De la sexta sesión plenaria que el Partido Comunista (PCCh) celebró estos días en la capital china se destacó oficialmente la aprobación de una resolución sobre su historia, un documento que, por una parte, viene a culminar la efeméride de sus primeros cien años (1921-2021), y, de otra, atendiendo al simbolismo que tanto marca la política china, pone de relieve la elevada posición conseguida por Xi Jinping al frente del Partido y del país, quien podría aspirar a ejercer un tercero y más mandatos, contrariando los criterios sucesorios de los últimos cuarenta años.
Esta es la tercera resolución de este estilo del PCCh. La primera fue en 1945, en el contexto del VII Congreso celebrado en Yan´an, nada menos que 17 años después del anterior. Aquella síntesis significó la plena institucionalización del liderazgo de Mao, que venía asentándose desde 1935. El PCCh ajustó cuentas con Zhang Guotao y con Wang Ming. El primero fue inicialmente acusado de trotskismo y en 1938 se pasó al enemigo Kuomintang y el segundo, más relevante por estar al frente de los “28 bolcheviques”, de santificar todas las instrucciones de la Internacional Comunista (y de servilismo a la URSS). De esta forma, Mao, un cuarto de siglo después de la fundación del PCCh, instituía, urbi et orbi, no sólo su condición de dirigente indiscutible sino la singularización ideológica del PCCh basada en la integración del marxismo-leninismo con la praxis de la revolución china, epítome de su “pensamiento”, enunciado como tal por primera vez en 1943. Por tanto, esta primera resolución acumula 44 años de historia. Zhang Guotao acabaría emigrando a Canadá, donde fallecería. Wang Ming, establecido en Moscú respondería a Mao publicando, con motivo de los 50 años del PCCh, un volumen vilipendiando, de principio a fin, al Gran Timonel.
Ya fuera en la táctica (cercar desde el campo las ciudades en vez de promover suicidas insurrecciones en ellas o apostando directamente por la vía armada, pongamos por caso) o en las políticas aplicadas en las zonas liberadas (la tierra como propiedad pública y no para quien la trabaja), el maoísmo fue dando respuestas originales a una sociedad en tantos aspectos única, fruto de la capacidad histórica para recrear un cosmos substancialmente diferente al occidental.
Tras la proclamación de la República Popular (1949), esa misma inflexión intelectual está en el origen de la busca de una vía distinta, con un fuerte acento voluntarista, para demostrar la fortaleza de un pensamiento trazado teóricamente en un contexto no solo adverso en lo material sino también hostil en lo ideológico en buena parte del propio movimiento comunista internacional.
Casi otros cuarenta años después, la resolución de 1981 estableció un nuevo balance, específicamente del maoísmo, señalando aquel 70 por ciento de aciertos y 30 por ciento de errores, fijado por el propio Mao para referirse a la Revolución Cultural. Complementariamente, Deng Xiaoping consagró su teoría del “socialismo con peculiaridades chinas”, acercando un nuevo modelo para el desarrollo del país y la propia configuración de un Partido muy agrietado por las derivas del maoísmo.
Deng era consciente de que el intento de Mao de acelerar el curso de la historia tratando de construir el socialismo de un sólo salto había fracasado de forma trágica, con un alto coste para el PCCh y para el propio país. El Pequeño Timonel lo intentaría ahora dando un rodeo introduciendo otras variables en el proyecto, antes rechazadas, y que podrían ser útiles en esa perspectiva de conseguir los grandes objetivos históricos: el desarrollo, la superación del atraso y la pobreza y la revitalización del país. Fue así, con un ritmo propio y con matices destacados, como el mercado o la propiedad privada, por ejemplo, recuperaron posiciones en el modelo hasta consumar una síntesis híbrida en la que la burocracia, heredera de una milenaria tradición, porfió en todo desarrollarlo y subordinarlo a un afán común.
Por tanto, que Xi Jinping logre ahora aprobar una resolución acerca de la historia de los cien años del PCCh lo equipara, de entrada, a Mao y a Deng. A expensas de conocer en detalle el texto, abre la hipótesis de introducir novedades significativas a propósito de la interpretación del maoísmo pero también nos acercará un necesario balance del denguismo, con sus claroscuros, que no son pocos ni menores. Por otra parte, debe servir para destacar las virtudes del propio xiísmo, establecido ya como la hoja de ruta para catapultar a China a la supremacía global, retornando a los tiempos en que su PIB representaba el 32 por ciento del mundial (1820), rondando ya ahora el 20 por ciento. Hicieron falta más de 200 años para llegar hasta aquí y también hará falta ahora que nada se tuerza en los complejos años por venir….