Xi Jinping y la recentralización del Estado: ¿una revolución pasiva? Ferran Pérez Mena. Profesor de Política china y Relaciones Internacionales en la Universidad de Durham

In Análisis, Sistema político by Director OPCh

El 20º Congreso del Partido Comunista de China ha sido un evento histórico. Los analistas han confirmado que la reelección de Xi Jinping representa el fin del legado político de Deng Xiaoping. La idea denguista de una “dirección colectiva”, que fue promovida para evitar los males del maoísmo, ha dado paso a una gobernanza personalista que gira en torno a la figura de Xi Jinping y a un nuevo “momento bonapartista”. No obstante, esta transformación política se ha explicado desde una visión idealista de la política china que ignora como los eventos políticos son fruto de contextos históricos más amplios que trascienden las personalidades de los dirigentes chinos. Este tipo de análisis conciben el nuevo autoritarismo chino como un fenómeno interno y exótico de la política china. Por este motivo, cuando los expertos estudian el desarrollo político del país asiático, estos suelen centrarse en elementos internos como el nacionalismo, las dinámicas políticas entre facciones del PCCh y los gestos estéticos y “folclóricos” de sus dirigentes. Así pues, no es casual que, durante estos últimos días, la preocupación principal de los expertos ha sido el estudio de la supuesta purga que sufrió Hu Jintao y los elementos estéticos que han maquillado las dinámicas del Congreso. Este nacionalismo metodológico que impera en los análisis sobre el nuevo autoritarismo de Xi ha llevado a algunos expertos a adoptar posturas nostálgicas sobre el legado de Deng. Parece que todo iba mejor durante la era denguista. ¿Pero para quién?

 

 

El Denguismo y una “China Fracturada”

 

En 2021, los politólogos Lee Jones y Shahar Hameiri publicaron un importante libro titulado Una China Facturada. Lee y Hameiri afirmaron que los enfoques analíticos que conciben el Estado chino como un Estado unitario son inservibles para entender el desarrollo de la política doméstica china y el comportamiento internacional del país. De lo contrario, Lee y Hameiri sostienen que tenemos que entender a China como un “Estado fracturado” con una cierta pluralidad política distribuida en los distintos niveles de la gobernanza nacional. Tras la apertura del país en 1979, el Estado sufrió una gran descentralización política y económica. Este proceso generó nuevos actores políticos dentro del Estado chino. En este nuevo marco, los gobiernos provinciales y grandes empresas obtuvieron una cierta autonomía política que les permitió desarrollar sus propias agendas políticas más allá de las directrices del Politburó. En ocasiones, los intereses de los gobiernos provinciales y de las empresas estatales chocaban con las directrices y preferencias del gobierno central.

 

No es descabellado pensar que el denguismo creó un escenario para que arraigaran grandes desconexiones internas dentro del Estado que causaban graves problemas a la hora de implementar ciertas políticas. No obstante, en un contexto geopolítico de gradual integración económica a la globalización neoliberal, la fractura del Estado no suponía un lastre para el desarrollo económico de país. En realidad, esta nueva configuración del Estado creada por el denguismo fue vista por el PCCh como un mal menor. No solo porque ciertas elites locales se enriquecieron enormemente sino porque esta relativa apertura favoreció la llegada de capital extranjero que en última instancia fue uno de los motores del crecimiento chino durante la década de los ochenta y noventa.

La descentralización del Estado como un problema geopolítico

 

Sin embargo, el momento geopolítico que ha vivido Xi Jinping desde 2013 no ha sido el que experimentaron Deng Xiaoping o Hu Jintao. La coyuntura geopolítica que vivieron Deng y Hu fue mucho más favorable. Durante el mandato de Hu, las elites norteamericanas llegaron a hablar sobre la existencia de una “Chimerica”. Esta idea hacía referencia a la supuesta relación simbiótica entre Estados Unidos y China. Si bien es cierto, que los analistas chinos eran conscientes de que el orden internacional que existía durante la década de los años 2000 aún giraba en torno a la hegemonía estadounidense, estos pensaban genuinamente que la cooperación entre grandes potencias era posible. Incluso autores realistas como Yan Xuetong llegaron a declarar que China no debía entrar en una batalla ideológica con Estados Unidos y que el país tenía que beneficiarse de sus relaciones con la economía capitalista global.

 

Sin embargo, Xi llegó a la presidencia en un momento geopolítico en el que Estados Unidos comenzó a cambiar su estrategia hacia China con el “pivote asiático” de la administración de Obama. En 2017, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la estrategia estadounidense hacia China tomó un rumbo mucho más agresivo para cortar “desde dentro” el desarrollo socioeconómico y tecnológico de una China que había utilizado los instrumentos de la globalización neoliberal para aumentar su poderío económico y militar. El espíritu de Adam Smith dejaba la Casa Blanca para ser sustituido por el de Friedrich List. Es en este nuevo contexto geopolítico de rivalidad estratégica entre ambas potencias y de desglobalización que los lideres chinos han comenzado a cuestionar la estructura del Estado creada por Deng Xiaoping. En la actualidad, la fractura del Estado supone un escollo estructural para el desarrollo socioeconómico y geopolítico del país.

 

 

Xi Jinping, el “nuevo autoritarismo” y una nueva revolución pasiva: la formación de un nuevo Estado

 

A principios del siglo XX, el pensador italiano Antonio Gramsci describió la idea de “revolución pasiva” como la situación en el que un bloque dominante busca promover una reforma del sistema desde arriba”. “Gramsci detectó dos momentos en el proceso de revolución pasiva. El primero de restauración en el que el bloque dominante trata de bloquear la organización popular que busca un cambio político desde abajo. El segundo, el transformismo, momento en el que el bloque dominante recoge algunas de las demandas populares para hacerlas suyas y adaptarlas a sus propias necesidades.” Este concepto es útil para entender el desarrollo del nuevo autoritarismo de Xi porque ayuda a comprender el nexo entre la política interna china, el desarrollo socioeconómico y las rivalidades geopolíticas. Es decir, nos ayuda a entender estos procesos de una forma dialéctica que conecta lo local con lo global en una coyuntura histórica especifica.

 

En el contexto actual de la reelección de Xi Jinping, estas reformas desde arriba no están dirigidas a la población per se – aunque indudablemente la ciudadanía las va a sufrir- sino a los actores estatales y no gubernamentales que han gozado de una autonomía relativa desde la época denguista. Estos actores autónomos que existen dentro del Estado suponen un escollo estructural considerable en un contexto de rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y China. Por un lado, estos actores son considerados como la puerta de entrada de amenazas que pueden cuestionar el monopolio del poder del PCCh. Por el otro lado, estos actores pueden limitar, o llegar a descarrilar, la nueva transformación económica buscada por los lideres del PCCh, ya que su autonomía relativa puede generar situaciones de desconexión e incoherencia interna. El nuevo ciclo de acumulación de riqueza de un Estado chino inserto en un contexto internacional de desarrollo desigual entre grandes potencias necesita de una cierta estabilidad interna que los lideres no pueden encontrar en el exterior.

 

Como hemos visto, el nuevo autoritarismo chino es algo más que la exótica tendencia política de Xi Jinping y de sus acólitos. Deberíamos preguntarnos si hubiera sido posible la reelección de Xi Jinping en otro contexto geopolítico de cooperación entre Estados Unidos y China. ¿Supone este nuevo autoritarismo una derrota de la cooperación internacional entre grandes potencias? Últimamente se compara a Xi Jinping con Mao Zedong. Sin embargo, Mao, a pesar de la tragedia de la Revolución Cultural, fue consciente de los males que conllevaba la burocratización y la protección de un estado fuerte que había sido concebido como una herramienta temporal revolucionaria para ordenar los efectos de la Revolución china. De lo contrario, Xi Jinping ha hecho de la burocratización y de la recentralización del Estado la principal estrategia de su mandato para reordenar los efectos de la descentralización denguista. Esta situación nos recuerda la idea de Charles Tilly de que la guerra crea al Estado. No hay duda de que la nueva geopolítica del siglo XXI está reformando las estructuras del Estado chino bajo la dirección de Xi Jinping para que el país pueda afrontar la nueva y trágica era de reinos combatientes en el Antropoceno.