Llegó a su término el XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh). El balance de estos días puede resumirse en el afán de los nuevos dirigentes por dar un nuevo impulso a la reforma, que ha sido reivindicada con especial énfasis por el saliente Hu Jintao, incluso situándola, en cuanto a su dimensión y trascendencia, por encima de lo que supuso la etapa maoísta para el proyecto histórico de modernización del país con la vista puesta en la superación de esa anomalía que le ha postrado durante largo tiempo en la periferia del sistema internacional.
En un contexto de crisis financiera y económica internacional a la que no se ve ni pronta ni fácil salida, el objetivo de duplicar el PIB en 2020 con respecto a 2010, exigirá ritmos de crecimiento superiores al 7 por ciento. Este objetivo obligará a promover ajustes en la estructura económica y a alentar otro tipo de medidas complementarias en el orden social, reflejadas en ese compromiso paralelo de incrementar la renta per cápita al mismo nivel. El fomento de la demanda interna exige no solo la elevación de los ingresos sino también completar el diseño de un organigrama de servicios públicos básicos que facilite el aumento de los niveles de consumo. Sin dar la espalda al mundo pero tomando buena nota de la severa crisis de sus principales mercados, la nueva fase de crecimiento enfatizará la necesidad de contar con las propias fuerzas, con los inputs internos. En ese contexto, los factores tecnológicos desempeñarán un papel crucial. Pero también el medio ambiente, elevado en su rango formal de importancia en el argot burocrático.
El retrato de los nuevos dirigentes apunta a un liderazgo igualmente colectivo, más formado y con dilatada experiencia de gestión interna e internacional. Refleja la impronta del consenso en la actual política china, optando por perfiles que sin menoscabo de sus tendencias más conservadoras o más reformistas, príncipes rojos o no, sean capaces de tender puentes, centrando las expectativas de un proceso que discurrirá, en lo esencial, por la senda del continuismo en sus variables esenciales. Hu Jintao ha cedido ipso facto la presidencia de la Comisión Militar Central al nuevo secretario general, decisión reveladora que abre camino a la afirmación de una institucionalidad singular ejecutada con una normalidad creciente. La previsibilidad reduce riesgos. Aunque ha logrado incrustar en el corpus teórico del PCCh su noción del “desarrollo científico”, a Hu no se le reconoce como “núcleo” de su generación. Ese formato, con Mao, Deng Xiaoping y Jiang Zemin, parece haberse cerrado. No obstante, aquella referencia a su aportación conceptual en esta década que ahora termina le asegura una posición relevante en el Olimpo del PCCh. No ha ocurrido lo mismo con su retórica confuciana, prácticamente desaparecida de los discursos en estos días.
Cabe esperar de su sucesor, Xi Jinping, que haga gala de un estilo más cercano, más directo, más campechano, incluso, exhibiendo sus dotes oratorias con más asiduidad y sin el acartonamiento tan propio de los líderes chinos. En su presentación ante los medios, la palabra más repetida por el nuevo secretario general fue “renmin”, el pueblo. Esa invocación pudiera ser reflejo de una cierta conciencia acerca de las aspiraciones que hoy manifiestan buena parte de la sociedad china, tan irritada con el inagotable fenómeno de la corrupción y el abusivo y alarmante enriquecimiento de las capas más elevadas de la nueva aristocracia como ansiosa por acceder a los beneficios derivados de décadas de crecimiento que apenas han alcanzado al común de unos ciudadanos que aprecian como el mayor cambio en sus vidas el aumento de los precios de los bienes más elementales. Las mejoras introducidas durante el mandato de Hu Jintao han servido, sobre todo, para señalar y resaltar las carencias. Ahora se necesita un gran esfuerzo económico para llenar de contenido las promesas de construir una sociedad acomodada. Unos deben enriquecerse primero, decía Deng, para después hacerlo todos los demás, asegurando una prosperidad común. Pero las desigualdades son tan exponenciales que muchos añoran el igualitarismo.
En buena medida, la estabilidad interna en los años venideros pende de ese hilo. La multiplicación de los conflictos sociales advierte de los límites de la paciencia que en China es mucha pero cuando se acaba el estallido no acostumbra a dejar títere con cabeza.
A juzgar por el tono de lo dicho y aprobado en este congreso y también de la composición del nuevo liderazgo, no cabe esperar grandes cambios en el orden político. La reforma en este ámbito será tan cautelosa y timorata como hasta ahora. En marzo próximo, Zhang Dejiang se convertirá en digno sucesor de Wu Bangguo, y con seguridad heredará también su estela conservadora. Solo las exigencias cívicas le obligarán a acelerar el ritmo.