidense para campar a sus anchas en la zona (en nombre de la libertad de navegación) y la reafirmación en contrario por parte de Washington evoca riesgos crecientes, incitando a los pequeños países con reclamaciones frente a China a plantar cara a unas ambiciones del gigante asiático consideradas desmedidas, equivalentes a la práctica totalidad de la zona, superior en extensión al Mar Mediterráneo.
Por otra parte, quedan en flagrante evidencia las graves carencias de la región en cuanto a mecanismos de confianza y seguridad. El Código de Conducta de los países ASEAN, que excluye el recurso a la fuerza, avanza con lentitud y no ha servido para calmar los ánimos. La insuficiencia de las fórmulas en vigor y la reactivación de las diferencias históricas y territoriales junto al predominio de la estrategia de contención en la política estadounidense pueden acabar cristalizando en la delimitación de bloques y áreas de influencia. De no poner coto a esta evolución, en breve podríamos encontrarnos con una reedición de la guerra fría a la asiática. La retórica china a propósito del desarrollo pacífico y la atribución a la economía del papel crucial en su diplomacia, en detrimento de lo militar, podría derrapar antes de lo previsto en función de la actual disyuntiva si EEUU logra embarcarla en una carrera de armamentos, como hizo en su día con la Unión Soviética.
China podría reaccionar ahora estableciendo una nueva zona de identificación y defensa aérea como ya hizo en noviembre de 2013 en el área disputada con Japón. Esta decisión, de consumarse, tampoco aportará calma. Por el contrario, vista la dificultad de la actual fase de las reformas en China y la inestabilidad de la política estadounidense, la posibilidad de operar un golpe de mano de mayor calado tendente a evidenciar su liderazgo regional es cada día más plausible.