Tiempo habrá para leer la letra pequeña del fallo del arbitraje y más aún para las interpretaciones en un tema tan complejo –incluido la determinación de su carácter vinculante y en qué dimensión- pero sin duda, en sí mismo, el pronunciamiento marca un punto de inflexión en las agrias disputas en torno al Mar de China meridional. Se preveía adverso para los intereses de Beijing y éste ha reaccionado de la forma esperada, negando al tribunal la legitimidad y la competencia para entender del asunto y recordando su adhesión a las cláusulas de reserva de la convención de Montego Bay. A partir de ahora, dado que el dictamen es simplemente inaplicable por la vía de la fuerza, China podría optar por acelerar su estrategia de consolidación de posiciones en las áreas en disputa, lo cual, lejos de poner juicio y arbitrio en los contenciosos abiertos puede conducir a una elevación de las tensiones si las demás partes (y las grandes potencias que les apoyan, desde EEUU a Japón o India) no se amilanan.
En el plano bilateral, la recién estrenada presidencia en Manila de Rodrigo Duterte puede abrir vías de entendimiento que pongan sordina temporal a este fallo, pero ya forma parte de esa historia convertida en principal argumento de las reclamaciones chinas. No obstante, en un orden más amplio y en el marco de las relaciones con EEUU, situará a China a la defensiva a menos que, sentado su rechazo, apueste por un cambio de escenario que sortee la dinámica de militarización, hoy claramente ascendente y no de su exclusiva responsabilidad. El fallo añade presión a la urgencia de aportar credibilidad a su argumento de que la negociación bilateral no es una estratagema para simplemente ganar tiempo y proyección sobre el terreno.
En tiempos recientes, la confrontación abierta pocas veces ha sido el signo de la política exterior china. Tampoco la precipitación. En los últimos años, Beijing, a la vista de su nuevo estatus global, ha priorizado la satisfacción a corto plazo de sus intereses vitales alentando una política de hechos consumados cuyos réditos son más que discutibles. Lo que necesita, por el contrario, es materializar alternativas diplomáticas que confirmen que la negociación es la mejor, si no la única, salida posible. Hechos recientes, como el disparo accidental de un misil antibuque por la Armada taiwanesa, nos advierten de los riesgos de una espiral de exacerbación de las tensiones con incidentes militares al alza.
Para Xi Jinping, el fallo es un revés más (y se acumulan en el plano territorial con la crisis en Hong Kong o los soberanistas en el poder en Taiwan), una afrenta ante la cual no puede mostrar debilidad. Pero es también un fracaso al que podría darle la vuelta presentando a China como víctima de nuevo del andamiaje de un orden internacional construido a imagen y semejanza de los intereses occidentales. En suma, otro 4 de Mayo de 1919.