Se multiplican las noticias preocupantes que llegan de China. El pasado junio, niños y mayores, algunos deficientes mentales, eran rescatados de fábricas ilegales de ladrillos en la provincia de Shanxi, a donde muchos de ellos habían sido llevados a la fuerza. La adulteración de medicamentos y productos de consumo de uso cotidiano (desde los dentífricos a comida para perros) está generando considerables y lógicos temores en muchos países desarrollados. El made in China se ve con lupa aunque, por el momento, las exportaciones no se ven afectadas en absoluto e incluso los cálculos oficiales estiman que este año, China desplazará a Alemania como segundo país en volumen de comercio exterior.
Pero los desajustes tienen más caras y son menos anecdóticas. Los niveles de contaminación ambiental no ceden e incluso se registraron recientemente episodios de cierta gravedad como la contaminación del lago Taihu, cerca de Wuxi, en Jiangsu, dejando a varios millones de personas afectadas. El primer ministro Wen Jiabao considera este año como crucial, tanto en materia de control de la emisión de contaminantes como de ahorro energético. En 2006, el consumo de energía debía reducirse en un 4%, pero solo lo hizo en un 1,23%. A este ritmo, señalaba el primer ministro chino el pasado 27 de abril, el desarrollo chino no es sostenible. Pero para cambiar en serio la tendencia sería necesario mejorar la calidad y la estructura del crecimiento económico del país. Y no es fácil. El sector terciario, que consume poca energ’ia, ha reducido sin cesar su participación en el PIB durante los últimos años (40,7% en 2004, 40% en 2005, 39,5% en 2006).
Por otra parte, el frente social se complica. El desequilibrio en la distribución de los frutos del rápido desarrollo económico no encuentra rápido remedio. La situación en el campo preocupa y mucho porque las condiciones materiales no son buenas, el ecosistema está muy dañado y los funcionarios siguen abusando de su poder. Según estadísticas oficiales, el ingreso promedio de los campesinos en 2006 fue de unos 463 dólares, menos de un tercio del atribuido a los residentes urbanos.
Los incidentes violentos van en aumento y sus causas se multiplican. Por ejemplo, los errores de diagnóstico y las operaciones malogradas en clínicas y hospitales locales se traducen desde hace años en un aumento de las agresiones en el sector clínico, reconocía el viceministro de salud, Chen Xiaohong, en abril último. No solo irritan las negligencias, también, y sobre todo, los abusos que son el pan de cada día: el personal exige honorarios extra o, en ocasiones, deben trabajar bajo amenaza de los familiares del paciente. Por otra parte, las dificultades para hacer observar la política del hijo único, en vigor desde hace 30 años, son cada vez mayores. Entre otras razones, porque ahora son muchos los que pueden pagar la multa correspondiente (celebridades, empresarios privados, etc.) y saltarse la sanción administrativa (cambio de puesto de trabajo y reducción del salario) al gozar de mayor autonomía. Recientemente se ha sabido que unos 2.000 responsables del PCCh de la provincia de Hunan, en el centro de China, incumplían la política del hijo único. En mayo último, en la provincia de Guangxi, millares de personas se rebelaron contra las multas impuestas por este motivo, quemaron coches y autobuses, poniendo en jaque a las autoridades.
También es verdad que hay otra realidad menos acuciante. La previsión de crecimiento del PIB para 2007 se estima en el 10,8%. Los bancos comerciales aumentarán su beneficio en un 30% en el mismo año. La confianza de las empresas en la economía sigue batiendo récords. También el clima de negocios. De aquí a 2009, el 60% de las marcas de lujo de todo el mundo dispondrán de fábricas en China. La propia demanda local de productos de lujo ha superado en un 60% la capacidad de fabricación de los proveedores occidentales. Recientemente, el alcalde de Shenzhen, ciudad símbolo de las reformas económicas, reclamaba a sus 11 millones de habitantes, que no compraran más coches, para no agravar el colapso del tráfico urbano. China ya ha superado a Japón como segundo mayor mercado de automóviles del mundo, por detrás de Estados Unidos. Pero estos índices y expectativas no restan preocupación al Gobierno chino, con dificultades serias para moderar el crecimiento (varios gobiernos locales, por ejemplo, han establecido objetivos de crecimiento superiores al señalado por el Gobierno central en un 2,4% por término medio), la inversión y el superávit comercial.
Consciente de los peligrosos efectos sobre la estabilidad interna y su imagen internacional, el PCCh y el Gobierno no se han quedado de brazos cruzados, aunque en su reacción predominan los “tics” de otras etapas. En primer lugar, se han aumentado los subsidios para garantizar un mínimo de subsistencia a la población rural. Por otra parte, la aprobación de una nueva normativa laboral ha ido acompañada de una intensa campaña contra la contratación ilegal de trabajadores y la inspección de numerosos centros de trabajo, especialmente en el sector privado. En tercer lugar, otra campaña se ha orientado al combate contra los clanes mafiosos en todo el país, con especial atención a los cultos perversos y religiones ilegales que proliferan en el campo, donde el orden social presenta crecientes grietas. En cuarto lugar, se ha decretado una movilización general en favor del ahorro de energía y contra la contaminación. En quinto lugar, el control político de los conflictos. A primeros de este mes, una circular del departamento de organización del PCCh estipulaba que la capacidad para contener la agitación social será un factor clave en la promoción de los funcionarios chinos y que los débiles no serán promovidos.
Poco de cuanto ocurre es nuevo. Lo novedoso es su transcendencia local e internacional. Lejos de ocultarlo, cada problema es utilizado como un señuelo para enviar un mensaje a la sociedad y a la comunidad internacional, evidenciando el compromiso con una gestión que aspira a recuperar el equilibrio y la “armonía”, palabra de orden del actual momento político chino. Pero la piedra de toque de todo el proceso es la lucha contra la corrupción. Solo el cabal cumplimiento de sus funciones por parte de los funcionarios a todos los niveles puede garantizar al Gobierno central la observación de sus políticas. Beijing, como señaló Hu Jintado en su discurso del 25 de junio en la Escuela Central del PCCh, quiere hacerse oír en todo el territorio chino restableciendo la disciplina y la lealtad ideológica interna. Así, mientras el Diario del Pueblo invita a los militantes del PCCh a mantener una actitud modesta y prudente, a llevar un estilo de vida sencillo y elegir bien su circulo de amistades, la Comisión Disciplinaria instruye expedientes sancionadores a miles de militantes (en lo que va de año, casi un 3% más que en 2006) y deja sentir su rigor con expulsiones ejemplares (como la del jefe del Partido en Shanghai, Chen Liangyu) y condenas a muerte (como la reciente del ex jefe de la agencia del medicamento de China, Zheng Xiaoyu). Desde mayo, los funcionarios que hayan incurrido en negligencia o abuso de poder serán avergonzados públicamente. El comportamiento ético, a todos los niveles, es lo que más se ha degradado en China en los últimos años.
La utilidad a medio plazo de estas medidas, muy oportunas para que Hu Jintao afirme su poder de cara al XVII Congreso del PCCh, está por ver. La solvencia económica actual debería aprovecharse para afrontar las muchas contradicciones existentes, aliviar los problemas del campo, construir una red de seguridad social y mejorar la educación y la salud. Las autoridades lo saben. China dispone hoy día de mayores recursos para mejorar los servicios sociales. Esas carencias están en el origen de las múltiples tensiones del presente.