Xi Jinping: Errores, rectificación y significado Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano

In Análisis, Seguridad y defensa by Director OPCh

Desde los tiempos de Mao, el poder en China ha oscilado entre la dictadura personalista y el liderazgo colectivo. Xi Jinping ha optado claramente por lo primero y, al hacerlo, ha incurrido en los errores que usualmente se identifican con este tipo de conducción política. No en balde por cada Deng Xiaoping o Lee Kuan Yew, autócratas ilustrados que propiciaron inmensos avances en sus sociedades, hay decenas de autócratas que han conducido al declive o hundimiento de las suyas. Es el riesgo evidente que se confronta cuando las voces de alerta y las malas noticias no fluyen hacia el vértice piramidal y cuando los errores de criterio, las obsesiones y la rigidez de una sola persona afectan al sistema entero.
En efecto, luego de pasar los primeros cinco años en el mando consolidando un régimen de naturaleza personalista, Xi pasó los últimos cinco ejerciendo un poder autocrático. Los resultados de este último quinquenio están a la vista: Anémico crecimiento económico, prestigio global declinante, proliferación de los focos de confrontación internacional y represión doméstica en ascenso. Más allá del impacto humano que pueda tener en su sociedad este deslizamiento creciente hacia el totalitarismo (leyes de seguridad draconianas, masivos sistemas de vigilancia de alta tecnología, represión creciente a la disidencia, desaparición de las organizaciones no gubernamentales, penetración del partido en las empresas privadas, aislamiento del país frente a las ideas extranjeras, transformación de Xinjiang en un gigante campo de concentración, etc.), se encuentra la desestabilización sufrida por el país en sus relaciones internacionales y en su economía. Una extensa lista de analistas occidentales, que hasta no hace mucho se referían a la amenaza representada por la fortaleza de China, comienzan ahora a hablar del declive prematuro de ese país. Autores como Michael Beckley, Jude Blanchette, Hal Brands, Robert Kaplan, Susan Shirk, Jonathan Tepperman o Fareed Zakaria, integran dicha lista. El conjunto de decisiones erradas en materia internacional y económica, así el costo subsiguiente de éstas, saltan a la vista (algunas de tales decisiones, valga acotarlo, se correspondieron a su primer período).
Política exterior:
Desempolvando planes que por años se habían quedado en el papel, Xi decidió la construcción de siete islas artificiales sobre arrecifes de coral en el Mar del Sur de China y, a pesar de las seguridades dadas al presidente Obama en sentido contrario, procedió a la militarización hasta los dientes de varias de ellas. En adición, y contraviniendo la legislación marítima internacional, les asignó 12 millas náuticas de Mar Territorial y 200 millas de Zona Económica Exclusiva a las mismas, exigiendo el respeto por parte de otros de dicha decisión. Bajo la protección de su armada, instaló una torre de extracción de petróleo en aguas que Vietnam reclama como suyas. Desconociendo el dictamen de la Corte Internacional de Justicia de la Haya en relación con el diferendo chino con Filipinas en el Mar del Sur de China, Pekín ha ejercido por la fuerza la posesión del espacio en disputa, desbordando incluso la voluntad de apaciguamiento que tuvo el pasado gobierno de Rodrigo Duterte. La Guardia Costera de su país fue autorizada a utilizar la fuerza letal en contra las naves extranjeras que operen en áreas marítimas bajo “jurisdicción china”, a pesar de que parte importante de esa supuesta jurisdicción contraviene la normativa de la Convención Internacional sobre el Derecho del Mar o es disputada por varios estados vecinos. China declaró a las islas Senkaku-Diaoyu, en diferendo como Japón, como zona de interés vital para el país, hostigando con sus naves y aviones de guerra la ocupación de éstas por parte de Japón. Impuso unilateralmente una zona de identificación aérea de defensa sobre dos tercios del Mar de Este de China, obligando a las aeronaves internacionales a identificarse ante sus autoridades bajo amenaza, en caso contrario, de hacer frente a “medidas defensivas” por parte de las fuerzas armadas chinas. El cruce por parte del ejercito chino de la línea divisoria en su disputa territorial con India, en el Arunchal Pradesh, dio origen a un enfrentamiento que provocó 24 muertos. Ello se inserta dentro de la ocupación, por parte de cinco mil soldados chinos, de 60 kilómetros cuadrados en el Valle de Ladakh.
Ante la instalación por parte de Corea del Sur de un sistema misilístico defensivo (THAAD), para protegerse de la amenaza planteada por Corea del Norte, China impuso un boicot económico contra todos los bienes y servicios provenientes del primero. Frente a las protestas australianas y neozelandesas de que China estaba ejerciendo una injerencia indebida sobre sus procesos políticos internos, Pekín amenazó abiertamente con imponer un boicot económico contra aquellos gobiernos y actores privados que criticasen al país. Haciendo efectivas sus amenazas, impuso sanciones económicas a los productos australianos algunos años más tarde, cuando el gobierno de ese país solicitó una investigación internacional sobre el origen del Covid-19. Cuando Canadá, en respuesta a una solicitud de la justicia estadounidense, detuvo preventivamente a Meng Wanzhou, hija del patrón de Huawei, Pekín encarceló y formuló acusaciones contra dos empresarios canadienses localizados en China (los cuales fueron liberados horas después de que lo fuera Meng). La diplomacia china, por lo demás, ha adoptado un estilo confrontativo bautizado como la diplomacia del lobo guerrero. La misma se caracteriza por responder con altos decibeles de agresividad a cualquier crítica que se formule contra el país.
Dejando de lado el compromiso de Deng Xiaoping de respetar por cincuenta años la autonomía de Hong Kong, bajo el principio de “un país, dos sistemas”, Xi pasó a reclamar desde un comienzo “jurisdicción completa” sobre dicho territorio. Dentro de una dinámica de acción y reacción, propiciada por el estrangulamiento progresivo de las libertades en Hong Kong, Pekín impuso finalmente una Ley de Seguridad Nacional sobre dicho territorio. Ello acabó con la la llamada Ley Básica de Hong Kong que garantizaba su autonomía y enterró la noción de “un país, dos sistemas”. El mensaje para Taiwán de allí derivado es inequívoco y cierra cualquier posibilidad de incorporación negociada a la República Popular China por parte de la isla, la cual no querría encontrarse en la misma situación. Paralelamente, el Ejercito de Liberación del Pueblo chino pasó a desconocer la línea media en el Estrecho de Taiwán. Es decir, el punto intermedio entre dicha isla y el territorio continental chino que, por décadas, había sido respetada. Subsecuentemente, numerosas incursiones aéreas en acción de hostigamiento pasaron a tener lugar sobre la Zona de Identificación de Defensa Aérea de Taiwán. Ello ha venido acompañado por una retórica de anexión cada vez más frecuente.
Aunque la sinización de la provincia de Xinjiang es materia de política doméstica china, la materia brutal en que esto ha sido llevado a cabo ha sacudido la conciencia colectiva de las naciones liberales de Occidente. Ello resulta particularmente válido en Europa, donde los campos de re-educación de la población Uigur, han evocado comparaciones con los campos de concentración nazis o con los Gulag de Stalin. Esto, y los excesos en la reacción china a cualquier crítica en esta materia, han socavado de manera profunda la imagen de China en territorio europeo. A ello vino a unirse la postura china con respecto a la invasión rusa de Ucrania. Rehusándose a utilizar el término “invasión” en relación a la misma, replicando la línea argumental rusa acerca de la responsabilidad primordial de la OTAN en el estallido del conflicto (o en cuanto a la existencia de laboratorios para armas biológicas en Ucrania manejados por Occidente) y absteniéndose de criticar a Rusia en la ONU, Pekín ha pasado a ser visto como connivente a las acciones de Moscú. A esto se sumó, desde luego, la declaración de la amistad “sin límites” entre los regímenes de China y Rusia que precedió a la invasión y los subsiguientes encuentros presenciales y virtuales entre Putin y Xi.
La retórica de Xi Jinping en relación con la supremacía que detenta Estados Unidos ha resultado altamente inflamable. Revirtiendo los términos del consejo de Deng Xiaoping a sus sucesores, de esconder las propias fortalezas y ganar tiempo, Xi ha alertado a Estados Unidos con respecto a las ambiciones chinas de superarlo desde una posición de debilidad relativa. Sus referencias permanentes a las aspiraciones de primacía china y la fijación del año 2049 como punto de materialización de ese propósito, la mención recurrente con respecto a los próximos diez a quince años como punto de inflexión para revertir la actual correlación de poder con Estados Unidos, la narrativa frecuente con respecto a la decadencia estadounidense, el reto frontal planteado a la supremacía tecnológica de ese país, el llamado al Ejército de Liberación del Pueblo para que esté preparado para librar y ganar guerras, su planteamiento acerca de los próximos años como tiempo de confrontación y de “peligrosas tormentas”. Todo ello apunta a reforzar prematuramente una rivalidad existencial con Washington.
Rememorando a Guillermo II de Alemania, en el período que precedió al estallido de la Primera Guerra Mundial, Xi ha alterado por completo los parámetros de lo que otrora se planteó como el emerger pacífico de China. Para un amplio conjunto de actores internacionales, China representa hoy una potencia revisionista, prepotente y pugnaz, que busca imponer una relación de subordinación tributaria a sus vecinos. No en balde un entretejido variado de políticas y decisiones, emanadas de distintos puntos geográficos, converge en el objetivo común de contener a China. De manera torpe e innecesaria, China ha propiciado el surgimiento de barreras múltiples a la realización de sus propios objetivos.
Reacción internacional:
Más allá de que la imagen y la credibilidad china han caído en picada dentro de su vecindario y en el mundo occidental, un conjunto amplio de acciones concretas conforma el entretejido antes referido. Entre tales acciones cabría referir las siguientes. Estados Unidos, Japón, Australia e India han dado forma a un foro estratégico cuadrilateral, el llamado Quad, que se plantea como una alianza de facto llamada a contener a China. De manera más formal, Australia, Reino Unido y Estados Unidos crearon una alianza estratégica militar, el AUKUS, con el mismo propósito. Bajo este último marco, sus socios dotarán de submarinos atómicos y de tecnología de propulsión nuclear para submarinos a Australia. De su lado, Japón y Australia firmaron un acuerdo de cooperación en materia de seguridad. En 2022, los presidentes o primeros ministros de Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda se sumaron por primera vez en la historia a una Cumbre de la OTAN, simbolizando con ello el propósito común de hacer frente a los retos de seguridad planteados por China y Rusia. Dejando de lado la política de postguerra en materia defensiva, Japón acordó duplicar el presupuesto militar, llevándolo al 2 por ciento de su PIB. Ello habrá de convertir a Japón en el tercer país con mayores gastos militares, detrás de Estados Unidos y China. Dentro del mismo contexto, Japón y Estados Unidos establecieron un comando combinado de sus fuerzas militares en el primer país y acordaron la conformación conjunta de un regimiento de litoral marino dotado de modernas baterías misilísticas anti navíos. En igual sentido, Japón adquirirá para sus fuerzas la más sofisticada capacidad misilística. Luego de varios años de fracasados intentos por mejorar sus relaciones con China, Filipinas renovó su tratado de cooperación defensiva con Washington, el cual había expirado en 2016. La periferia de China aumenta aceleradamente sus presupuestos militares y se agolpa bajo el paraguas de seguridad de Washington. De su lado, la relación Washington-Taipei se consolida cada vez más. A pesar de no haberse derogado formalmente la política de “una sola China”, en Washington se incrementa día a día la percepción de que Estados Unidos acudiría en defensa de Taiwán en caso de este ser atacado por el Ejército de Liberación del Pueblo Chino. De hecho, en varios “deslices” verbales, el presidente Biden ha dado a entender que ello ocurriría. También en Japón esta noción va cobrando forma creciente.
En 2021, la Unión Europea se sumó a Estados Unidos, Reino Unido y Canadá en sancionar a las autoridades chinas responsables de los abusos a los derechos humanos en Xinjiang (la primera de tales sanciones por parte de Europa desde la matanza de Tiananmen en 1989). De igual manera, y por la misma razón, el Parlamento Europeo se negó a ratificar el largamente negociado acuerdo de inversiones entre China y la Unión Europea. La agresiva reacción china ante estas acciones ha endurecido la posición europea, llevando a sus gobiernos a ejercer un mayor escrutinio sobre las inversiones chinas en la región. Más significativo aún, los ha llevado a incrementar sus contactos diplomáticos con Taiwán, cuyo régimen democrático ha pasado ha ser revalorizado por ellos. En este contexto, el Parlamento Europeo ha hecho un llamado a elevar el marco de las relaciones con el que han calificado como un congénere democrático, recibiendo oficialmente en su sede al ministro de Relaciones Exteriores de Taiwán. También en 2021, Francia y Alemania despacharon naves de guerra al Mar del Sur de China en testimonio de su preocupación por la prepotencia china en esos lares. Este marco de tensiones y de debilitamiento profundo de vínculos entre China y la Unión Europea, se vio agravado por lo que se percibe como un respaldo tácito del primero hacia las acciones de Moscú en Ucrania, al cual hacíamos referencia anteriormente.
Acción y reacción en materia económica:
Sin embargo, no sólo en política exterior Xi Jinping ha elevado exponencialmente los obstáculos para el logro sus objetivos estratégicos. También en materia económica, sus acciones alejan crecientemente a su país de la posibilidad de desplazar a Estados Unidos de la primacía. La rigidez, la obsesión por la seguridad, la desconfianza ante el sector privado, el énfasis en el estatismo y en la necesidad del partido de controlar a la economía, son responsables de ello. Era creencia generalizada que, para comienzos de la próxima década, China superaría al PIB de Estados Unidos medido en términos absolutos. Más aún, algunos analistas planteaban que para mediados de siglo el PIB chino podía llegar a triplicar al estadounidense. Los estimados, no obstante, han cambiado. Se habla ahora que la economía china deberá esperar hasta el 2060, en el mejor de los casos, para desplazar a la estadounidense. Un retraso de treinta años (R. Sharma, “China’s economy will not overtake the US until 2060, if ever”, Financial Times, October 23, 2022).
Entre las políticas y decisiones de Xi que han apuntado en este sentido, se encuentran las siguientes. La inflexibilidad mostrada durante tanto tiempo en relación con la política de Cero Covid produjo una drástica desaceleración del crecimiento económico chino, fracturando sus cadenas de suministro y llevando a una crisis de su comercio internacional. Más aún, de acuerdo con Mixin Pei, antes de la pandemia el país contaba con 44 millones de pequeñas empresas que representaban el 98% de todas las compañías registradas y que empleaban al 80% de la fuerza laboral no estatal. Los cierres impuestos por la política de Cero Covid y la carencia de una ayuda financiera directa que paliara su impacto, devastaron a estas empresas (“China’s Pro-Growth Happy Talk”, Project Syndicate, January 24, 2023). Más aún, el impacto sobre sus cadenas de suministro internacionales, resultantes de esta política, ha llevado a los países desarrollados de Occidente a plantearse la necesidad de regresar muchos de los procesos productivos externalizados a China, a casa o cerca de casa.
Con la población en edad laboral encogiéndose, como resultado del envejecimiento poblacional del país, se hace necesario aumentar sus tasas de productividad. Es decir, dar un uso más eficiente del capital por parte del trabajador. Sólo así es posible mantener las tasas de crecimiento requeridas para alcanzar los objetivos económicos trazados. Es aquí donde la tecnología pasa a jugar un papel fundamental. Sin embargo, a pesar de haber definido el camino correcto por vía de su “Hecho en China 2025”, las acciones de Xi han afectado seriamente la productividad y, por extensión, el crecimiento económico chinos. Su énfasis en el estatismo económico ha llevado a privilegiar a las osificadas empresas estatales, caracterizadas por bajos niveles de productividad, y a cargar de regulaciones, restricciones y sanciones al sector privado. Esto último ha resultado particularmente notorio en relación con los gigantes de la alta tecnología, donde radica el grueso de la productividad china. El sector de la economía digital, que representa el 38,6% del PIB del país, ha sido el más afectado. El mismo vio pulverizar 1,1 billones (millón de millones) de dólares de valor de mercado, únicamente en sus seis principales conglomerados, como resultado del agresivo intervencionismo estatal impuesto por Xi (S. L. Shirk, Overreach, Oxford: Oxford University Press, 2023).
El llamado Programa Industrial de Fusión Cívico-Militar, que obliga a las empresas civiles a compartir su tecnología con el sector militar, ha creado inmensa desconfianza a nivel internacional. Para prevenir que esta tecnología de uso dual se traduzca en la producción de armamento sofisticado, el presidente Biden decretó un embargo draconiano a las exportaciones a China de semiconductores avanzados y de las tecnologías para producirlos, así como de ordenadores de última generación. Este embargo en materia de superconductores pone en entredicho muchos de los grandes planes de desarrollo tecnológico chinos. Ello, pues no sólo va dirigido a un renglón tecnológico que China no domina, sino sobre el cual descansan otros importantes desarrollos tecnológicos. A la vez, Estados Unidos ha negociado con Holanda, país productor de equipos para superconductores avanzados, con el fin de que este país también cierre sus puertas a China en este campo. De hecho, la inmensa mayoría de los principales socios económicos de Estados Unidos han aumentado sus controles de exportación a China en materia de tecnología sensible. Esto, mientras al mismo tiempo han bloqueado o aumentado el escrutinio en torno a las inversiones chinas en sus sectores tecnológicos.
De su lado, la Ley Nacional de Inteligencia impone la obligación a todas las organizaciones, empresas y ciudadanos chinos a hacer del conocimiento de los órganos de seguridad del Estado, toda la información relevante a la que tengan acceso. Ello ha servido de justificación para que Estados Unidos argumente la peligrosidad de dar acceso a Huawei, y a otras empresas de alta tecnología chinas, a los sistemas de datos occidentales, transformándose en una importante rémora a su expansión internacional. Más aún, esta ley ha cerrado las puertas de laboratorios y universidades estadounidenses a científicos y a egresados universitarios chinos, privando a ese país de una importante fuente de acceso a tecnología foránea.
En síntesis, Xi Jinping ha multiplicado por doquier los obstáculos al emerger de China, pareciendo afincarse en los errores como una suerte de marca de orgullo y de signo distintivo de su liderazgo. Sin embargo, luego de haber alcanzado un tercer mandato sobre el Partido Comunista Chino y de haber escogido a un Comité Central compuesto a imagen y semejanza de su persona, Xi se muestra dispuesto por primera vez a rectificar. Al menos en forma parcial. El porqué ello ocurre ahora y no antes pareciese ser resultado de la psicología propia de todo autócrata. Para estos, reconocer errores es siempre un signo de debilidad, razón por la cual por lo cual ello sólo puede ocurrir cuando se dispone de una posición de fortaleza.
Rectificando:
No se trata, sin embargo, de un cambio sísmico de rumbo sino más bien de una re-orientación calculada y relativa. Esta busca revertir el aislamiento creciente de China frente a Europa y ante sus vecinos. A la vez, persigue reactivar el crecimiento económico. No se altera, sin embargo, la Guerra Fría en marcha con Estados Unidos. Por el contrario, China busca acercarse de nuevo a Europa y limar asperezas dentro su región, con el objetivo de colocar una cuña a estos y Estados Unidos. Más aún, la cuenta regresiva para recuperar a Taiwán, por las buenas o por las malas, permanece inalterada. En tal sentido, la rectificación en marcha podría catalogarse como una reafirmación estratégica de rumbo mediante significativas variaciones tácticas. En materia económica, de su lado, se busca recuperar la senda del crecimiento económico promedio del 5% anual entre 2020 y 2035. Objetivo este formalmente plantado por Xi en el Decimo Noveno Congreso del Partido Comunista Chino en 2017. Ello obligaría a crecer significativamente por encima del 4,4% proyectado por el FMI para China en 2023. Especialmente, porque en 2021 y 2022 su crecimiento cayó muy por debajo del 5%. Por lo demás, se busca revertir antes de que sea demasiado tarde la noción de regreso a casa o cerca de casa de los procesos productivos occidentales asentados en China. De igual manera, se persigue evitar una balcanización financiera que sustraería a China de los vastos reservorios de capital internacional.
En materia de política exterior, China busca mejorar relaciones con aquellos países con los que mantiene conflictos fronterizos y viejas animosidades. Es decir, cambiar su imagen de guapetón de barrio por otra más conciliatoria. Ello no pareciera conllevar, sin embargo, ninguna concesión en términos sustantivos. De igual manera, se persigue recuperar la buena voluntad europea de la que el país disfrutó en el pasado. Ello no sólo por la importante influencia internacional que este continente ejerce, sino porque la animadversión del mismo impactaría negativamente su crecimiento económico. En síntesis, Xi pareciera aceptar la noción de que pelearse con todos al mismo tiempo es mala política. Abandonar la diplomacia del lobo guerrero y degradar políticamente a los más connotados exponentes de aquella se plantea como parte instrumental de este propósito.
China pareciera seguir visualizando la relación con Estados Unidos, sin embargo, en términos de confrontación. Percibiendo a dicho país como el obstáculo fundamental a su emerger y sometido a la contención que aquel ejerce, no habría mucha posibilidad de cambio. Según Brian Wong: “En lo medular, la visión de Pekín no ha cambiado y muchos asesores, académicos e intelectuales [chinos] permanecen convencidos de que la posición de Washington es inamovible y que Estados Unidos debe ser inevitablemente confrontado, bien sea en forma prolongada o a través de una acción tipo blitzkrieg que produzca efectos decisivos”. De acuerdo con Wong, la actual posición china es la de aprovechar los desacuerdos que han surgido entre Washington y Bruselas, como resultado del proteccionismo creciente del primero, como oportunidad para colarse entre ambos. Ello se identificaría con la estrategia ancestral de acercarse al bárbaro menos amenazante -en este caso Europa- para confrontar al más amenazante: Estados Unidos. (“Interpreting China’s Diplomatic Shifts”, The Diplomat, January 17, 2023).
A la vez, Xi apunta hacia la rectificación en el campo económico. Curiosamente, en el Vigésimo Congreso del PCC su énfasis en el tema seguridad opacó manifiestamente la prioridad dada a lo económico. Concomitantemente, ni los 7 miembros del Comité Permanente ni los 24 miembros del Comité Central del partido, electos en dicho cónclave, tienen experiencia económica. Por el contrario, todas las figuras que disponían de amplia experiencia económica (Li Keqiang, Wang Qishan, Liu He, Guo Shuqing o Yi Gang) pasaron a retiro. Es difícil entender, por tanto, en manos de quien quedaría el golpe de timón anunciado. Como fuese, Xi luce dispuesto a ser más amigable con el sector privado, con los gigantes de alta tecnología y con los inversores extranjeros. La vuelta en U con respecto a la política del Cero Covid, propiciada por las protestas generalizadas, representa de su lado una importante apertura de compuertas con respecto a la economía doméstica y al comercio internacional.
En definitiva, la autocracia de Xi Jinping ha tenido un alto costo para China. Que tanto podrá cambiar la situación es algo está por verse. Sin embargo, si el enfrentamiento con Estados Unidos no se amaina, si el propósito de absorber a Taiwán por las buenas o por las malas se mantiene en cuenta regresiva, si los cambios en relación a sus vecinos resultan más cosméticos que sustantivos, si los abusos a los derechos humanos en Xinjiang siguen envenenado su relación con Europa y si no hay manos expertas para conducir la transformación económica, es difícil suponer que la erosión sufrida por el régimen del PCC pueda revertirse de manera significativa.