Los problemas de China en su periferia marítima han ganado visibilidad en los últimos tiempos. Ello resulta de la confluencia de dos tendencias. De una parte, el afán chino por asegurarse posiciones estratégicas en su entorno próximo, lo cual le lleva a pasar a segundo plano la posición tradicional de aparcar las cuestiones de soberanía y promover la explotación conjunta de los recursos; de otra, el auge de la estrategia estadounidense del Pivot to Asia que encuentra aquí una vía relativamente eficaz para la contención de la emergencia del gigante asiático.
Dejando a un lado Taiwan, tres son los principales focos de conflicto. En el Mar de China oriental, las islas Diaoyu/Senkaku son objeto de disputa entre China y Japón. China argumenta tanto evidencias históricas como su vinculación al Tratado de Shimonoseki, uniendo su destino final al de Taiwan; Japón fundamenta su ocupación en la condición de res nullius de estas islas. En el Mar de China meridional, los focos principales de controversia se centran en los archipiélagos de las Paracel/Xisha y las Spratly/Nansha. En el primer caso, la disputa afecta a Vietnam; en el segundo, a Filipinas, Brunei, Malasia, Vietnam. La mayor de estas islas, la Taiping, está bajo control de Taiwan. Las posiciones de China continental y Taiwan (República de China) son similares aunque no se coordinan. Beijing reclama la práctica totalidad de la soberanía sobre estos territorios marítimos. Taipei fundamenta su reclamación en la “línea de 11 trazos”, también conocida como la “línea en forma de U” recogida en los mapas elaborados por el gobierno del Kuomintang en 1947. El PCCh pasó a defender a partir de 1953 la “línea de nueve trazos”.
Beijing determinó que estas reivindicaciones constituyen un “interés vital” del país, equiparándolas a las posiciones de principio mantenidas en problemas como Tibet, Xinjiang, Taiwan o la defensa de su sistema político (hegemonía del PCCh). Esta condición “vital” dejaría poco margen a la negociación y preanuncia una defensa a ultranza en apoyo de estas demandas.
Una ruta de importancia vital
El interés de este entorno apunta en varias direcciones. Sin duda cuentan los recursos pesqueros, energéticos (gas y petróleo), todos ellos importantes, pero su valor estratégico como ruta comercial para un país que acumula tanta dependencia del exterior, un hecho histórico inédito, abunda en su trascendencia para reducir hipotéticas vulnerabilidades. Algunas fuentes señalan que, en 2025, China importará el 85% del petróleo que necesita para su economía. Garantizar la seguridad de sus vías de aprovisionamiento marítimo y la libertad de acción comercial y militar es un imperativo mayor. La afirmación de China como una potencia regional e incluso el éxito de proyectos como la Ruta Marítima de la Seda –que tendría su complemento en un “collar de perlas” consistente en la compra o arrendamiento por un tiempo limitado de instalaciones portuarias y aéreas complementarias en terceros países- dependen en buena medida del éxito de este empeño. Cabe tener presente, por añadidura, que EEUU promueve la instalación de bases militares permanentes alrededor de China y está ampliando sus acuerdos de seguridad con los países vecinos.
La estrategia china asienta en tres pilares. Primero, la consolidación y mejora de las posiciones de facto en la zona incrementando capacidades en las áreas bajo su control (la “gran muralla de arena”). Segundo, la promoción de acciones económicas de envergadura en toda el área que hagan más atractiva la cooperación comercial con China con potencial suficiente para poner sordina a las diferencias en este aspecto. Tercero, el enfoque de doble vía través de diálogo y consultas directas entre las partes involucradas y el compromiso común con la paz y la estabilidad. A mediados de agosto, China y los diez países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) acordaron finalizar a mediados del próximo año el marco de un código de conducta – que se negocia desde 2010- a fin de relajar las tensiones. Beijing espera evitar así la aceleración del proceso de militarización de la zona.
El reciente fallo de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya, dictado a instancias de Filipinas en 2013 (Vietnam medita imitar a Manila pero por el momento confía en la negociación bilateral), niega los supuestos derechos históricos de China en la zona en disputa. Beijing lo considera “nulo e ilegal”. Tras la asunción el pasado 30 de junio del presidente Rodrigo Duterte, Filipinas sopesa matizar su actitud y China podría ser el destino de su primer viaje exterior. De confirmarse, supondría el enfriamiento del acercamiento con EEUU. Cabe recordar que Washington logró en 2015 el acceso a ocho bases militares filipinas para estacionar sus tropas, aeronaves y fuerzas marítimas en el marco de la estrategia asiático-pacífica de Washington para hacer frente a la influencia económica y militar de China en la región.
Estados Unidos basa su creciente implicación militar en la zona en la preservación de la “libertad de navegación” (tanto de buques comerciales como militares). Japón podría incrementar en breve su participación en dichas operaciones, a las que podría sumarse Australia. La conformación de un eje entre estas capitales unido a la promoción del TPP (Acuerdo Transpacífico) denota los ingredientes para la plasmación de una alternativa económico-militar a las pretensiones chinas de afirmar su posición dominante en la zona. EEUU no ha firmado la UNCLOS (Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar), China, sí.
Tan importante como asegurar la protección de sus intereses, para China es vital evitar la militarización de las disputas. Para ello, debe proporcionar garantías que aseguren una eficaz gestión multilateral de los problemas de seguridad en la zona. En paralelo, la reafirmación de su papel en la intensificación de los procesos de empoderamiento de la región basados en la integración, la conectividad y el desarrollo le ofrecen un marco mucho más robusto que el mero recurso a una estrategia más incisiva y con el acento en el factor militar.