¿Un país, dos rumbos? Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

La estrategia de salida del complicado momento que vive China está en el origen de algunas discrepancias en el PCCh que recientemente han salido a la luz pública y que más allá del hecho puntual de su temática pudieran ser importantes por reveladoras de un pulso de mayor alcance entre bambalinas. Que haya diferentes sensibilidades en un partido como el PCCh, con más de noventa millones de militantes, es lo natural. Lo realmente impropio es el monolitismo. Y aunque es tradición no evocar públicamente las diferencias internas, el ninguneo de los discrepantes, en los últimos años, ha equiparado todo ejercicio de disenso en abierta deslealtad.

El segundo mandato de Xi se ha complicado: las tensiones comerciales y tecnológicas con EEUU, crisis en Hong Kong o problemas con Taiwán, ahora la pandemia y sus graves consecuencias económicas y sociales, dibujan un mapa pletórico en desafíos. El abandono progresivo de las enseñanzas del denguismo hace temer en algunos el resurgir actualizado de los tópicos del maoísmo que llevaron al país a un atolladero. Xi, el artífice del marxismo del siglo XXI en palabras de He Yiting, director de la Escuela Central del Partido, abandera hoy en China un giro nacionalista claramente alejado de cualquier coqueteo liberal.

Por su parte, el primer ministro Li Keqiang no ha renegado nunca de sus credenciales pragmáticas. Ya en la primavera de 2012 avaló el informe China 2030, elaborado por el Consejo de Estado de común acuerdo con el Banco Mundial, que apuntaba a una aceleración de la convergencia estructural con las economías occidentales que no se ha producido. Probablemente a su pesar, en sus años de mandato, la economía siguió claramente otro rumbo.

Las diferencias han emergido a propósito de algo que podríamos considerar de menor importancia: la venta ambulante. Temeroso del avance del desempleo, Li, en una reciente visita a la provincia de Shandong, dio alas a la recuperación flexible de los mercados populares. En los años 90, durante la reestructuración económica impulsada por Zhu Rongji, estos sirvieron de amortiguador de problemas sociales y actuaron como dinamizadores de la economía. Como alguien ha recordado estos días, Jack Ma, el fundador de Alibaba, dio así sus primeros pasos. Para Li esto devolvería cierta capacidad de iniciativa a la gente y aportaría un apoyo significativo a la labor que pudiera desarrollarse desde los poderes públicos, siempre temerosos de la inestabilidad. Por tanto, las autoridades locales debieran facilitar el resurgir de esta actividad, que en los últimos había desaparecido prácticamente, superada por el comercio on line.

El entorno del Presidente Xi reaccionó con críticas a este planteamiento de Li, quien ya se habría ido de la lengua al reconocer en la clausura de las sesiones anuales del macroparlamento que unos 600 millones de chinos tenían una renta media de 1.000 yuanes mensuales, un dato que el Buró de Estadísticas matizó después señalando que en ese contingente se incluía a los jubilados. El Beijing Daily condenó sin paliativos el resurgir de estos mercadillos, desautorizando a viva voz al primer ministro, algo totalmente inusual. Otros medios, como la televisión central, se hicieron eco de estas críticas insinuando que se trataba de un paso atrás. En los lugares donde se habían autorizado los mercados nocturnos, se echó de nuevo el cierre.

Frente al reconocimiento de Li de lo precario de la situación y las dificultades para alcanzar los objetivos establecidos, el entorno de Xi cierra filas destacando la capacidad para enfrentarlas apelando a las grandes virtudes del Partido y del país. Se corre el riesgo de que por necesidades políticas se llegue a proclamar la muy ansiada sociedad modestamente acomodada y la erradicación de la pobreza en un contexto frágil, restando credibilidad al anuncio.

El caso es que mientras Li se antoja más cercano a las inquietudes de la población, como ya demostró cuando se personó en Wuhan al inicio de la crisis pandémica, apoyando al personal sanitario cuando Xi permanecía bien seguro en la capital, la retórica presidencial parece inclinarse más por responder en clave ideológica.

Paradójicamente, la defensa por parte de Li de los vendedores ambulantes a algunos le trae el recuerdo de los “hornos traseros” alentados por Mao durante el Gran Salto Adelante para acelerar la marcha de la economía. Aquello salió fatal. La situación ahora no es la de 1958, claro está. Y, dicen sus defensores, esta opción puede compensar la caída del PIB (6,8 por ciento en el primer trimestre). Claro que no convertirá a China en la vanguardia tecnológica mundial como desea pero podría ayudarle a ganar tiempo. Para Xi, esto equivale a “perder la cara” con respecto a sus ambiciosos proyectos centrados en el desarrollo industrial, las grandes infraestructuras o el 5G. Va en dirección opuesta a su sueño.

Bien es verdad que Xi tiene hoy en sus manos toda la fuerza del aparato del Partido y del Estado, controlando incluso áreas que con anterioridad formaron parte del ámbito del primer ministro. Las autoridades locales, más apegadas al terreno, se inclinan por el sí a los mercados, los jefes del Partido por el no. Y ello se produce a escasas semanas del conclave de Beidahe, cuando los máximos dirigentes se reúnen de modo informal para seguir midiendo los respectivos apoyos de cara al decisivo congreso que vivirá el Partido en 2022.