Las cuatro muertes (inminentes) de Deng Xiaoping Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China.

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

Deng Xiaoping fue un personaje clave en el proceso de reforma iniciado en China a finales de 1978. “El comienzo de la China actual”, como destaca el embajador Felipe de la Morena Calvet en su reciente libro (Cuadernos del Laberinto, 2016). Su legado teórico forma parte del corpus doctrinal del Partido Comunista (PCCh) y ha sido fuente de inspiración desde entonces. No obstante, cuatro aspectos concretos y sustanciales del denguismo podrían desaparecer tras el próximo XIX Congreso del Partido.

En primer lugar, el liderazgo colectivo. Deng lo formuló como una vacuna contra la tentación de monopolizar el poder por parte de una sola persona y para evitar la reproducción a futuro de escenarios de confrontación interna como los vividos durante la Revolución Cultural pero también con anterioridad. El consenso sería la base de un proceso de institucionalización progresiva, con reglas formales e informales que mitigarían la presencia de clanes o líneas fijando los marcos de una convivencia que evitaría el dramatismo y hasta la tragedia, especialmente en las coyunturas de cambio.

En sus casi cinco años al frente del PCCh, el actual secretario general Xi Jinping ha dado muestras de una voluntad clara de superar el liderazgo colectivo. Xi ha reforzado su control sobre todos los aspectos de la política china, desde sus militares a la sociedad civil. En el desfile del 90 aniversario de la fundación del Ejército Rojo, el pasado 1 de agosto, con la ausencia destacada e inusual de anteriores secretarios generales del PCCh (Jiang Zemin y Hu Jintao), Xi alardeó de la consolidación de su poder transmitiendo una simbología que abunda en la afirmación personal de su control y en la conversión del Ejército en una base política principal.

Cabe recordar que Xi asumió la presidencia de la Comisión Militar Central desde el principio de su mandato (a diferencia de su antecesor Hu Jintao que debió esperar varios años) y su campaña contra la corrupción, que sigue viva, le ha permitido librarse de poderosos adversarios, triturando sus respectivas bases de apoyo. Además preside varios importantes grupos dirigentes principales, incluyendo los de nueva creación relativos a la reforma económica, la ciberseguridad o la seguridad nacional, entre otros. Convertido en “núcleo” de la dirección, el resurgir del culto a la personalidad afianza su encumbramiento en la cúspide del liderazgo chino, en detrimento de los demás miembros. Xi es el primus supra pares y el equilibrio entre el liderazgo colectivo y la autoridad personal parece quebrado a favor de la segunda.

Lo llamativo es que el liderazgo colectivo representa una originalidad china que connota singularmente un sistema político que persiste en su diferenciación mientras que ese personalismo en el liderazgo asociado al ejercicio del poder es una característica más común en Occidente. Xi parece rehuir en esto de la excepcionalidad china, en su afán de igualarse con sus pares occidentales que hablan con una sola voz frente al liderazgo coral chino.

En suma, la colegialidad de Deng, en un contexto irónico de promoción de la institucionalización de los límites del poder, del Estado de derecho y de la mejora de la gobernanza, va camino de pasar a mejor vida.

Centralización frente a la creatividad de las bases

En segundo lugar, la cuarentena de la creatividad. Deng Xiaoping estimuló por doquier la iniciativa, fomentando la descentralización y la autonomía de la militancia y las instituciones a todos los niveles, premiando una originalidad que acompañaba de la experimentación. Ambas eran la norma y en ellas residió en gran medida la clave del éxito de la reforma, no basada en copiar ejemplos ajenos o en seguir a pies juntillas los consejos de los organismos internacionales sino en innovar a partir de su propia realidad.  Esas alternativas se probaban a nivel local y después, si se juzgaban positivas, se extendían a nivel nacional una vez corregidas sus carencias. Pero ahora el enfoque que prima es el de arriba hacia abajo. El número de documentos a nivel provincial que hacen referencia a experimentos o pruebas piloto en 2015 no fue ni la mitad de lo registrado en 2012. El margen de innovación de abajo hacia arriba se ha reducido ostensiblemente.

En paralelo, la centralización del poder está al orden del día en todas las esferas, una dinámica que puede tener consecuencias importantes ya que puede dificultar las capacidades de adaptación del sistema cuando las autoridades locales tienen problemas para interpretar las directivas centrales y viven con el temor al castigo por desviarse de la ruta aprobada oficialmente. Es por ello que, a pesar de tantas sesiones de estudio de los documentos centrales, se reconoce la existencia de una cierta parálisis a nivel local tanto por la lucha contra la corrupción como por la demanda de implementación al dedillo de las estrategias centrales. Paradójicamente, la innovación es palabra de orden en el actual entramado de la economía china, aunque circunscrita cada vez más al orden científico o tecnológico.

El top level design que alienta Xi reduce el margen de autonomía de los diversos actores del sistema y fomenta un tipo de liderazgo con serias taras. Ser creativo ya no ayuda en la carrera política, lo que cuenta es estar bien alineado con las posiciones de Xi y ser diligente en la aplicación de sus consignas.

Lealtad contra la crítica

En tercer lugar, la verticalidad hermética. El afán de poner coto a las críticas con el argumento de la lealtad y el cierre de filas enmudece a las bases del PCCh. El acento en la disciplina mitiga lo que pudiera haber de democracia intrapartidista y enaltece todo cuanto se masculla en la cúspide del poder restando al común de la militancia su digestión a través de sesiones de estudio que deben garantizar su escrupulosa y detallada asunción. Todos los miembros del Partido deben revalidar su fe en el marxismo y su convicción en el socialismo y comunismo como aspiración en la vida.

Esta verticalidad se complementa con la exageración de las virtudes y la sabiduría del líder, el endurecimiento del acceso a cualquier tipo de información que pueda cuestionar esta aseveración y se justifica ante la tormenta de desafíos que enfrenta el PCCh, el carácter crucial de la actual fase de la reforma, esa “zona de aguas profundas” convertida en mantra que alcanza todos los rincones.

El abrupto cese del jefe del PCCh en Chongqing, Sun Zhengcai, una figura clave en el proceso de sucesión de la actual generación de dirigentes chinos, ilustra este extremo con claridad. La principal acusación que ha trascendido es haber traicionado la confianza, el no haber aplicado con suficiente diligencia las directrices del liderazgo.

Las campañas ideológicas del primer mandato de Xi han insistido en la búsqueda de la uniformidad del pensamiento entre los cuadros. La crítica, adjetivada “indebida”, es sinónimo de deslealtad al liderazgo superior.

Adiós a la modestia china

En cuarto lugar, el perfil bajo a nivel internacional. La China de Xi asume sin ambages la defensa por doquier de sus “intereses vitales” con una vocación de creciente alcance en su entorno inmediato y más lejano. La “prudencia estratégica” enarbolada por Deng es sustituida por un nacionalismo ascendente y una firme voluntad de proyectar poder en el exterior.

En la misma línea habría que citar la reforma del Ejército Popular de Liberación, cuyo principal objetivo es igualar y hasta superar las capacidades tecnológicas y operativas de EEUU. Con su recién inaugurada primera base militar en el extranjero (Yibuti), la China de Xi se ve a sí misma más cerca que nunca del centro de la escena mundial.

Contrastes

Desde Hu Yaobang, secretario general del PCCh entre 1980 y1987, Xi es el primer líder  del PCCh que no ha sido ungido por Deng Xiaoping. El Pequeño Timonel, también apodado “El corcho” (porque siempre salía a flote), rechazó todos los títulos que Xi ambiciona. Nunca asumió formalmente el cargo máximo del Partido ni tampoco lo ambicionaba porque gozaba de un asombroso nivel de autoridad. También es la primera vez que un secretario general en activo es elegido “líder central” por los demás líderes del Partido.

Xi Jinping tiene el reto de demostrar que los cambios introducidos no suponen un duro golpe a las reformas institucionales que Deng introdujo para impedir el retorno de los hábitos maoístas. Frente a la estabilidad que transmitía la política de Deng, la de Xi, convertido en casi un intocable, genera incertidumbre y hasta temor en buena parte del mandarinato burocrático. Puede que la institucionalización promovida por Deng fuera en realidad una justificación teórica para alcanzar sus objetivos a corto plazo y no un planteamiento suficientemente elaborado y dotado de directrices específicas que hoy transitan en una zona gris entre las elites, pero aseguró una estabilidad indispensable en una época de grandes cambios en el país.

 

 

Xi quiere que China reconozca que él es fuerte y que el mundo reconozca que China es fuerte. El combate sin cuartel contra los intereses corporativos y la corrupción han servido de argumento para fortalecer un autoritarismo monopolizador. Su invitación a la épica para realizar el sueño chino de la revitalización nacional puede dar pie a severas fricciones en el próximo lustro y complicar severamente las capacidades de adaptación –y supervivencia- del sistema. El propio guión de la sucesión está perturbado y las especulaciones van en aumento sobre su continuidad más allá de 2022.

Cada una de estas “muertes” de aspectos centrales de la política de Deng confirma el advenimiento del “xiísmo” como nuevo referente teórico del PCCh. Xi lo avanzó en el taller preparatorio del XIX Congreso llevado a cabo en Beijing a finales de julio. Ante funcionarios de nivel provincial y ministerial, recordó que el socialismo con características chinas viene siendo el tema de todas las teorías y prácticas del PCCh desde la reforma y apertura en 1978 y anticipó una renovación de las bases políticas, ideológicas y teóricas que le sirven de sustento.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China. Su última obra: “China Moderna” (2016, Tibidabo)