Las tensiones en el Mar de China meridional centraron buena parte de los debates en el Diálogo de Shangri-La (Singapur, 29 a 31 de Mayo), azuzadas por la expansión artificial de 9 islotes del archipiélago de las islas Nansha/Spratley por parte de China y los sobrevuelos de la zona por parte de fuerzas de EEUU (con un equipo de la CNN a bordo). Beijing se defiende argumentando que su propósito es mejorar las condiciones de estos enclaves y las condiciones de vida del personal allí desplazado, además de ampliar sus capacidades en atención a desastres y seguridad de la navegación. Los críticos advierten que China aspira a modificar la estructura de los archipiélagos para definir los territorios contiguos y su espacio aéreo como zonas bajo su soberanía nacional.
Unos días antes, simultáneamente al anuncio de construcción de dos faros en dicho archipiélago, Beijing dio a conocer un nuevo libro blanco sobre su defensa en el que se enuncian las prioridades de seguridad exterior: océano, espacio exterior, ciberespacio y fuerza nuclear. La esencia del documento es la reivindicación de una evolución de la mentalidad del entramado militar chino que sigue otorgando prioridad al espacio continental frente al marítimo. Históricamente, las principales agresiones sufridas por el país llegaron por mar. A ello, hoy día se une la necesidad de proteger las principales rutas comerciales por donde discurren sus importaciones y exportaciones.
Tan innegable es que China, en virtud de su adquirido poder económico, ha considerado llegado el momento de pasar página de su inhibición en materia territorial anexionándose la práctica totalidad de un Mar de China meridional tradicionalmente reivindicado como propio como que el aumento de las discordias en la zona guarda relación con el intento de EEUU –¿alguien dijo neutral?- de frenar el ascenso estratégico de China agravando la discordia mediante la connivencia con terceros países para que tengan una mayor implicación en estas disputas. Desde 2010, cuando EEUU anunció su estrategia de Pivot to Asia con el propósito de trasladar hasta el 60 por ciento de su flota a esta zona, los diferendos se han intensificado. En paralelo, el estrechamiento adicional de lazos militares por parte de Japón –e India- con Vietnam o Filipinas, dos de los países más afectados (junto a Malasia, Brunei o Indonesia), además de Australia, conforman una red de alianzas en clara oposición a las pretensiones chinas. Pese a compartir reivindicaciones con Taiwan, Taipei se niega a coordinar posiciones oficiales con el continente (que si se han materializado, por ejemplo, en acciones de base en el contencioso de las Diaoyu/Senkaku frente a Japón). Por todo ello, buena parte del futuro de estas tensiones dependerá de la capacidad de ambos, EEUU y China, para establecer un marco de convivencia capaz de tener en cuenta los intereses estratégicos de ambos.
En este orden, las preocupaciones marítimas principales de China son tres: Taiwan, las islas Diaoyu/Senkaku y los diversos enclaves del Mar de China meridional (Nansha/Spratley, Xisha/Paracel, Natuna y Dongsha/Pratas). En el caso de las Nansha/Spratley, el más complejo, cabe recordar que, a día de hoy, Vietnam controla 29 de los más de 100 arrecifes e islas localizados en la región, Filipinas, 9, China, 7, Malasia, 5 y Taiwán, 2.
Los diferendos territoriales se enmarcan en una región cuyos equilibrios estratégicos se encuentran en evolución. China es el principal socio comercial de todos los países de la zona, incluido EEUU, y sus capacidades crecen por doquier. El impulso de nuevos corredores económicos en torno al proyecto de la Ruta de la Seda y una plataforma de integración como la RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership) se contraponen al destino imaginado por EEUU en torno al TPP (Trans Pacific Partnership) que no pocos critican por considerarlo un caballo de Troya favorecedor del dominio global de las multinacionales. Su implementación se complica, incluso con Japón.
Dos destinos, pues, se están conformando para Asia-Pacífico. Aunque los niveles de interdependencia existente entre EEUU y China hacen difícil la reproducción de las dinámicas de la guerra fría, el riesgo de un desbordamiento del conflicto no es menor.
Si bien ningún acuerdo global es previsible a corto plazo, a datos positivos como el establecimiento de un mecanismo de coordinación en crisis marítimas y aéreas como el que negocian China y Japón –enfrentados por la soberanía de las islas Diaoyu/Senkaku-, que podría firmarse pronto, deberían sumarse otros que permitieran compartir recursos como los energéticos o la pesca, abriendo cauces para una desmilitarización completa de la zona. Solo así podremos estar seguros de que la paz saldrá a flote.