Los mensajes del centenario del PCCh Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

En China se celebró por todo lo alto -como cabía esperar- el primer centenario de la fundación del Partido Comunista (PCCh). En la plaza de Tiananmen, la ceremonia conmemorativa sirvió para exaltar el papel del PCCh en la transformación del país. La coreografía, el simbolismo, la estética e incluso la previsión de la participación de las masas evocaron en algunos la memoria de episodios semejantes vividos durante la Revolución Cultural. Salvando las distancias, el PCCh quiso escenificar no sólo la capitalización sin complejos de los méritos de la mutación de aquel país pobre y deshecho que era China en 1949 en el que hoy es, la segunda potencia económica del mundo, sino también reafirmar la fidelidad a sus orígenes, el no abandono de sus ideales primeros. Por eso, en cierto sentido, el 1 de julio vino a culminar la larga campaña interna iniciada en mayo de 2019 que llevó a sus 95 millones de miembros a renovar su compromiso con la “misión fundadora”.

En una lectura más fina, sorprendía la presencia en la tribuna del ex primer ministro Wen Jiabao, quien en abril, en el Macau Herald, publicaba una carta dirigida a su madre que dejaba entrever posiciones disconformes con algunos aspectos de la trayectoria reciente del liderazgo de Xi Jinping. No obstante la presencia, su nombre no era citado en la información oficial final. Aludiendo a razones de edad (más de noventa), tampoco asistieron otras figuras relevantes como Jiang Zemin o Zhu Rongji, hecho interpretado por algunos como expresión de un distanciamiento que podría tener otras manifestaciones más adelante, en los meses previos al próximo congreso.

Un segundo mensaje importante cabe destacar del discurso de Xi Jinping: Occidente no puede ya detener el avance de China. Por más que dispongan guerras y presiones del tipo que sea, el actual proceso no tiene vuelta atrás y China está hoy en disposición de preservar su soberanía, de la que el PCCh se reivindica como garante y depositario. Xi pasaba página así al siglo de humillación impuesto por las potencias imperialistas de Occidente y el Japón que desmembraron el país, asegurando que ese tiempo pasó. El firme tono de Xi fue interpretado como una especie de “Nunca más” chino. China no tiene ánimo de venganza, dijo, pero no se dejará intimidar por nadie. Un claro aviso a Washington, Tokio, Bruselas (OTAN) e incluso para el balbuceante QUAD….

Otro hecho destacable del contexto de estas celebraciones es la nueva narrativa (explicitada, entre otros, por Zhuang Rongwen, un próximo a Xi) sobre la historia del PCCh, asomando algunos intentos de revisitar experiencias traumáticas -como la Revolución Cultural- que se habían dado por cerradas a cal y cuanto en 1981, en el inicio del denguismo. Coincide este debate con la expectativa sobre los efectos de la supresión de las reglas que estabilizaron y habían institucionalizado el proceso de sucesión y la renovación del liderazgo político (los dos mandatos, observación de edades de jubilación, designaciones cruzadas, etc.) La elevación de Mao y la mengua de Deng se completarían con la exaltación de Xi hasta el punto de aflorar cierto culto a la personalidad. Este proceso podría culminar pronto con la abreviación del concepto “pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era”, que pasaría la abreviarse en el “pensamiento de Xi Jinping”, equiparándose así a la denominación formal de la teoría política de Mao Zedong. Este cambio entronizaría a Xi al lado de Mao, con carácter preferente a Deng. De darse esta circunstancia en el pleno que el Comité Central del PCCh debe celebrar en otoño, Xi tendría casi todo ganado de cara al XX Congreso que debe celebrarse el año que viene y sobre el que planean algunas incertidumbres.

También dejó claro Xi que el PCCh nunca renunciará a la recuperación de Taiwán, la “isla rebelde” que hoy gobiernan ya no los nacionalistas del viejo rival, el Kuomintang, que allá habían huido al perder la guerra en 1949, sino los soberanistas del Minjindang, claros partidarios de pasar del actual Estado de hecho a Estado de pleno derecho. El mensaje enviado por Xi a Taipéi, Tokio y Washington es rotundo: significará la guerra. Pero lo acontecido en Hong Kong agranda todavía más el foso en el Estrecho y dificulta la implementación de la política de “un país, dos sistemas”?, con una población a cada paso más distante. En la interpretación continental, el problema de Taiwán se asocia con el siglo de humillación, cuando se vio en el deber de ceder la isla a Japón por el tratado de Shimonoseki. El resurgir de China no estará completo sin cerrar esa herida, piensan en Beijing. Aun privilegiando la reunificación pacífica, cabe aguardar un persistente esfuerzo para la expansión de su capacidad en defensa, especialmente en el campo de la disuasión nuclear.

El centenario sirvió a Xi Jinping para afianzar aun más su liderazgo en el PCCh. Se abre ahora un horizonte especialmente relevante para que su xiísmo no resulte en un debilitamiento de la unidad interna ante la reacción de los descontentos con el abandono de aquellas políticas del denguismo que hicieron a China más previsible y airearon una atmósfera interna en la que hoy predomina la exaltación de la lealtad y la prohibición de las “discusiones indebidas”. La consigna sigue a ser blindarse y fincar fuerzas para resistir los duros embates que están por venir. También la expectativa de encajar las profundas mutaciones sociales y económicas que es necesario afrontar en un marco de cambio de paradigma industrial y tecnológico y quizás también de hegemonía a nivel global.