La China determinada de Xi Jinping Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

¿Qué balance podemos hacer del recién clausurado XX Congreso del Partido Comunista de China? Por extraño que parezca, la clave última puede residir en la reforma de los estatutos del Partido. Habitualmente, en este tipo de eventos y en cualquier formación política, esto constituye casi un asunto de menor calado. Sin embargo, en esta China de Xi Jinping en la que la ideología avanza a marchas forzadas sobre el pragmatismo, las innovaciones en este aspecto pueden ser trascendentales.

En efecto, entre los conceptos introducidos figura el de las “dos determinaciones”, que en la narrativa del Partido se ha repetido generosamente en los últimos tiempos. ¿Qué quiere decir? Dos cosas: que Xi Jinping es el “núcleo” inexpugnable del Partido al que todos deben lealtad, y que sus ideas –el xiísmo– constituyen el pensamiento guía principal en esta “nueva era”.

La onda expansiva del concepto en el balance del XX Congreso del PCCh sugiere otras dos determinaciones esenciales que impregnan y explican el sentido de algunas decisiones clave, incluyendo la conformación del liderazgo. Primera, la firme voluntad expresada por sus actuales dirigentes de llevar a China hacia la meta del segundo centenario –el primero, el año pasado, fue el del Partido; el segundo será en 2049, cuando se cumplan cien años de la fundación de la República Popular– culminando ese largo proceso histórico de modernización del país, que si bien arranca a finales del siglo XX tiene en la irrupción del PCCh en 1921 un momento referencial. Y segunda, la determinación del Partido de liderar de forma absoluta y hegemónica ese proceso, sin concesiones, con fidelidad a la misión fundacional.

La “revolución interna” anunciada por Xi para poner plenamente a punto ese partido en formación tortuga, con el objetivo de cumplir su principal meta histórica, abunda en una idea que ha formado parte también de su gestión en los diez últimos años: la de construir un partido entregado, disciplinado y virtuoso, con la corrupción –el proyectil almibarado que decía Mao– a buen recaudo. Pero a ello ha sumado otro elemento en el informe presentado a los delegados: la necesidad de desarrollar un activo “espíritu de lucha” ante las adversidades que se esperan, tanto en función de las complejas circunstancias internas como del previsible incremento de la hostilidad exterior por parte de quienes rechazan que China pase a ocupar de nuevo un papel central en el sistema internacional.

Un partido altamente cohesionado en torno a Xi y su ideario, un líder fuerte con una imagen interna alabada desaforadamente como en los viejos tiempos, dotado de una perspicacia sin parangón y excepcionales cualidades para el mando, con una militancia determinada a servir a la causa (un partido transmutado en ejército de partidarios de Xi), armados con una ideología que no reniega de su ascendente marxista y lo complementa eclécticamente con la singularidad civilizatoria, debieran permitir acelerar el paso de las transformaciones que vive actualmente el país, imprimiéndole velocidad de crucero. ¿Funcionará?

Exclusión de los vacilantes

A la postre, esa exigencia de determinación habría inspirado la exclusión de los vacilantes, simbolizada en el desconcertante episodio protagonizado con Hu Jintao en la clausura del congreso. Xi no dudó en excluir de la máxima dirección del partido a quienes abrigaran dudas sobre el ritmo y la orientación a imprimir en los próximos años. El portazo a esos escépticos que en el pasado reciente abogaban por una mayor homologación con el liberalismo occidental, especialmente en lo económico (recuérdese la propuesta China 2030 avalada por Li Keqiang y el Banco Mundial en 2012), se explicita tanto con la eliminación de sus hipotéticos valedores como en la ratificación del modelo de modernización que Xi ha canonizado con un mercado gobernado, una planificación en pleno apogeo, una fuerte presencia del sector público, un sector privado como complemento, etc., es decir, una economía mixta conducida al detalle por el PCCh y con las clases poderosas emergentes contenidas y sin posibilidad de proyectarse en las instituciones del sistema bajo arbitrio del propio partido.

En el batiburrillo de los éxitos de la década de Xi se hizo hincapié en que China ha logrado duplicar su economía. Aún así, cabe mencionar que en la década de Jiang Zemin (1993-2002) se multiplicó por más de tres, mientras que durante el doble mandato de Hu Jintao (2003-2012) se multiplicó casi por seis. Al igual que Xi, ambos líderes tuvieron que hacer frente a graves crisis económicas: Jiang a la crisis financiera asiática de 1997-1998; Hu a la crisis hipotecaria estadounidense de 2007-2008. El menor ritmo de crecimiento de China en los próximos años, producto de circunstancias asociadas con el cambio en el modelo de desarrollo y también externas, sugería un debate acerca de la idoneidad de la política económica que ahora queda cerrado a cal y canto, pasando a defenderse con total determinación el modelo que el xiísmo considera más eficiente.

En este contexto, la apertura al exterior seguirá siendo un pilar esencial de la estrategia china, aunque es probable que se resienta la captación de inversión occidental. Con independencia de los inevitables ajustes, esta China de Xi seguirá apostando por el incremento de su presencia e influencia en el mundo, allá donde no se la limite, y con la economía como principal instrumento de proyección de sus intereses estratégicos.

Esa economía será también una de sus prioridades internas y está por ver cómo se acierta en la gestión, si como parece el nuevo primer ministro resulta ser Li Qiang, exjefe de gabinete de Xi cuando estaba en Zhejiang, un cuadro que no tiene experiencia ni como ministro ni como viceprimer ministro, como venía siendo exigencia habitual en la promoción meritocrática.

La determinación expresada en este cónclave es también un aviso para Taiwán, un asunto que seguirá ganando relevancia en los años venideros. En el XX Congreso no hubo grandes novedades, más allá de la habitual defensa de la política tradicional, con mayor insistencia en el rechazo a la independencia de la isla y, sobre todo, a la interferencia de fuerzas extranjeras, en un claro aviso a EE.UU. Cabe significar, en todo caso, el ascenso a la vicepresidencia de la Comisión Militar Central del general He Weidong, a quien se asocia con la línea dura hacia Taiwán, al igual que la permanencia de Miao Hua, más beligerante aún en este aspecto. La anormal continuidad del general Zhang Youxia (72 años), el principal ariete de Xi en la jerarquía militar, sugiere un equilibrio con las posiciones más belicistas.

En cualquier caso, se puede esperar una intransigencia mayor que podría plasmarse en la adopción de políticas más duras respecto a la isla, y con una mayor implicación personal del propio Xi, una tendencia que podría tener manifestaciones similares en muchos otros campos. La determinación es también lo contrario de la ambigüedad, que hasta ahora ha sido uno de los elementos sustanciales para moderar el problema de Taiwán en base al desarrollo de una creatividad política que ahora podría verse encorsetada.

Una agenda distinta

El desarrollo político del XX Congreso del PCCh ha evidenciado también lo diferenciado de la agenda china. Ya no se trata solo de que no haya ninguna mujer presente en el Comité Permanente o en el Buró Político, o de que ciertas expectativas se centren ahora en la potencialidad desestabilizadora de la grieta abierta en el Partido, que podría ser más profunda si al resentimiento de los damnificados se suman errores políticos o de gestión de cierta gravedad.

El entusiasmo de unos y la preocupación de otros conviven hoy en la sociedad china. La inquietud abarca no solo a los segmentos díscolos del partido o a los linajes que hoy tienen menos expectativas de progreso o a los beneficiarios privilegiados de las reformas de los últimos años, sino a esa clase media que ansía, simplemente, mejorar su nivel de vida material y disponer de un mínimo de libertad para tomar aire. La “prosperidad común” que abandera Xi y que se halla en fase experimental en la provincia de Zhejiang (su líder provincial Yuan Jiajun es una de las novedosas incorporaciones en el Buró Político) está llamada a corregir las desigualdades deducidas del denguismo, pero también a ganarse la adhesión de esa clase media. Esta es una de las claves de la nueva era de Xi, junto al énfasis en la innovación o en un desarrollo más sostenible ambientalmente. Por el contrario, la reforma política solo muestra una dirección posible: fortalecer la hegemonía del PCCh.

Con la concentración del poder en torno a Xi y la debilidad o práctica inexistencia de contrapesos o controles en un sistema que ahora tiene en la lealtad su clave de bóveda, también sin claro sucesor a la vista, el riesgo de crisis no es menor. Los pasos atrás en la institucionalización y la prisa y resolución transmitidas para llevar a cabo la “nueva expedición” han tenido en el pasado complejas, cuando no pésimas, consecuencias. ¿Será diferente esta vez?

(Para CTXT, Contexto y Acción)