Todo el mundo mira a China. La llegada de Trump a la Casa Blanca convirtió la competencia abierta con China en un punto recurrente de la agenda. La Guerra Comercial desatada por Washington perjudicaba, sobre todo, a aquellos países con economías que dependían en gran medida de la exportación. Así, por ejemplo, Alemania, en Europa, o Corea del Sur, en Asia, sufrieron más por las iniciativas estadounidenses que China, a salvo, tras el parapeto del gran tamaño de su economía.
En definitiva, la Guerra Comercial fue un “tiro en el pie” para Estados Unidos. La Casa Blanca no parece haber aprendido la lección, la Administración Biden ha convertido en doctrina la hostilidad hacia China. Se trata, en gran medida, de un asunto marcado por la agenda electoral interna pero, al mismo tiempo, es una posición a la que tratan de atraer -presionando si es necesario como recientemente a reconocido Vince Clable, exministro de Empresa e Industria del Reino Unido durante el gobierno de Cameron el en el caso Huawei- a sus aliados tanto en Europa como en otras partes del mundo.
Todo el mundo mira a China. Los errores cometidos en la República Popular durante los primeros momentos de la COVID-19, a los que se sumaron otra serie de argumentos, fueron utilizados para construir una narrativa orientada a dañar la imagen internacional de la República Popular. La estrategia de tolerancia cero para afrontar la pandemia con un importante impacto en el comercio internacional fue también fuertemente cuestionada. No faltaron las predicciones más negras tanto en lo económico como en lo político desde “brillantes” tribunas de afamados institutos de análisis internacional. Al final del camino, China fue la única de las grandes economías en cerrar el ejercicio en positivo. Estados Unidos, por su parte, tuvo que afrontar la peor caída de su PIB desde 1946.
La República Popular lo ha vuelto a hacer. Los números están ahí. Superando todas las expectativas: crecimiento del PIB (+8%), sumatorio de importaciones y exportaciones superando los 6 billones de dólares estadounidenses (conviene recordar que la primera vez que se superó los 4 billones fue en 2013) y un superávit comercial que es el más alto desde que comenzaron los registros en 1994. Por supuesto, las relaciones con Estados Unidos siguen marcadas por una balanza comercial favorable a China, pero esto no significa que las empresas estadounidenses hayan dejado de mostrar interés por la República Popular. De hecho, según el Ministerio de Comercio de la República Popular China (MOFCOM por sus siglas en inglés) de enero a nov. de 2021 se crearon 43.370 las nuevas empresas de capital extranjero, un crecimiento interanual del 29,3%. De este total positivo, las nuevas empresas estadounidenses suponen un crecimiento del 30,2% interanual. Es decir, las empresas norteamericanas siguen, al menos de momento, optando por una estrategia pragmática orientada a aprovechar las oportunidades del gran mercado chino. Un mercado que hasta ahora se ha demostrado fiable, participando de las cadenas de suministro mundiales pero, y esto es muy importante, sin renunciar a la creación y fabricación de estándares propios de clase mundial.
Todo el mundo mira a China. Y las estadísticas ofrecen algunos signos problemáticos que deben ser tenidos en cuenta. Por ejemplo, se ha producido un descenso de las importaciones en el mes de diciembre no llegando a cumplirse el pronóstico. Las importaciones alcanzaron el 19,5% interanual muy por debajo del 26,3% pronosticado. El consumo como motor de crecimiento económico no termina de girar a una velocidad adecuada y esto es algo que las autoridades económicas parecen tener en cuenta cuando desean empujar más capacidad industrial hacia el centro-oeste y noreste de China como parte de la estrategia de circulación económica interna. En paralelo, distintos informes prevén para 2022 inversiones en infraestructura, especialmente en infraestructuras de nuevo tipo marcadas por la digitalización y energías renovables. Queda por ver si estos esfuerzos serán suficientes para conjurar las afirmaciones de quienes sugieren que la economía china se enfrenta a una desaceleración que se consolidará durante 2022.
Pero como decía Quevedo, el “mañana no ha llegado” y 2021 se cierra con un crecimiento económico que supera todos los pronósticos. Un crecimiento que, en parte, deberá ser un escudo en un entorno que seguirá siendo hostil a corto plazo y que requerirá de recursos para afrontar importantes desafíos. Desafíos relativos a la calidad de vida de la ciudadanía y prosperidad común pero, también, desafíos relativos al desarrollo del mercado y las fuerzas productivas ya que, en la competencia estratégica entre Estados Unidos y China, la clave no estará en el desarrollo de una sociedad de consumo dependiente de cadenas de suministro globales sino en el desarrollo científico-técnico y la capacidad industrial nacional.
Como telón de fondo, una pandemia que actúa como gran condicionante de un contexto en el que China está en el centro de las relaciones económicas internacionales en Asia y, sobre todo, en los países en vías de desarrollo. Esta centralidad no gusta a todo el mundo; pero, todo el mundo mira a China.