MADRID, 11 dic (Xinhua) — Uno de los principales objetivos del XIII Plan Quinquenal de China (2016-2020) es que los 70 millones de chinos que se encuentran bajo la línea de pobreza salgan de esta situación. Este sueño chino puede ser una realidad, aunque no es fácil y exigirá voluntad, perseverancia y destreza.
China ha llevado a cabo en las últimas décadas una ingente tarea para erradicar la pobreza. En concreto, ha sacado de esta situación a unos 700 millones de personas, lo que representa el 70 por ciento del total mundial y se ha convertido en uno de los éxitos más destacados del país asiático
Los números están ahí y no mienten. Tras varios lustros de desarrollo ininterrumpido, con un alto coste y numerosos sacrificios exigidos a su población, los avances registrados en este campo son palpables, determinantes y de un alcance que nadie puede negar.
Dice un proverbio que «el pobre es un extranjero en su patria». Es por eso que el sueño chino debe ser, por fuerza, inclusivo con respecto a quienes la bonanza de los últimos lustros no llegó del todo.
Para que China se convierta en un país próspero debe prestar atención a la justicia social en sentido amplio, a la reducción de las desigualdades, a la inversión en servicios públicos básicos, a la mejora de las infraestructuras en las zonas más atrasadas, a la reducción de los desequilibrios entre campo y ciudad, al empleo y los salarios, etc.
Toda esa armazón es clave para que se pueda conformar una alternativa estructural a la pobreza, alejada del asistencialismo, siempre frágil como un espejo.
Es esa la verdadera y única forma de dar respuesta sostenida a la pobreza, reduciendo los riesgos de una involución indeseada. Porque debiéramos saber que este no es un proceso automático, y que tanto puede haber pasos adelante como pasos atrás y, por lo tanto, cabe estar siempre vigilante y habilitar soluciones estructurales que transciendan lo subjetivo.
Muchos miden el tiempo de inflexión histórica que vive China en términos macroeconómicos, atendiendo a la magnitud de su poder financiero, a sus renovadas capacidades tecnológicas, al ímpetu de sus empresas y el valor de sus inversiones en todo el mundo.
No obstante, la erradicación de la pobreza es también una magnitud insoslayable para quienes se afanan por alcanzar un desarrollo humano, un desarrollo que sirva a las personas y que sitúe a las personas en el epicentro del crecimiento y del bienestar.
Ese logro aportaría a China más estabilidad y justicia social pero también aportaría al mundo otra imagen del país y la certificación de que la combinación de firme voluntad política y la plasmación de un modelo adaptado a las circunstancias y características propias del país puede permitir avances sustanciales en tal difícil tarea.
Constituiría, sin duda, una lección de alcance que daría que pensar a toda la humanidad. Y esta estará atenta a los avances que China pueda mostrar en los próximos años.
El XIII Plan Quinquenal representa, en este sentido, una oportunidad clave para alcanzar este objetivo, haciendo de China un país de todos y para todos.
Crear las condiciones para que todos los ciudadanos puedan tener una subsistencia digna constituye un gran avance democrático. Porque la democracia es un brindis al sol cuando no se sustenta en la prosperidad de sus ciudadanos. La democracia que no se sustenta en la inclusión y en la justicia puede devenir en una mera competencia oligárquica.
Cualquier diseño de alto nivel de un sistema político en transformación requiere tener en cuenta esta variable. La consecución de este gran objetivo en los próximos años realzará el magisterio socioeconómico, político y también moral de una China comprometida con el bienestar propio y el de toda la humanidad.
Acabar con la pobreza es una vieja aspiración universal cuya solución en China solo podría causar la admiración del mundo entero.