Cuando hace unas semanas, Hu Jintao presidía una sesión solemne dedicada a enaltecer las obras escogidas de Jiang Zemin, su antecesor, en realidad no estaba escenificando ninguna reconciliación sino evocando las pompas fúnebres de quien se había preocupado, desde la muerte de Deng Xiaoping, autentico mentor de Hu, de sembrar de minas, internas y externas, conscientes e inconscientes, cuantos terrenos pudiera pisar. Del problema social a la tensión con Taiwán, Hu ha cambiado el curso de los acontecimientos.
Enfrentado a Jiang y a Zhu Ronji, con el cese del jefe del Partido en Shanghai, Chen Liangyu, Hu envía una clara señal, en vísperas de la sesión de otoño del Comité Central del PCCh, a celebrar próximamente, que obligará a elegir y a posicionarse. La decisión de Hu viene precedida de muchos y contundentes indicios de la seriedad de la lucha contra la corrupción, problema que está alcanzando niveles muy graves y preocupantes en todo el país. Más allá de casos individuales, e incluso de la conformación de clanes, la doctrina de las tres representaciones auspiciada por Jiang parece haber debilitado las tímidas barreras que aún separaban las posiciones del partido y del mundo económico empresarial. A nivel local, este último se está volcando en la promoción de líderes afines, que recompensarán sus apoyos con una dedicación plena a la satisfacción de sus proyectos. La transferencia del poder, desde el Partido al mundo empresarial, se está produciendo lenta, pero inexorablemente, y ello puede agravar muy seriamente las contradicciones en el seno del PCCh. El conglomerado corruptor abarca a todas las instancias y llega incluso al poder central a través de los miles de oficinas de empresas e instituciones públicas que se instalan en la capital con el principal objeto de sobornar a aquellos funcionarios que pueden facilitar la consecución de sus objetivos.
Hu tiene dos temores principales. Primero, que la situación social se desborde como consecuencia de los graves desequilibrios generados por la reforma. De ahí su mensaje de prosperidad común, de armonía, y de vuelta al campo. Segundo, que el vertiginoso avance de la reforma, fuera de su control en algunos ámbitos (por eso los intentos de disciplinar las autoridades territoriales), acabe violentando los tabúes que a modo de diques contenían el proceso en el contexto de la delicada –y siempre controvertida- filigrana del socialismo con peculiaridades chinas.
La destitución de Chen Liangyu y la activación de la lucha contra la corrupción con diferentes medidas ayudarán a Hu a aumentar su base de poder. Ese proceso debe llegar a su clímax en el próximo Congreso, previsto para noviembre. Está por ver si el clan de Shanghai (como el de Shandong o el de Guangdong) plantarán cara a su desafío o, astuta y probablemente, responderán al ultimátum entonando un mea culpa oportunista. Las miradas se cruzan en el vicepresidente del Estado, Zeng Qinghong, pieza clave de la tenaza urdida por Jiang Zemin para encorsetar a Hu Jintao.
El empuje de Hu evidencia también que en estos años ha avanzado y mucho en las transacciones con los poderes fácticos, el aparato de seguridad, el Ejército, etc. El pasado 29 de agosto la Comisión Militar Central, también presidida por el, promovía a 28 oficiales al grado de general de división.
Ya con todos los ases en la mano, Hu podrá ordenar su propia sucesión en 2012, previsiblemente defendiendo el legado político de su mentor y sin atreverse a plantear los cambios, más audaces, que, según parece, Zhu y Jiang le venían reclamando en los últimos tiempos.