A comienzos de 2017 Barry Naughton, economista y reconocido especialista en China de la Universidad de California en La Jolla, hizo una pregunta directa en el título de su texto publicado en Journal of Economics Perpective: “¿Es China socialista?”. En síntesis, dijo: Han pasado 40 años desde que Deng Xiaoping rompió dramáticamente con la ideología maoísta y la variante maoísta del socialismo. Desde entonces, China se ha transformado. Hace cuarenta años, en 1978, China era indudablemente una economía socialista de la conocida y bien estudiada variante de la «economía bajo mando central” (command economy), aunque estaba más descentralizada y menos planificada que su progenitor soviético. Veinte años atrás, es decir, a fines de la década de 1990, China había descartado por completo este tipo de socialismo y se estaba moviendo decididamente hacia una economía de mercado. China hoy en día es bastante diferente tanto de la economía dirigida de hace 40 años, como del «capitalismo salvaje” (Wild West Capitalism) de hace 20 años. A lo largo de estos cambios enormes, China siempre ha afirmado oficialmente ser socialista. ¿La etiqueta «socialista» tiene sentido cuando se aplica a China en la actualidad?[1]
No fueron pocos los que se plantearon similar pregunta ante el escenario internacional generado hace un año atrás: mientras Donald Trump llegaba a la Casa Blanca proclamando el proteccionismo y sacando a Estados Unidos del Transpacific Partnership (TPP), Xi Jinping aparecía en el Foro Económico Mundial de Davos haciendo la defensa profunda del comercio libre y el multilateralismo. «No habrá ganadores en una guerra comercial. Seguir el proteccionismo es como encerrarse uno mismo en un salón oscuro: puede que evite el viento y la lluvia, pero también se quedarán afuera la luz y el aire», señaló Xi Jinping en el estilo propio de sus metáforas políticas. Para Kamal Ahmed, editor de economía de la BBC, lo que allí se dio fue la expresión de una política de presencia global fuerte de China. «La destacada participación china en el Foro Económico Global de Davos, el lanzamiento del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura como rival del Banco Mundial dominado por Estados Unidos y la resurrección del corredor de comercio de la Ruta de la Seda desde Asia al Medio Oriente y Europa, son todas estrategias que apuntan en una dirección: “el entusiasmo de Xi Jinping por una China en expansión», dijo Ahmed, mientras su medio subrayaba las dimensiones del nuevo escenario: “Es el mundo al revés. En Davos, el sitio de reunión por excelencia de la elite capitalista pro globalización, el último gran defensor de un mundo sin barreras comerciales es el secretario general del Partido Comunista chino”. [2]
El texto de Naughton parte por señalar que no existe una definición única de “socialismo” bajo la cual analizar distintas experiencias acogidas a ese marco político (un universo que va desde la visión socialista de los nórdicos hasta aquellas más ortodoxas en el marxismo-leninismo). Pero, desde la perspectiva económica y sus propuestas de desarrollo social, estima posible identificar cuatro características determinantes para ese análisis. “Primero, en un régimen socialista el gobierno controla una parte suficiente de los recursos de la economía que tiene la capacidad de dar forma a los resultados económicos. Una definición tradicional de socialismo incluye «la propiedad de los medios de producción», pero también cabe incluir la capacidad de controlar los activos y los flujos de ingresos, a través de impuestos y autoridad reguladora. En segundo lugar, un gobierno socialista tiene la intención de dar forma a la economía para obtener resultados que son diferentes de lo que produciría un mercado sin intervención o control. En tercer lugar, dado que un gobierno socialista generalmente se justifica a sí mismo como beneficiar a los ciudadanos menos acomodados, es natural buscar evidencia de si tales políticas están teniendo éxito en los resultados que involucran crecimiento, seguridad social y redistribución a favor de los pobres. En cuarto lugar, un gobierno socialista debe tener algún mecanismo a través del cual la población en general puede influir en la política económica y social del gobierno, por lo que la política muestra al menos algunos respuesta a las preferencias cambiantes de la población”.
Y a partir de esos cuatro referentes el autor analiza en detalle la evolución del desarrollo de China, especialmente en los últimos veinte años. Reconoce la fuerza de la planificación, identifica los estímulos al desarrollo regional como un dato que moviliza a los líderes locales, asume la transformación industrial y las modernizaciones en marcha, pero a la vez detalla la forma en que la desigualdad se ha incrementado – como lo demuestra el Coeficiente Gini – y como la deuda en las provincias se ha expandido desafiando el orden de las cifras nacionales. ¿Cuál es su conclusión? “En mi opinión, China no puede ser considerada un país socialista hasta que logre un progreso mucho mayor cumpliendo con sus propios objetivos de política en seguridad social universal, redistribución modesta de los ingresos y mejora de los problemas ambientales. A su vez, alcanzar estos objetivos casi seguramente requerirá mucho más programas de reforma económica robusta” dice Naughton. Pero junto a ello, en sus últimas frases, se abre a la perspectiva de un modelo chino socialista de características distintas: “Xi parece favorecer un esfuerzo para hacer que el sistema sea más socialista, haciendo hincapié en los objetivos colectivos y la dirección de arriba hacia abajo. Por lo tanto, incluso aquellos que juzgan que el sistema chino de hoy no es socialista debieran considerar que el ideal socialista sigue siendo allí influyente, y el sistema puede continuar evolucionando en la dirección de instituciones «socialistas» y redistributivas. Cuando eso suceda, la combinación de atributos cambiará, y un «modelo chino» de socialismo puede comenzar a surgir”.
Demanda/Desarrollo: la contradicción fundamental
Nos hemos detenido en el texto de Naughton por la seriedad con la cual analizó el tema en los mismos momentos del discurso del presidente Xi Jinping en Davos. Pero también porque sirve como plataforma para mirar desde allí lo dicho por el mandatario chino al presentar su Informe ante el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh), en noviembre pasado. Xi da cuenta de todos los avances registrados en cinco años entre el anterior congreso y esa cita, hay entusiasmo en sus palabras, afirmaciones fuertes, pero a la vez reconoce que la tarea pendiente aún es grande. Sin embargo, la clave de ese texto está en la convocatoria a reordenar la teoría marxista para convocar a “una nueva etapa de socialismo con características chinas”. La lectura de Naughton sobre el devenir chino se ubica en el ámbito de las cifras, las gestiones, la distribución y resultados en políticas concretas. La lectura de Xi se ubica en el espacio de un nuevo proyecto político que redefine lo que el pensamiento marxista consideró siempre “la contradicción fundamental”.
Desde el siglo XIX, analizando las contradicciones entre las clases, Marx destacó una contradicción fundamental del sistema capitalista, aquella por la cual el carácter social de la producción se contradice con la forma de apropiación privada de los beneficios, la llamada contradicción capital-trabajo. Es cierto que la irrupción de las tesis neoliberales, más globalización, más crisis del 2008 ha llevado a varios teóricos de izquierda a poner el foco en el nuevo fenómeno del predominio del capital financiero globalizado sobre la economía real. Ello ocurrió con fuerza en las últimas décadas, llevando a una pérdida importante en los procesos de acumulación capitalista, tal como se venían dando históricamente. Y al hacerlo, han planteado que el socialismo (ese de Europa, especialmente) debe asumir que la contradicción esencial contemporánea está en la relación ciudadanía-mercados financieros. [3]Pero Xi Jinping llama a otro enfoque y lo hace desde la praxis en un país de 1.350 millones de habitantes, gobernado por un PCCh con 80 millones de militantes y que en algo más de treinta años ha vivido uno de los procesos de desarrollo más acelerados en la historia. Para el actual líder de China “la contradicción principal de la sociedad de nuestro país ha pasado a ser la que existe entre la creciente demanda del pueblo de una vida mejor y el desarrollo desequilibrado e insuficiente”.[4] En esencia, si la contradicción se hace evidente cuando hay una incompatibilidad mayor, aquí se da en la tensión crítica demanda-desarrollo suficiente.
La explicación de Xi ante el Congreso ese 18 de Octubre abre una perspectiva de análisis para la crisis de muchos otros socialismos que, tras haber generado grandes avances y desarrollos sociales, se han encontrado en la incapacidad de responder a las nuevas demandas y visiones de amplios sectores cuya calidad de vida mejoró, precisamente, por esas políticas públicas que les favorecieron. Realidades de América Latina y Europa son ejemplos concretos. La descripción de Xi es altamente ilustrativa:
“Habiendo resuelto de modo sólido el problema de vestir y alimentar a sus más de mil millones de habitantes, nuestro país ha alcanzado en general una vida modestamente acomodada y dentro de poco culminará la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada; el pueblo plantea demandas cada día más amplias en su búsqueda de una vida mejor, formulando no solo exigencias más elevadas en lo referente a la vida material y cultural, sino también exigencias cada vez más numerosas en varios ámbitos, entre ellos los de la democracia, el imperio de la ley, la equidad, la justicia, la seguridad y el medio ambiente. Al mismo tiempo, dado que en términos generales el nivel de las fuerzas productivas sociales de nuestro país se ha elevado notoriamente y la capacidad productiva de la sociedad ha pasado a engrosar las primeras filas del mundo en muchos terrenos, el problema más conspicuo es el del desequilibrio y la insuficiencia del desarrollo, problema que ha devenido el principal factor que restringe la satisfacción de la creciente demanda del pueblo de una vida mejor”.[5]
Como es obvio, en China se ha estudiado y se sigue analizando lo que ocurrió con la caída de los Estados Socialistas en Europa y el fin de la Unión Soviética. Los factores de incapacidad en la conducción política a la luz del desarrollo y aspiraciones de sus sociedades, las carencias de capital para avanzar en los procesos de industrialización ligados a la revolución tecnológica y digital, la pérdida de una cultura compartida de ideales mayores. Son temas presentes en el Informe mostrando como China, el PCCh y el propio Xi con el Comité Central están conscientes de esos desafíos. Da cuenta de los avances mayores logrados con la aplicación de los últimos Planes Quinquenales, pero a la vez es claro en identificar las tareas por hacer que el itinerario hacia una sociedad socialista avanzada se cumpla. Xi no elude la dimensión de esos desafíos derivados de la gran transformación social en China:
“Por otra parte, debemos ser conscientes de que nuestra labor todavía adolece de muchas deficiencias y de que nos enfrentamos con no pocos desafíos y dificultades. Los principales son estos: aún no se han solucionado algunos problemas destacados relativos al desequilibrio e insuficiencia del desarrollo; su calidad y rendimiento siguen sin ser altos, la capacidad de innovación no es lo suficientemente fuerte, el nivel de la economía real está por elevarse y la protección del entorno ecológico constituye una ardua tarea y un largo camino; en cuanto a las condiciones de vida del pueblo, persisten múltiples puntos débiles, el acometimiento de lo más duro en la liberación de la pobreza es una dura tarea, la disparidad en el desarrollo entre la ciudad y el campo y entre las regiones, así como en la distribución de los ingresos de los habitantes siguen siendo considerablemente grande, y las masas se enfrentan con una cantidad nada desdeñable de dificultades en ámbitos como el empleo, la educación, la asistencia médica, la vivienda, los servicios a la vejez, etc.; el nivel de la civilización social todavía no se ha elevado; las contradicciones y problemas sociales se entrelazan y solapan, la tarea de gobernar integralmente el país según la ley sigue siendo trabajosa y los sistemas y la capacidad para gobernar el país continúan esperando su fortalecimiento; la lucha en el campo ideológico sigue siendo compleja y la seguridad nacional se halla ante nuevas circunstancias; es necesario implementar en mayor medida algunas disposiciones de la reforma y algunas políticas y medidas importantes; y en cuanto a la construcción del Partido, subsisten no pocos eslabones débiles. Para solventar todos estos problemas, debemos redoblar nuestros esfuerzos”.
Tomando estas afirmaciones como referencia, se podría señalar que Naughton encuentra en ellas suficientes apoyos a sus análisis de lo que falta a China para ser país socialista. Sin embargo, en el Informe de Xi hay un trasfondo que reubica la visión bajo la cual se despliega la propuesta socialista china: una interacción de Estado, Mercado y Sociedad distinta de aquella sustentada por el neoliberalismo en las últimas décadas. Y con ello una reformulación del socialismo desde el devenir chino. Ese trasfondo está en definir un Estado fuerte, organizador, unificador y conductor desde un proyecto político claro y con metas a largo plazo; un Mercado llamado a generar innovación y crecimiento bajo dinámicas de comercio ágiles y libres en lo interno y externo; una Sociedad determinada por oportunidades y protecciones donde los sueños individuales encuentren coherencia con los sueños colectivos como país y como civilización.
Al hablar en noviembre 2017 con académicos chinos en Beijing, durante el simposio de Think Tanks para analizar el Informe y las decisiones del XIX Congreso, estos reconocían que hoy recogen de Marx los aportes teóricos sobre la llamada etapa inicial (o inferior) en el avance hacia la sociedad comunista, en la cual según esas tesis se conservan muchos rasgos de la sociedad capitalista. “Nuestro país aún se halla y permanecerá largo tiempo en la etapa primaria del socialismo, nuestro estatus internacional es de mayor país en vías de desarrollo” dijo Xi en su discurso. Allí está China, señalan, ajustando todo ello, por cierto, a las realidades del siglo XXI y su globalización. Pero también, desde el 2000 en adelante, emergió con fuerza el rescate del pensamiento de Confucio y sus seguidores, donde los ejes esenciales están dado por el respeto al superior (sea el emperador, el abuelo, el padre, el hermano mayor, entre otros) y la búsqueda de la armonía como ordenador de la convivencia social. En otros términos, de uno toman lo que dijo hace un siglo y medio; del otro su pensamiento elaborado hace 2.500 años.
Trasfondo de la propuesta mirada desde América Latina y Europa
Y entender esa interacción en la China del siglo XXI es uno de los desafíos mayores de occidente. Hay un orgullo nuevo en la China de hoy, con una mixtura de raíces, las milenarias y las contemporáneas. Eso estuvo latente en el Informe, aunque los nombres de ambos pensadores no fueron explícitos, pero sí su trascendencia. Al dar cuenta de avances en la tarea del PCCh, Xi señala: “el socialismo con peculiaridades chinas y el sueño chino han penetrado hondamente en la conciencia de la gente; los valores socialistas esenciales y la excelente cultura tradicional china se han difundido vastamente; y las actividades de masas fomentadoras de la civilización espiritual se han desplegado con solidez”. Y aún más fuerte en las palabras emocionales hacia el final de su discurso:
“Cuando prevalezca la Gran Virtud, el mundo será de todos. Nosotros, con los pies plantados en este vasto territorio de más de 9,6 millones de kilómetros cuadrados, absorbiendo los nutrientes de la cultura acumulada por la nación china en su prolongada lucha de más de 5.000 años y con la majestuosa fuerza convergente de los más de 1.300 millones de chinos, al avanzar por el camino del socialismo con peculiaridades chinas contamos con el inconmensurable espacio del escenario que nos ofrece nuestro tiempo, un sedimento histórico de una profundidad sin parangón y una inmensa y fuerte firmeza para avanzar”.
La confianza en el proyecto propio del socialismo y las metas del llamado “sueño chino”, inspirado en la búsqueda del desarrollo como meta principal, tiene la novedad que esta vez no se plantea sólo como propuesta para el futuro de China, sino también como proyección alternativa en el devenir futuro a nivel mundial. En esta “nueva etapa” Xi define que los logros de la potencia asiática emergen como respuesta alternativa, revitalizadora del pensamiento socialista. Y ello no es un tema menor considerando las crisis del socialismo y las izquierdas tanto en Europa como en América Latina. Esta es la frase clave en el Informe:
“Camaradas: la entrada del socialismo con peculiaridades chinas en la nueva época reviste un gran significado tanto para la historia del desarrollo de la República Popular China y de la nación china, como para la historia del desarrollo del socialismo mundial y de la sociedad humana. Todo el Partido debe afianzar su confianza y actuar con entusiasmo y espíritu emprendedor, para conseguir que el socialismo con peculiaridades chinas exhiba una vitalidad aún más pujante”.[6]
Sólo un par de semanas después del Congreso del PCCh y de ese discurso de Xi, se realizó en República Dominicana la reunión para América Latina y el Caribe de la Internacional Socialista. Los principales temas a debatir fueron: «Prioridades de hoy en las políticas que impulsamos en la región» y «Las ausencias y déficit de la democracia en América Latina y el Caribe». Allí Miguel Vargas, vicepresidente mundial de la entidad y canciller de República Dominicana se refirió a la situación económica y política que vive la región y dijo que «si bien es cierto que durante el presente siglo la inversión social con respecto al PIB en América Latina y El Caribe ha aumentado de 11% a 14,6 % según cifras de la CEPAL, la desigualdad sigue siendo el principal reto de nuestra región. Es nuestro mayor obstáculo para alcanzar el desarrollo sostenible y lograr el bienestar y la prosperidad de nuestros pueblos». Para combatir la desigualdad, propuso, «impulsar políticas de empleo que garanticen a nuestros ciudadanos, trabajo digno y bien remunerado, ello será posible si somos capaces de diseñar un modelo económico que incentive la inversión y deje atrás los hábitos rentistas del emprendedor latinoamericano». Ante la crisis de Venezuela – motivo principal que llevó a la suspensión de la Cumbre Unión Europea/Comunidad de Estados Americanos y del Caribe – sólo hubo palabras de preocupación y denuncia, sin mayores logros políticos frente al creciente autoritarismo del gobierno de Nicolás Maduro.[7]
Los impulsores del denominado “socialismo del siglo XXI” han visto decrecer sustancialmente su influencia en la región. La caída del precio del petróleo, la situación de extrema ingobernabilidad en Venezuela, el ascenso de gobiernos de derecha en Argentina, Chile y Brasil, el nepotismo autoritario en Nicaragua y otras situaciones han llevado a la percepción que la hora de las izquierdas – en su enfoque aún del siglo pasado – ha pasado en la región. Hay en ello razones diversas, pero el consenso está en la evolución vivida por la sociedad, en el ascenso de las clases medias y en las nuevas demandas derivadas de aspiraciones por una mejor calidad de vida. Los partidos ligados a las corrientes socialistas han terminado por ser administradores de crisis y de coyuntura, sin terminar de entender la evolución de una ciudadanía cada vez más consciente de la interacción entre lo local y lo global.
¿Pondrán bajo su análisis las izquierdas latinoamericanas el Informe de Xi Jinping y los alcances de su propuesta de socialismo? Por ahora no hay evidencias al respecto, pero uno de los resultados del 2° Foro CELAC-China, enero de 2018 en Santiago de Chile, fue incrementar los vínculos del PCCh con los partidos políticos de la región. Con todo, hay políticos – como el chileno Sergio Bitar, fundador de un partido ligado a la Internacional Socialista y ahora dedicado profundamente a la prospectiva – para quienes al frente hay un desafío mayor: “Es muy importante plantearse el tema y cuál es la contradicción. Normalmente la hemos colocado en la propiedad de los medios de producción y en el partido único, en el mercado o el Estado. Sin embargo, hoy el debate está en saber encarar la globalización de forma que evite la fractura social, que resuelva el tema de los rezagados, que regule el sistema financiero, que respete derechos, que deje espacio para la libertad y la innovación, que logre armonía como dicen los chinos. El desafío principal ya está en cómo se alcanza mayor cohesión social, inclusión y participación, junto al ejercicio de los derechos”.[8]
Pero también está Europa, otro escenario para pensar en este reenfoque de la contradicción principal. El discurso de Xi llega en momentos donde el socialismo europeo vive una crisis mayor y por razones similares a las que preocupan a Xi cuando mira al futuro: dar gobernabilidad a los países teniendo como referente principal la situación de los ciudadanos. La derrota sufrida por el Partido Socialista en Francia, el inmovilismo en que se aprecia entrampado al PSOE en España, el mínimo común al que ha llegado el Pasok en Grecia, el papel de los socialistas en Portugal y en Alemania, las perspectivas de la izquierda en Italia dan cuenta de como las políticas de austeridad aplicadas tras la crisis de 2008 han generado divisiones y alejamiento de los socialistas de las que eran sus bases de sustentación ideológica y apoyo ciudadano. La necesidad que tuvieron de acoplarse a un sistema liberal los llevó a cambiar sus programas y a reunir personas de diferentes tendencias políticas, por lo que la base socialista que los caracterizaba se fue suavizando y, en cierta forma, diluyendo su identidad. En la ciudadanía, especialmente en los jóvenes, se hizo evidente que la opción europea apuntaba a salvar primero a los bancos antes que a las personas.
¿Podrá tener alguna influencia la contradicción esencial que plantea Xi como punto de partida del quehacer de los socialistas europeos en reconstruir su pensamiento? No parece abierto ese espacio porque desde Europa se mira a China como el gran mercado y la potencia en ascenso, pero con la cual hay una diferencia fundamental en los conceptos de democracia. Con todo, el diálogo China/Europa seguirá viviendo momentos de búsqueda, de identificación de similitudes y diferencias en las proyecciones de Platón y Confucio en el siglo XXI, de relecturas del marxismo a la luz de las realidades contemporáneas. Y dos circunstancias concretas darán esos escenarios: los 200 años del nacimiento de Karl Marx (5 mayo 1818) y la realización del Congreso Mundial de Filosofía en Beijing (agosto 2018), gran evento con la concurrencia de pensadores de todo el mundo cuya cita anterior – simbología de los tiempos -, tuvo lugar el 2013 en Atenas.
En ambas circunstancias, especialmente en la última, estará latente como desafío el concepto de “destino común de la humanidad”, formulación clave en el discurso de Xi. ¿Qué es lo común hoy? ¿Hacia dónde los chinos ven ese camino o destino posible de compartir? ¿Cuál es la concepción de humanidad bajo la cual asumen la presencia de China en el devenir global? Son cuestiones mayores donde la intelectualidad china trabaja y seguirá trabajando en la construcción de diálogo con otras miradas, como las europeas, latinoamericanas y también norteamericanas para avanzar en esa plataforma conceptual. En ello su referente será demostrar como la contradicción fundamental, inspirada en el pensamiento marxista, hoy es otra. Allí estarán como dato persistente las afirmaciones de Xi:
“Hemos de comprender que este cambio de la contradicción principal de nuestra sociedad es un cambio histórico que afecta a la situación en su conjunto y que plantea muchas exigencias nuevas a la labor del Partido y del Estado. Sobre la base de seguir impulsando el desarrollo, debemos esforzarnos por resolver adecuadamente el problema de su desequilibrio e insuficiencia, así como mejorar enérgicamente su calidad y su rendimiento, a fin de poder colmar aún mejor las crecientes necesidades del pueblo respecto a la economía, la política, la cultura, la sociedad, la ecología y otros ámbitos, e impulsar todavía mejor el desarrollo integral de las personas y el progreso de la sociedad en todos los sentidos”.
[1] Barry Naughton, Is China socialist? JOURNAL OF ECONOMIC PERSPECTIVES
VOL. 31, NO. 1, WINTER 2017 (pp. 3-24)
[2] http://www.bbc.com/mundo/noticias-38655307
[3] http://www.acordem.org/2011/08/17/la-contradiccion-fundamental/
[4] Socialism with Chinese Characteristics for a New Era, Xi Jinping. (Spanish Version).Released by Xinhua News Agency on Nov.3
[5] Ibid.
[6] Ibid. Pag 12.
[7] http://www.7dias.com.do/portada/2017/11/03/i236300_internacional-socialista-expresa-preocupacion-por-grave-crisis-venezolana.html#.WoL8CyXOXIU
[8] Comentarios al autor tras conocer un primer texto de lo afirmado aquí.