El nivel de exasperación estadounidense con China sigue en niveles disparados. Aguzado, de una parte, por la ansiedad estratégica y, de otra, por las dificultades para propiciar los cambios estructurales internos que el país necesita para conjurar su declive, la obsesión con Beijing se extiende sin remedio a todos los ámbitos.
Con el doble argumento principal de la seguridad nacional y los derechos humanos, Washington ha puesto el foco, con relativo éxito, en la economía, multiplicando el control de las exportaciones o las restricciones a la inversión sin que por el momento se pueda hablar de cambios radicales en la relación bilateral. Si bien el objetivo de dichas medidas es poner trabas insalvables a las entidades chinas en cuestión, imponiendo restricciones a la cooperación económica y comercial normal entre las empresas de los dos países, la batalla se aventura larga y los daños, a buen seguro, serán compartidos.
Las críticas chinas a estas medidas (manipulación política, socavan los principios del mercado, violan las reglas de la OMC y dañan los derechos legítimos de las empresas chinas, así como los intereses de las empresas e inversores estadounidenses) sirven de bien poco. Por más que proteste y se oponga con firmeza a las “prácticas intimidatorias”, por el momento se limita principalmente a encajar los golpes y esquivar cuanto puede las invectivas. Las contramedidas se reservan esencialmente a aquellos supuestos con implicaciones políticas (como es el caso de Xinjiang). La economía es una cosa, la seguridad y soberanía, otra, y tanto se ligan como se desligan.
Esa dinámica, preferente en la atención mediática, ha opacado otras manifestaciones de la tensión bilateral que, sin embargo, tienen una carga añadida ni mucho menos inferior en significado y alcance. Recientemente, por ejemplo, Dan Wang, analista de tecnología en Gavekal Dragonomics, una empresa de investigación económica, en The Atlantic, ha alertado sobre el impacto de la “Iniciativa China” (2018) de EEUU sobre las comunidades científicas, advirtiendo de sus excesos e implicaciones, que no duda en calificar de “ensañamiento”.
Sobre el Ministerio de Justicia recae la implementación de esta estrategia que tiene por objeto declarado combatir el espionaje y la captación de tecnología. En la práctica, sin embargo, se ha convertido en un nuevo y serio episodio de macartismo contra los científicos de origen chino, motivando incluso las protestas de sus colegas estadounidenses. Ello, además, en un contexto en que el racismo contra los asiáticos se halla en pleno auge desde el estallido de la pandemia con un incremento de la violencia contra ellos superior al 70 por ciento.
El caso del profesor Hu Anming, de la Universidad de Tennessee, es un ejemplo claro de esta deriva: tras pasar 18 meses en prisión, todos los cargos contra él se han sobreseído. Se podrían citar igualmente los de los profesores Gang Chen (MIT) o Charles Lieber (Harvard), recién condenado. Tener algún tipo de vínculo con China es hoy una espada de Damocles para cualquier investigador radicado en EEUU. Víctima de la desconfianza alentada por la rivalidad sino-estadounidense, el auge del racismo, tan enfermizo respecto a la población negra, se extiende a la comunidad asiática de forma indiscriminada. En el caso de los científicos, el amedrentamiento de los especialistas con este origen se ha convertido en una nueva demostración de lo estructural de la discriminación racial en la sociedad estadounidense.
Lo paradójico del caso es que Washington también acusa a China de sacrificar el respeto a los derechos humanos en aras de garantizar su seguridad nacional. Justamente lo que las autoridades estadounidenses reiteran a diario con estas prácticas. Apelando al pretexto de la amenaza potencial a los valores democráticos, en realidad, se les sepulta con hilarantes medidas de discriminación.
Y más aún. La fuga de talentos que esta atmosfera puede provocar si no se cambia el actual rumbo, a la postre, podría beneficiar a China de forma preferente. Los científicos nacidos en el extranjero y que soñaban con hacer sus descubrimientos en Estados Unidos a cobijo de sus reconocidas capacidades en este campo, se ven ahora ante la increíble tesitura de tener que huir del miedo para poder crear en libertad. ¿Quizá en China?