- Introducción
Xi Jinping ha emergido como un líder reforzado del XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh). Su etapa de gobierno se ha caracterizado además de por un enfoque más agresivo en la esfera internacional, por un creciente refuerzo ideológico del partido, una mayor presencia de este en la vida cotidiana de los ciudadanos, la recuperación de la figura de Mao, el refuerzo del estudio del socialismo con características chinas y especialmente la potente narrativa articulada en torno al “sueño chino”.
Dicho refuerzo ideológico ha llamado la atención de la prensa occidental. El hecho de que la República Popular China (RPCh) está en camino de ocupar una posición preeminente en el mundo hace que muchos hayan interpretado el refuerzo ideológico de Xi como un paso más para reclamar una posición de liderazgo en un momento de declive relativo de los países occidentales, marcados por la crisis económica de 2008 y la crisis política que empezó con el ciclo de protestas de 2011 y el advenimiento de los populismos.
El objetivo de este trabajo es analizar las razones tras el rearme ideológico del Partido Comunista Chino bajo el liderazgo de Xi Jinping, poniendo especial atención al papel ejercido tanto por factores internos como por el contexto internacional de declive de la hegemonía ideológica neoliberal, así como analizando como la nueva narrativa de Xi ha articulado alrededor de la metáfora del “sueño chino” las demandas crecientes en el seno de la sociedad china.
Este trabajo argumentará que China con su especificidad propia también se ha visto afectada por la crisis de hegemonía de principios del siglo XXI, principalmente después de la crisis de 2008, dando paso a la necesidad de actualizar desde el poder una nueva narrativa más consistente que pudiera integrar a los descontentos en la sociedad china, antes de que emergieran movimientos que pudieran poner en cuestión la legitimidad de las elites políticas chinas, lo que en teoría gramsciana se conoce como revolución pasiva. En este sentido, se considera que Xi Jinping ante este escenario ha aprovechado la necesidad de empezar una nueva etapa de cambios en la economía china siendo capaz de articular satisfactoriamente en torno a la metáfora del “sueño chino” un discurso capaz de integrar multiplicidad de demandas sociales, afianzando así su posición y la del partido.
Este artículo se ha desarrollado a través de un prisma neogramsciano del estudio de la hegemonía y la formación de discursos políticos proporcionado por la Escuela de Essex. Metodológicamente se han analizado documentos oficiales, discursos de Xi Jinping, material audiovisual de medios oficiales, noticias, así como literatura académica relevante. Debido a la falta de conocimientos de la lengua china, para los documentos oficiales se han hecho uso de las traducciones al inglés del Foreign Lenguage Press de Beijing o de Xinhuanet. En este sentido, es necesario reconocer que algunos detalles pueden perderse al no utilizar documentos en la lengua china original, pero dado que el marco teórico y metodológico utilizado no pretende analizar recursos retóricos o sintácticos, este hándicap puede ser mitigado.
- Marco teórico: la teoría del discurso y la hegemonía.
Escuela de Essex, la teoría del discurso y la hegemonía.
El presente trabajo hará uso de las herramientas teóricas y metodológicas proporcionadas por la escuela de Essex también conocida como Discourse Theory, escuela post-estructuralista de raíces neogramscianas cuyos autores más relevantes son Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que dieron en su obra Hegemony and Socialist Strategy (2001).
Este enfoque da prioridad al análisis de los elementos discursivos y culturales por encima de los materiales para explicar la construcción y mantenimiento de la hegemonía. De esta forma se entiende la idea de discurso como “conjunto de prácticas significantes que construyen identidad de los sujetos” (Howarth & Stavrakis, 2009:7). Así las identidades políticas son el producto de un proceso de construcción contingente que incluye y excluye determinados elementos previamente presentes articulándolos en una narrativa capaz de producir un nosotros y un ellos diferenciados (Mouffe, 2005). Siguiendo así la noción de la política definida por Carl Schmitt como la idea de la distinción entre amigo y enemigo (2009:56).
Metodológicamente, la Escuela de Essex utiliza la demanda como unidad básica de análisis de la que parte la formación de agrupaciones políticas a través de prácticas discursivas. Dichas demandas, que no tienen necesariamente nada que ver entre ellas, son agrupadas por los actores políticos formando cadenas de equivalencias tomando un sentido colectivo. Aquellos elementos y símbolos que juegan un papel central para anclar las diversas demandas presentes en el discurso son conocidos como significantes vacíos. Estos actúan como puntos nodales que estabilizan dichas agrupaciones, constituyendo así diferentes identidades políticas (Laclau y Mouffe, 2001: 128 y 131; Howarth y Stravrakis, 2009: 7).
No debe entenderse, como algunos de los críticos de la teoría del discurso han esgrimido, que aquí se defiende que dichas articulaciones discursivas sean arbitrarias, que estén en continuo flujo, ni que estas sean inmunes a factores materiales y estructurales, desligadas de toda experiencia histórica o de otras sociedades (Miró, 2017a). En este sentido, existen ciertas condiciones de posibilidad, como crisis políticas o económicas, que pueden facilitar la emergencia y éxito de la articulación de ciertos elementos sobre otras, pero estos procesos siempre serán contingentes y desligados de cualquier automatismo.
El concepto de hegemonía, populismo y revolución pasiva
Desde una perspectiva gramsciana, la hegemonía es considerada como la capacidad que tiene un grupo dominante para establecer y anclar su liderazgo político, cultural y moral, asegurando así el consenso entre los elementos aliados y subalternos sobre una determinada correlación de fuerzas en el seno de un cuerpo social concreto (Gramsci, 1971). El concepto hegemonía implica entender que el ejercicio del poder se da tanto a través de la coerción como de la seducción, pero que no existe ninguna forma de poder que solo se base en una de ellas.
En este sentido, la teoría del discurso tiene raíces neogramscianas, las prácticas de construcción de hegemonía consisten en la articulación contingente de una pluralidad de intereses a partir de la unión de diversos elementos sociales (identidades étnicas, filiaciones partidistas, intereses económicos, capacidades materiales, etc.) con el objetivo de producir nuevos cuerpos políticos con capacidad de interpelación universal. Por lo tanto, la hegemonía es una práctica metonímica de “construcción de coaliciones” (Howarth, 2013: 199) en la que un actor es hegemónico en tanto es capaz de presentar sus intereses particulares como los intereses de una sociedad.
Ahora bien, una vez constituida dicha hegemonía no tiene garantía de mantenerse a lo largo del tiempo. El éxito de los gobiernos que son capaces de afianzar su hegemonía, lejos de comportarse de forma monolítica, radica en la capacidad de sus elites políticas de convertir los retos y demandas nuevas en elementos que les permitan reforzar su posición (Howarth, 2013: 202). Es decir, la hegemonía es una forma de gobierno, que para que funcione el bloque dominante ha de ser capaz de incorporar y acomodar en su existente marco institucional algunas de las demandas de los sectores subalternos, a la vez que se aíslan aquellas que pueden albergar un contenido subversivo.
Esta perspectiva entiende que las identidades políticas no están dadas, son contingentes y sometidas a cambios y negociaciones constantes, comprendiendo que la batalla por la hegemonía es la batalla por la significación de estas (Laclau, 2005:125). En este sentido, la práctica de la «lógica de la equivalencia» nos explica que dichas demandas son agrupadas para formar cadenas de equivalencia que van más allá de una lista dispersa de elementos autónomos, implicando la modificación del propio significado individual de estos elementos, imponiéndose sobre la «lógica de la diferencia», por la cual dichas demandas son disgregadas y aisladas entre ellas incapaces de construir un nosotros sólido (ibid: 104).
Las instituciones establecidas ante la emergencia de demandas de diferentes grupos subalternos, tratan de absorberlas y aislarlas aplicando la lógica de la diferencia, es decir evitando que estas se vinculen entre ellas y formen coaliciones opositoras que puedan disputarle el poder al statu quo. Lo que en teoría gramsciana se conoce como revolución pasiva, sería la respuesta a un momento de crisis de hegemonía aguda en el que desde el poder establecido no sólo se canalizan las demandas de actores subalternos, sino que se integran en una nueva narrativa construyendo una nueva hegemonía, pero manteniendo en la medida de lo posible la correlación de fuerzas y los liderazgos anteriores (Balsa, 2006). Ahora bien, esto no debe entenderse como una práctica necesariamente cínica u oportunista por parte de las elites dirigentes, tampoco como una renuncia de los propios intereses de estas. Se entiende que la construcción de la hegemonía va más allá de una operación de marketing político y que cuando una demanda se integra, aunque sea de forma subalterna, pasa a formar parte del núcleo fundamental de los consensos y práctica de un determinado régimen político nuevo, por lo que no satisfacerlas puede tener consecuencias para su legitimidad.
En este sentido, un concepto clave en la teoría laclaudiana sobre la formación de identidades es la idea de populismo, que si bien para el presente trabajo será un elemento periférico, puede ser interesante tanto para entender el marco teórico como para comprender algunas de las tensiones existentes en el seno del Partido Comunista de China. Para Laclau, el populismo no es entendido como una ideología política, sino una forma concreta de hacer política, fundamentada en la idea de la conformación del pueblo “como resultado de la articulación de una heterogeneidad de demandas en torno a su común contraposición a la institucionalidad existente” (Miró, 2017b:23). Siendo una forma de hacer política y no una ideología, se entiende que todo movimiento político tiene cierto componente populista y podría ser inscrito en una gradación con dos extremos, populismo e institucionalismo. Para el presente trabajo es más preciso el uso de la idea de “momento populista” por la cual se considera que todo movimiento político que pretenda la formación de un régimen nuevo precisa de un momento fundacional que invoque la constitución de un pueblo para poner en cuestión un régimen anterior, pero posteriormente si ha habido una institucionalización eficaz dicho momento se evapora (ibid:25).
Así, el propio Laclau califica al “maoísmo” como movimiento populista (Dolce, 2014:224) y el “momento populista” fundamental del maoísmo debería considerarse el período de la Guerra Civil y de Liberación Nacional 1927-1949 en el que se movilizó al pueblo chino para luchar contra las elites terratenientes, los ocupantes extranjeros y la amenaza reaccionaria del Guomindang (Meisner, 1971; Townsend, 1977). Tal y como apunta Joan Miró (2017b) precisamente uno de los elementos de tensión de los movimientos populistas se da en su proceso de institucionalización una vez el momento de efervescencia ha pasado.
En el caso chino, la Revolución Cultural es un ejemplo interesante de dicha tensión. Si bien el comunismo chino empieza un proceso de institucionalización durante los años 50 que se profundiza una vez que se aparta a Mao del poder después del fracaso del Gran Salto Adelante, vemos como en 1966 cuando el Gran Timonel quiere recuperar su posición dentro del partido y lanza la Revolución Cultural la tensión populista emerge de nuevo. Mao moviliza de nuevo un discurso que opone a unas elites corruptas del partido representadas por los burócratas /intelectuales aburguesados/contrarrevolucionarios a una idea del pueblo formado por las bases /campesinos/jóvenes guardias rojas (Meisner, 1971; Townsend, 1977). El discurso de Mao recupera el imaginario de la Revolución y apela a la subversión de las masas en contra del aparato del partido, y es el pueblo movilizado una miríada de facciones diversas quien se encarga de la acción revolucionaria al margen de estructuras estables. Ahora bien, dicho movimiento interno precisamente por su propia radicalidad es incapaz de institucionalizarse ni de construir una nueva hegemonía que se estabilice en un nuevo régimen, cosa que abrió la puerta a la emergencia de un liderazgo, representado por Deng Xiaoping que tenía como objetivo primario acabar con las tensiones populistas dentro del PCCh y reestabilizar su gobierno. Aun así, debido a su propia raíz de legitimidad el gobierno de la RPCh el partido aún conserva algunas pulsiones populistas en su retórica a pesar que pueden estallar a pesar de llevar más de medio siglo como poder institucionalizado.
Introduciendo el factor internacional en el estudio del discurso y la hegemonía
En un contexto globalizado y en el estudio del caso concreto de China, debido a su interconexión económica con el exterior y su peso en el sistema internacional, difícilmente podríamos comprender los cambios en su hegemonía interna sin dar cierto espacio para integrar los factores internacionales. Por esta razón consideramos importante aprovechar la oportunidad que brinda esta investigación para incorporar el factor internacional en el análisis de los cambios del discurso y la hegemonía de las elites chinas en la era Xi Jinping.
En este sentido, el teórico gramsciano de las relaciones internacionales[1] Robert Cox (1981), plantea que todo orden internacional viene acompañado de una serie de ideas, instituciones y normas que tienen como objetivo la solidificación de una correlación de fuerzas concreta según los intereses del hegemon del sistema internacional, tanto ideológica como materialmente. A través de esta hegemonía se legitima el liderazgo de las grandes potencias sobre una colación de estados aliados y sobre los estados subalternos, obteniendo su consenso y constriñendo sus acciones externa e internamente. Dichas ideas son diseminadas a través de instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la cultura producida por los estados hegemónicos –cine de Hollywood – universidades, etc. Así, las batallas por la hegemonía explicadas anteriormente se ven reproducidas en la escena geopolítica, a la vez de que a nivel nacional se ven travesadas por estas últimas. Con el cambio o crisis de liderazgo de la potencia dominante, el aparato ideológico que encarna también sufre, cosa que tiene sus efectos en la esfera global pero también sobre la correlación de fuerzas interna de los estados, facilitando las condiciones de posibilidad para articulaciones contra-hegemónicas a diferentes escalas. En este sentido, la crisis de hegemonía global del occidente neoliberal que eclosiona con el crack de 2008, nos brinda una situación que ha podido dar pie a la emergencia de nuevos discursos y una rearticulación de las prácticas hegemónicas tanto globales como nacionales.
Por otro lado, el sociólogo e historiador Justin Rosenberg (2006, 2010), siguiendo el concepto de Trotsky de “desarrollo desigual y combinado”, defiende que las sociedades no se desarrollan aisladas las unas de las otras, y en este sentido propone incorporar una dimensión “intersocietal” al estudio de los fenómenos políticos y sociales. Aunque en su teoría este “desarrollo desigual y combinado”, se centra fundamentalmente en el factor productivo, para el presente trabajo lo que nos interesa es la noción de que las sociedades en su evolución se ven influenciadas por sucesos que pueden desarrollarse en otras sociedades. Elemento, que en un mundo globalizado en el que dichas interacciones se dan con una intensidad e inmediatez temporal nunca antes vista, debe ser considerado parte estructural de cualquier análisis de la hegemonía.
Con el objetivo de integrar este factor sistémico en el estudio de un caso concreto, se hará uso de los discursos de las elites intelectuales y políticas chinas, así como los medios de comunicación sobre sucesos externos, especialmente aquellos que tiene que ver con la crisis de Occidente a partir de 2008, relacionándolo con los sucesos internos de China.
- Contexto histórico: El mundo y la China post-2008
A principios de los 2000 vemos que el consenso neoliberal, basado en gobiernos de carácter tecnocrático, la promoción de valores individualistas y la idea del gobierno como gestión libre de ideologías, empieza a ser cuestionada en las periferias alejadas de los centros de poder global. Por un lado, vemos la emergencia en América Latina de una serie de gobiernos nacionalistas de izquierdas, el más emblemático la Venezuela de Hugo Chávez, en la que se ponen en entredicho la obediencia a las políticas del FMI y el Banco Mundial y el dominio de las elites nacionales que las seguían, siendo esta la una de las muestras más agudas de una hegemonía neoliberal en crisis (Sader, 2008). Por el otro, en el mundo Nord-atlántico, vemos un crecimiento de la “desafección política”, y ya un tímido aumento de los movimientos populistas de derechas como el Front National en Francia. En Estados Unidos, a la par de la crisis financiera de 2008, llega Barack Obama a la presidencia, aupado por un movimiento que demandaba cambios profundos, así como la eclosión del movimiento populista de derecha Tea Party que a su vez apelaba al levantamiento de los norteamericanos con fines conservadores (Perrin, et al. 2014).
En 2011, con la consolidación de la crisis económica estalla una oleada de movimientos de protesta en Europa y Estados Unidos, inspirados por la llamada “primavera árabe”, que da inicio con el 15-M en el estado español y que se extiende con el movimiento Occupy Wall Street, que tuvo gran impacto internacional. Dichos movimientos pusieron sobre la mesa una crítica a la gestión de la crisis financiera, las medidas de austeridad y la tendencia post-política de los gobiernos tecnocráticos, siendo capaces de articular diversas demandas sociales en discursos que desafiaban la hegemonía ideológica neoliberal (Errejón, 2011, Glasius & Pleyers, 2013). No es casualidad que el filósofo Slavoj Zizek (2013) definiera 2011 como “el año que soñamos peligrosamente”.
Por lo que respecta al impacto de dichos sucesos en China podemos percibir que tanto la blogesfera, la prensa y las elites chinas se hicieron eco de estas protestas (Ma, 2011); incluso mostrando ciertas simpatías hacia ellas en la prensa oficial, como es el caso de la editorial de Chen Weihua en China Daily (Chen, 2011) criticando la mala cobertura de los medios estadounidenses del movimiento Occupy – crítica que a menudo sufren los medios chinos por parte de los occidentales. Pero sobretodo fue percibido con cautela y como un toque de atención (Hille, 2011). Por ejemplo, desde el ministerio de exteriores se declaró que las protestas debían llevar a un “tiempo para la reflexión” y el diario nacionalista Global Times se hizo eco de las protestas, aunque dejando claro las diferencias entre China y Occidente pidiendo a la población china mantenerse en calma (The Telegraph, 2011).
Y no es de extrañar si tenemos en cuenta que los dirigentes chinos desde los 90 se habían caracterizado por ser burócratas grises de bajo perfil, centrando su legitimidad en el éxito de una reforma económica, que a pesar de estar dando como fruto un crecimiento nunca antes visto, empezaba a crear serios problemas sociales. Además, Hu Jintao era un líder débil, poco carismático y que se encontró superado por los retos derivados de la incertidumbre que levantó en China la crisis económica global (Womack, 2017:401).
La sociedad china, a pesar haberse mantenido 20 años creciendo con dígitos de dos cifras, empieza a notar los costes de una desigual repartición de la riqueza tanto social como territorialmente (Xie & Zhou, 2014). La brecha entre ricos y pobres se acentúa, a pesar de que la ideología oficial de la RPCh continuara siendo igualitarista, generando el desencanto entre nostálgicos y los perdedores de la nueva China. Desigualdad acentuada, además, en el caso de la migración rural y los cambios derivados de la urbanización por la problemática del hukou que priva a los migrantes de acceso a servicios públicos y derechos (Sheehan, 2017). Un importante factor de agravio percibido entre las clases medias chinas fue también el de la creciente corrupción y los excesos de opulencia de algunos dirigentes del partido – elementos clave en los discursos de la ola de protestas de 2011 en Occidente (Wike & Parker, 2015). La población civil también se vio pagando los costes del crecimiento debido a los problemas de salud ocasionados por la contaminación. La cuestión ecológica empezó a levantar ampollas entre las clases medias, la base social sobre el cual se sustenta el apoyo al PCCh, empezando a hacer demandas a sus gobiernos locales y nacionales (Gilbert, 2012). Por otro lado, la crisis política occidental también ha servido para que sectores nacionalistas en China, ante el “declive” de Occidente empezaran a formular demandas a favor de una mayor asertividad de China en su política externa, como es el caso del experto en relaciones internacionales Yan Xuetong (2013:15).
Pero, ¿en China también se soñó peligrosamente? Al parecer había algunos dispuestos a hacerlo, tal y como nos indica la emergencia del movimiento de la Cultura Roja y la popularidad del exalcalde de Chongqing Bo Xilai (Zhoa, 2012). Bo, un líder carismático que se presentó como un outsider[2] entre las filas del partido, puso en tela de juicio el modelo de desarrollo económico chino, apostando por el incremento de políticas sociales y lanzando importantes campañas contra la corrupción y el crimen organizado (Martin & Cohen, 2011). Bo incluso puso en marcha un programa para mitigar los efectos negativos del hukou y garantizar el acceso a la vivienda y derechos para los migrantes (Sheehan, 2017).
Además, Bo no solo implementó un programa económico diferente, sino que fue capaz de articular un discurso de carácter populista haciéndose eco de malestares emergentes en el seno de la sociedad china en torno a una recuperación del imaginario de la Revolución Cultural y el maoísmo, el movimiento de las canciones rojas o la cultura roja. De esta manera fue capaz de aprovechar los propios consensos de la RPCh, defendiendo un programa alternativo sin cuestionar el liderazgo del partido, ni entrando en los marcos del liberalismo occidental, sino explotando la propia tradición comunista china, sobre la cual se basa la propia legitimidad del PCCh (Zhao, 2012). Precisamente por esto, Bo, que además estaba bien conectado, era percibido como un peligro por parte de las elites del partido y Xi Jinping. Su caída en desgracia por un polémico caso de corrupción ha sido percibida por muchos como una lucha por el poder de la cual Bo salió derrotado (Li, 2013). En este sentido, el caso de Bo es un buen ejemplo de la tensión populista que aun sobrevive en el seno de la narrativa legitimadora del PCCh, y por esto es preciso recordar que después de su caída Xi incorporó componentes del discurso de Bo en el suyo. De hecho, Xi antes de obtener su cargo oficialmente hizo un tour por la provincia de Chongqing con ánimo de conocer o hacerse identificar con el movimiento de Bo (Lam, 2010).
También es importante hacer notar que en Hong Kong en el año 2011, emerge un movimiento de protesta reclamando derechos cívicos y democráticos, Occupy Central (zhanling zhonghuan) que posteriormente evolucionaría hacia el Umbrella Movement (yusan yundong) en 2014 (Yuen, 2014). Protestas claramente inspiradas por el movimiento de los indignados y Ocuppy, con intercambio directo de prácticas e imaginario, además de una composición social similar (Beinart, 2014). Aunque finalmente las protestas no culminaron en ningún cambio directo, deben ser tenidas en cuenta ya que uno de los retos que supuso la retrocesión de Hong Kong para la RPCh es la posibilidad de que la primera se convirtiera en un foco de irradiación para ideas democráticas que pudieran contagiarse al continente (Ollé, 2005). En este sentido, lo que la revolución de los paraguas haya podido dejar sedimentado en el imaginario colectivo de Hong Kong y China puede ser en el futuro un factor disruptivo para las elites políticas chinas.
A todo esto, además debemos añadirle que en los últimos años China ha visto como su crecimiento económico se ha ralentizado, provocando el aumento de los conflictos laborales (Locket, 2017); la emergencia de internet como espacio en el que los ciudadanos expresan sus opiniones, y en el que recientemente el partido ha empezado a presentar batalla (Yang, 2017). Así como la necesidad de realizar importantes cambios en la estructura económica en la que se pretende pasar de una economía industrial a una basada en el sector terciario y las nuevas tecnologías. Este escenario ha presentado un gran reto para el PCCh, que precisaría del desarrollo de una nueva narrativa bajo el liderazgo de Xi Jinping.
- El “sueño chino”, la revolución pasiva de Xi Jinping
Ante esta situación de crisis de hegemonía global vemos que a partir de 2015 en diferentes países se dan tres posibles escenarios: primero, la cristalización de la protesta en alternativas políticas como es el caso del crecimiento de los populismos de izquierda y derecha en Europa, con las victorias de Syriza, el movimiento pro-Brexit, y especialmente la victoria de Donald Trump en 2016 – además de la victoria del populista Duterte en Filipinas. Segundo, el triunfo de una reacción “anti-populista” como es el caso de la resistencia del gobierno de Merkel en Alemania o la victoria de Macron ante Lepen en Francia (Norris, 2017). Tercero, un término medio, aquellos gobiernos que han sido capaces de adoptar ellos mismos discursos nacionalistas integrando de forma subalterna algunas demandas populares en su discurso, como el caso de Putin en Rusia, pero también en el contexto asiático tenemos a Modi en India o Abe en Japón (Detrow, 2016; Stewart, & Wasserstrom, 2016).
Tal y como se analizará en esta sección, junto con lo presentado anteriormente este trabajo considera que la estrategia de Xi Jinping debería ser encuadrada en este marco global de crisis de la hegemonía neoliberal, acentuada por la propia situación interna de China. La operación de renovación ideológica emprendida por Xi debería ser considerada por lo tanto como una respuesta a esta crisis e integrada dentro del tercer grupo descrito. Así, se considerará la narrativa desarrollada alrededor del “sueño chino” y el refuerzo ideológico del PCCh como una forma de revolución pasiva que pretende integrar aquellas demandas surgidas en el seno de la población china, aislando aquellas de carácter rupturista, con el objetivo de garantizar el liderazgo del partido comunista.
Poco después de llegar al poder vemos como Xi Jinping desarrolla una narrativa en torno a la metáfora del “sueño chino”. El objetivo de dicha metáfora es el de ser capaz de integrar las aspiraciones individuales de los ciudadanos chinos en una narrativa que los ligue con el actual reto de crecimiento económico. Así se abandona el imaginario neoliberal, utilizando una retórica nacionalista y colectivista que recupera elementos clásicos del nacionalismo chino como la idea de “rejuvenecimiento nacional” ya presente en los discursos de Sut Yat-Sen (Kallio, 2015)
Es preciso dejar claro que cuando aquí se habla del abandono de la narrativa neoliberal, esto no se circunscribe a un rechazo a las políticas económicas de privatización y libre mercado – como el caso de Donald Trump nos muestra – sino como superación de la idea cristalizada en torno al discurso del “fin de la historia” (Fukuyama, 1989), en el que se considera que la política es un mero acto de gestión tecnocrática, en la que los conflictos desaparecen y no tiene sentido ningún tipo de movilización que vaya más allá de los intereses circunscritos al individuo (Gusterson, 2017).
En este sentido vemos que el marco general que plantea Xi no pretende una ruptura con las políticas de la “reforma y apertura” de Deng Xiaoping, al contrario, él se presenta como continuador (Xi, [2012]2014). Lo que sí vemos es una exhortación a la movilización del pueblo chino en torno a la consecución del “sueño chino”, en el que se demanda su esfuerzo no para satisfacer sus objetivos individuales, que no se dejan de lado, sino que se pide que estos se integren en el objetivo compartido de “rejuvenecimiento nacional” de China a través del desarrollo económico: “The Chinese Dream is a dream of the country, the nation as well as all Chinese individuals” (Xi, [2014]2014: 70).
Así, que los individuos persigan sus propios objetivos no se sanciona, pero sí se pide que dichos objetivos sean integrados en un marco colectivo. En este sentido sí que vemos una narrativa diferente, aunque no rupturista con la narrativa de la reforma económica china en la que se exhortaba al enriquecimiento personal sin poner mucho énfasis lo demás. Xi además apela a la propia historia de la nación china como elemento unificador y como elemento de agravio tras siglos de humillación extranjera para movilizar al pueblo chino a perseguir el sueño chino o de China, y justificar la necesidad del crecimiento económico como única vía de garantizar la independencia del país (Wang, 2017:842)
Este horizonte colectivo es articulado básicamente en torno a una retórica de corte nacionalista en la que la idea del “sueño chino” actúa como argamasa que permite vincular las demandas surgidas en el seno de la población china en los últimos años, descritas en la sección anterior, en un marco colectivo en el que encontrar su acomodo. En el discurso de Xi, por tanto, vemos como además del “sueño chino”, la idea de “patriotismo” y “socialismo con características chinas” – esta última especialmente en los documentos oficiales – actúan como puntos nodales que permiten anclar de forma coherente multiplicidad de ideas y elementos dispares (Xi, [2013a]2014).
El discurso de Xi integra los tres principales elementos del discurso elaborado por Bo Xilai. El primero, la Cultura Roja impulsada por Bo Xilai, recuperando la imagen de Mao en la propaganda (Zhao, 2016). El segundo, la necesidad de desarrollar políticas de bienestar, aunque Xi liga el bienestar social con el desarrollo económico en vez de priorizar el segundo como hace la crítica izquierdista. Así, Xi recupera también una retórica tradicional del comunismo chino que pone en valor a los trabajadores y en el discurso de apertura de Xi en el XIX Congreso vemos la enumeración de 14 puntos en el que encontramos importantes referencias a una apuesta por la mejora de las condiciones de vida, a la mitigación de la pobreza; asegurar la convivencia entre las actividades humanas y la naturaleza, apostando por el desarrollo sostenible y ecológico; o el aumento de los estándares de vida a través del desarrollo (Xi, 2017). Y en el discurso de cierre del Congreso, Xi indica que China está entrando en una nueva era, en la que en la “marcha hacia la prosperidad común nadie quedará atrás” y en la que se propone como objetivo la erradicación de la pobreza (CTGN, 2018). En tercera instancia, la lucha contra la corrupción es un punto clave y muy conocido de la política de Xi Jinping, que, a pesar de ser un arma contra sus rivales políticos, es una demanda ampliamente compartida por las clases medias. Así, Xi ([2014]2014:438) acostumbra a calificar la corrupción como un enemigo a batir dentro del partido, una enfermedad que necesita ser erradicada, y ha utilizado la idea de la lucha contra la corrupción para promover el refuerzo ideológico y la necesidad de mayor control social (Xi, 2017:61)
En política internacional, ligada a la retórica del rejuvenecimiento de China vemos como Xi absorbe la retórica nacionalista pasando del tao guang yang hui (“esconde tus capacidades, mantén un perfil bajo”) a fen fa you wei (“persigue el éxito”), planteando una política exterior más activa, aunque sin salirse del discurso del crecimiento pacífico (Sorensen, 2015). A la vez que propone que el sueño de China puede ser compartido por todos los pueblos, poniendo las bases para un mayor liderazgo de China en el mundo (Xi,[2013b]2014)
En la nueva hegemonía construida por Xi Jinping vemos por tanto un ejercicio de revolución pasiva, marcado por dos articulaciones clave. Primero, vemos como Xi liga la posibilidad de consecución de las demandas absorbidas a que el liderazgo del partido se mantenga fuerte y seguro (Xi, 2017:17). Así, liga dos horizontes claves de esta nueva China a la propia historia del PCCh, el doble centenario del PCCh, en 2021 y el de la fundación de la RPCh 2049 que coincidirá en el tiempo con la revisión del status especial de Macao y Hong Kong, 2047, así como se marca el centenario de la situación de Taiwán; importantes retos en los que un liderazgo fuerte será necesario (Womack, 2017:398). A la vez que Xi ([2013a]: 2014:44) integra estas demandas también trata de moderar las expectativas, hablando siempre de una sociedad “moderadamente próspera” y de que China aún se encuentra en un estadio temprano del socialismo y lo estará durante mucho tiempo, como forma de introducir el mensaje de que los cambios tardarán en llegar. Segundo, vemos que Xi aísla de sus discursos cualquier demanda que tenga que ver con la idea de libertades civiles, a la vez que se abre a la idea de “gobierno acorde a la ley” (Xi, [2013c]2014), es decir la idea de que se gobierne con la menor arbitrariedad y dando mayor vigencia a la Constitución. De esta manera se anula el potencial subversivo de la demanda de libertades civiles a la vez que se concede la necesidad de garantizar una mayor seguridad jurídica (Xi, [2013c]2014; Xi, 2017).
El discurso de Xi absorbe elementos de otros discursos de los movimientos de protesta crecientes en la sociedad china, incluso el de serios rivales como es el caso de Bo Xilai, pero aísla aquellos elementos subversivos que pudieran poner en cuestión su liderazgo y el del partido. A la vez que vemos como les cambia el sentido, ligando las políticas sociales al desarrollo económico, la lucha contra la corrupción con la rectitud ideológica, y la demandas de mayores “derechos” las transforma en “gobierno acorde a la ley”. En este sentido vemos que Xi no plantea rupturas de ningún tipo, sino que en su discurso encontramos referencias tanto a la “reforma y apertura” de Deng, como a la “sociedad armoniosa” de Hu, entre otros. Por tanto, difícilmente se podría considerar a Xi Jinping como populista, tal y como ha sido calificado por algunos medios occidentales (ver Babones, 2017), dado que su discurso en ningún momento plantea una escisión entre el pueblo chino y una elite que deba ser desbancada. Se apela a la movilización del pueblo, pero para avanzar hacia al futuro no para romper con el pasado. De hecho, más allá de elementos distorsionadores como el separatismo, la corrupción o el individualismo, vemos que la concreción de la alteridad interna del discurso de Xi es bastante difusa. A nivel externo sí que es más clara, siendo el imperialismo extranjero especialmente el de los Estados Unidos de América, y su demanda de “Asia para los asiáticos”, pero nada más allá de una retórica nacionalista clásica (Jacobson, 2016). Así, tal vez sería más preciso plantear que al igual que hizo Deng en su momento, parece que uno de los objetivos de Xi es más bien contener las tensiones populistas existentes en el mismo seno del partido que alimentarlas.
- Conclusiones
El presente artículo ha pretendido dar respuesta a las razones existentes tras el rearme ideológico del Partido Comunista Chino bajo el liderazgo de Xi Jinping, poniendo atención al papel ejercido tanto por factores internos y externos, así como analizando como la nueva narrativa de Xi se ha articulado alrededor de la metáfora del “sueño chino”.
Con este fin se han utilizado las herramientas teóricas y metodológicas de la Escuela de Essex para el estudio del discurso y la hegemonía. Además, con el objetivo de entender la emergencia del discurso de Xi Jinping no sólo en los términos de China sino de un contexto global se han trazado las conexiones entre los movimientos de protesta en China y el resto del mundo, así las respuestas que ha dado Xi con la de otros dirigentes frente a problemas similares. Aun así, esta comparativa y el impacto de los factores internacionales en los cambios de discurso en el gobierno chino es un campo que necesitaría de mayor investigación el futuro.
El presente análisis ha permitido, primero, presentar que a principios de los 2000 y especialmente después de la crisis económica, emerge un contexto internacional marcado por la emergencia de movimientos políticos de diferente signo, contrarios a la hegemonía neoliberal. En segundo lugar, en China empiezan a crecer las problemáticas sociales derivadas del crecimiento económico, dando paso a la emergencia de movimientos de protesta con elementos de similitud con lo que pasa en otras partes del mundo, que ponen en alerta a las elites chinas. En tercer lugar, ante esta situación y la aparición de movimientos populistas en el seno de China como el de Bo Xilai, las elites políticas chinas empiezan a percibir que la era de los burócratas grises ha llegado a su fin. Seguramente la evolución política de América Latina primero, y Europa y Estados Unidos posteriormente se lo confirmaron.
Es por eso que Xi Jinping ante un contexto convulso tanto interna como externamente y la necesidad de empezar una nueva etapa en China, opta por la elaboración de una nueva narrativa más fuerte que ayude a legitimar el liderazgo del partido a la vez que dar salida a las demandas de los ciudadanos chinos sin poner en peligro el statu quo; lo que se conoce en teoría gramsciana como revolución pasiva. Xi Jinping alrededor del marco del “sueño chino”, utilizado como punto nodal de su discurso a través del cual es capaz rearticular en un nuevo sentido las demandas crecientes en el seno de la sociedad china, liberándolas de su potencial disruptivo y ligando su consecución con el objetivo del mantenimiento del liderazgo del PCCh y Xi Jinping.
Así se concluye que Xi ha sido capaz de integrar una serie de retos que se le han planteado de forma coherente en su discurso y a la vez utilizarlo para afianzar tanto su posición como la del partido como líderes de la sociedad china. Ahora bien, al absorber algunas de estas demandas se debe tener en cuenta que Xi las ha legitimado y por tanto en caso de no ser capaz de cumplir con sus promesas, por vagas que sean, puede dar pie a la reemergencia de la pulsión populista tanto dentro como fuera del Partido Comunista de China.
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[1] Otros autores del campo de las relaciones internacionales, aunque con perspectivas alejadas de la idea de hegemonía utilizada aquí, tienen perspectivas similares sobre la importancia de las normas e instituciones internacionales para facilitar o asentar el dominio de una potencia en el sistema internacional, como es el caso del neorrealista Mearsheimer (1995) o el liberal Joseph Nye (2004) y su idea de soft power.
[2] A pesar de que su padre era uno de los Ocho veteranos del partido, se lo consideró un outsider tanto por su estilo como por su estrategia de movilización del pueblo para reafirmar su posición al margen de los canales de patronazgo (Milks, 2010).