El olvido de Pepe Castedo Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

En una de esas anécdotas ilustrativas de sus devociones y carácter, cuentan que Pepe Castedo (1914-1982), profesor de español en Beijing entre 1964 y 1979, se declaró en huelga de hambre en plena Revolución Cultural en protesta porque los Guardias Rojos habían prohibido un concierto de homenaje a Beethoven. A consecuencia de ello, una vieja úlcera duodenal reventó, debiendo ser hospitalizado de urgencia. En su delirio, quien había sido revisor de la edición en español del Libro Rojo de Mao, pedía ver al comandante Álvarez del Vayo, el que también fuera ministro de Estado de la II República, por quien sentía una franca devoción desde los años de la guerra, en la que había perdido un ojo.

Es probable que ese vínculo sentimental le condujera desde la capital gala, donde tenía el estatus de refugiado político, a la China de Mao. Álvarez del Vayo había publicado en Ruedo Ibérico en París, China vence, resultado de su segundo viaje a este país, llevado a cabo en 1961. El establecimiento de relaciones diplomáticas entre China y Francia en 1964 le brindaría la oportunidad de descubrir tardíamente su verdadera vocación, la educación, a la que consagraría la última etapa de una vida marcada hasta entonces por la guerra civil y el exilio. A la postre, su singular contribución le sería reconocida gracias a la intervención del embajador Felipe de la Morena, quien le convirtió en el primer profesor de español agasajado con la Orden de Alfonso X el Sabio por sus méritos educativos en China. Castedo, aseguró en su justificación de motivos el autor de Deng Xiaoping y el comienzo de la China actual, supo desarrollar métodos de enseñanza adaptados a la mentalidad china en un entorno de precariedad extrema, elaborando textos para la enseñanza desde el tercer año de primaria al tercer año del bachillerato.

Hace unos meses, aun en plena pandemia, dos alumnos suyos, Liu Jing y Zhu Xiaoming, visitaron su columbario en la Almudena. Sus cenizas reposan junto a las de su esposa, María de las Nieves García-Baones, reproduciéndose en la lápida un fragmento poético de Luis Cernuda: “Acaso el amor puede tener aquellos seres que todo marco exceden”… El embajador de la Morena recuerda que era tal la devoción que había cosechado entre sus alumnos en sus 14 años de ejercicio docente que para la ceremonia de imposición de la condecoración debió habilitarse un teatro cercano a la embajada en el barrio de Sanlitun para acoger a tantos que no se querían perder el evento, desde profesores a diplomáticos, desde traductores a altos funcionarios.

Ya entonces Castedo había regresado a una España en transición que le costaba reconocer. Sus amigos chinos le habían desaconsejado el regreso definitivo, pero él insistió. Las cosas no le fueron bien como tampoco los intentos de establecer contacto con su entorno familiar inmediato. Las cartas de esa época a sus colegas en la capital china rezuman tristeza y decepción. La China que él había conocido también se diluía con las reformas de Deng Xiaoping y su desarraigo acentuó su orfandad. No encontró en lado alguno el amparo mínimo, circunstancia que a la postre influiría en su trágico fin.

En Beijing, Castedo era conocido como “El Gallego”, con orígenes en Ferrol, atribución que él dejaría fluir y hasta alentaría a pesar de haber nacido en Madrid. Su ascendencia materna en la ciudad ártabra pudo haberle facilitado, tras la muerte de Franco, cierta relación con el embajador Sobredo y Rioboo, padre de la cantante Cecilia y ferrolano de pro, aviniéndose a un reencuentro que le costaba inmensamente por su radicalidad republicana, según atestiguaban sus contados amigos en Beijing, la mayoría de procedencia latinoamericana.

Castedo reinó en esa comunidad de expertos extranjeros, gente con ideales elevados y convicciones firmes, que en una China pobre y en buena medida aislada del resto del mundo habían decidido dar lo mejor de sí mismos para apoyar su proceso de desarrollo y emancipación. Los españoles llegaban, en su mayoría, a través de la Unión Soviética, vinculándose a tareas de docencia, traducción o comunicación. No fue el caso de Castedo, que arribaría tras la ruptura de Mao con Moscú. Vivió en primera persona la Revolución Cultural de principio a fin, ayudando por correspondencia en cuanto podía a sus alumnos y colegas cuando las clases permanecían suspendidas. Así sorteó aquella otra guerra civil sui generis.

En otros países, figuras de porte similar que hicieron contribuciones significativas a aquella China en reconstrucción, como el estadounidense Sidney Shapiro, el británico David Crook (quien ayudó a poner en marcha el Instituto de Lenguas Extranjeras en cuya escuela anexa impartió aulas Castedo), el australiano Revi Alley, el polaco Israel Epstein y otros muchos, algunos de los cuales llegaron a participar en las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española, cuentan con un nivel de reconocimiento envidiable. No es el caso de Castedo en España. Entidades relacionadas con su actividad, empezando por el Instituto Cervantes, habrían de ponerse a ello y no dejar pasar el 40 aniversario de su fallecimiento, para honrar debidamente su memoria, que es también la de todos.