Pocas figuras como la suya resumen el periplo trágico de una revolución. Al cumplirse el 125 aniversario del nacimiento de Liu Shaoqi (1898-1969), su sufrimiento y lo abyecto de su muerte interpelan el dramatismo de la Revolución Cultural y los desmanes del maoísmo. Liu, uno de los más carismáticos y principales dirigentes del Partido y del Estado, privado del derecho a la defensa, falleció en la cárcel el 12 de noviembre de 1969.
Lowell Dittmer nos ha recordado como los Guardias Rojos lo tildaron de principal cabecilla de “la reaccionaria línea burguesa”. Entonces, jefe del Estado (entre 1959 y 1968), fue de los primeros en ser víctima de brutales atropellos que contaron con el beneplácito personal de Mao. Un comité especial presidido por la esposa de este, Jiang Qing, fabricó las pruebas de “las múltiples capitulaciones y traiciones” de Liu, allanando el camino para la retirada de todo cargo y la expulsión del partido que se consumaría en 1968.
Fue entonces cuando Liu enfermó gravemente. Privado de la atención médica necesaria, en un avión militar fue trasladado en el más riguroso secreto a una prisión de la provincia de Henan. Los facultativos reclamaron una medicación que nunca llegó. Desahuciado, falleció al poco de cumplir 71 años. Cremado en Kaifeng, solo en 1972, tres años más tarde, su familia fue advertida de su muerte. Su esposa, Wang Guangmei, permanecería en prisión hasta finales de 1978. Dos de sus hijos de un matrimonio anterior fueron obligados a repudiar en público a su padre.
El “liuismo”
Liu compartía con Deng Xiaoping, que también había sido objeto de crítica pero no de expulsión del Partido, la discrepancia con el rumbo económico maoísta. Sus diferencias con Mao, sin embargo, fueron descalificadas identificándose a ambos con la pretensión de llevar a China por el “camino capitalista”. En realidad, Liu era el teórico y Deng el pragmático.
Lo que Liu ante todo preconizaba era la urgencia de desarrollar la economía. A su entender, aquella fase del proceso de modernización chino exigía la consideración de los mercados de capital o de mano de obra, precios no planificados o la libre competencia entre empresas, los incentivos materiales, las cuotas de producción por familia, mercados rurales, la propia visión de la propiedad como título legal alejado del conflicto de clases. Era el factor económico –y no el político o ideológico- el que determinaría la capacidad de propiciar el anhelado cambio histórico y no la iluminación de cualquier “genio especial”.
Las cuatro modernizaciones (agricultura, industria, defensa y ciencia y tecnología), expuestas por primera vez en 1964, en pleno proceso de restauración burocrática tras el fracaso del Gran Salto Adelante, combinaban la reafirmación del rumbo político socialista con la necesidad de expandir la economía individual y las empresas mixtas, cuidando de implementar aquellas medidas y orientaciones sugeridas por Liu.
El “liuismo” se oponía al culto de la personalidad y no ocultaba su preferencia por un liderazgo basado en una organización. La visión de Liu sobre esta y la construcción del Partido invocaban la importancia de establecer reglas internas de procedimiento que transcendieran la subjetividad y acotaran la propensión a las rupturas. Era el liderazgo colectivo que más tarde muchos atribuirían a Deng.
Liu, Mao, Deng y Xi
Liu y Deng estaban implicados al unísono en la formulación de políticas y en la gestión del aparato del estado y del partido durante los años 50 y 60. Aunque Deng, que sobrevivió a la Revolución Cultural, se llevó el mérito, muchas de las políticas asociadas al denguismo formaban parte de la “teoría de las fuerzas productivas” abanderada por Liu. Este se cuidó de librar cualquier batalla directa contra Mao a pesar de que las diferencias políticas eran obvias.
Con el firme apoyo de Deng, al frente entonces de la secretaría general del PCCh, Liu intentó imprimir un sello singular y realista al rumbo económico de aquella China que ansiaba sacudirse la pobreza y el subdesarrollo. Liu y Deng cooperaron muy estrechamente aquellos años para alejar la economía china del colapso, señalándole otros caminos de mayor apertura y menos dogmatismo. Esa dimensión como estratega económico fue reconocida especialmente hace una década cuando el entonces secretario general del PCCh, Hu Jintao, recordó y ensalzó su figura con motivo del 110 aniversario de su nacimiento.
Cuando Deng Xiaoping, tras la muerte de Mao, auspició la política de reforma y apertura, esta se acompañó de la rehabilitación de millones de víctimas. El caso Liu fue arduo, dada la oposición interna existente de quienes interpretaban su admisión como una afrenta a la reputación y el magisterio de Mao. Fueron necesarios varios años y una intensa reescritura de la historia reciente del PCCh con abierta condena de las iniciativas maoístas, desde el Gran Salto Adelante a la Revolución Cultural. Y es verdad que la mortificación de Liu señalaba al propio Mao como el responsable del proceso y le cuestionaba severamente. No tuvo la más mínima clemencia.
La rehabilitación de Liu fue interpretada como una victoria interna de Deng. La sesión del Comité Central en que se debatió estaba programada para durar del 23 al 26 de febrero de 1980 pero se levantó el 29 de febrero y tras varias renuncias en el máximo órgano dirigente del PCCh. La inquisitoria contra Liu fue calificada como “la peor conspiración para incriminar a alguien que ha visto el PCCh en toda su historia, creada desde la nada por medio de la fabricación de datos y de pruebas, confesiones obligadas y testimonios falsos”. Miles de personas que a lo largo del país habían sufrido muerte, cárcel u otros castigos por apoyarle, fueron compensadas. Obras de Liu (el Cómo ser un buen comunista fue un texto que llegó a todo el mundo) pasaron a ser reconocidas como “obras marxistas de gran importancia”.
La evocación de Liu Shaoqi apela a las diferentes visiones surgidas en el seno del PCCh para lograr el objetivo de la revitalización nacional. Liu, fiel a Mao desde los años treinta y siempre leal al PCCh, no dudó en mostrar su escepticismo a propósito del aventurerismo económico alentado por Mao a finales de los años cincuenta como tampoco en algo más que arrimar el hombro para propiciar el cambio de rumbo. Liu intentó imprimir un sello singular y realista al rumbo económico de aquella China.
Xi Jinping ha hecho mención de Liu Shaoqi. Fue con motivo del 120 aniversario de su nacimiento. Pasó de largo sobre las cuestiones más delicadas para centrarse en la exaltación de sus cualidades morales, en su adhesión al PCCh, en su ejemplo de obediencia y acatamiento de las decisiones partidarias. Resulta comprensible y hasta lógico que discursos de esta naturaleza revelen las sensibilidades y preocupaciones del colectivo dirigente en una determinada coyuntura.
No obstante, la figura de Liu Shaoqi debiera abordarse en su plenitud y complejidad no para servir de instrumento a una acción coyuntural marcada por los imperativos del momento sino para ilustrar la importancia en todo tiempo del debate interno, la tolerancia crítica o la necesidad de evitar el resurgir de cualquier personalismo que acabe ahogando cualquier atisbo de mínima pluralidad. Esa lealtad, que no excluye la discrepancia constructiva, es una característica destacada en la trayectoria de Liu Shaoqi.
Es realmente un ejercicio complejo mantener la fidelidad del Partido a Mao mientras se desautorizan una tras otra algunas de sus políticas esenciales. En el denguismo, el maoísmo superficial subsistiría pero el liuismo real, especialmente en lo económico, acabaría por imponerse. En paralelo, el PCCh no puede renunciar a un Mao en quien radica buena parte de su legitimidad. El xiísmo tiene esto muy presente.
Liu Shaoqi merecería tanto como Deng Xiaoping los elogios y reconocimientos que a este se le tributan asociando su figura con la reforma y apertura. Pero, sobre todo, en su biografía, tanto la inquina contra su persona como la ocultación durante años de su muerte, han sido expresión de una crueldad cuya repetición debiera evitarse a toda costa. Se precisa para ello de mecanismos que preserven una institucionalidad democrática que evite el recurso a esas rehabilitaciones póstumas que tan caras y dolorosas han resultado a la sociedad china.
(Para Rebelión)