Hong Kong celebró el domingo 19 de diciembre las elecciones al Consejo Legislativo, demoradas un año a causa de la pandemia, según criterio de las autoridades. El resultado de los comicios ofrece lecturas importantes. De una parte, consumó el plenísimo control institucional de la región administrativa especial; de otra, la participación fue muy desigual: mientras en el comité electoral bordeó el cien por cien, la popular directa, sin apenas candidatos de la oposición, se desplomó.
Estos fueron los primeros comicios celebrados bajo la nueva legislación electoral aprobada en marzo de este año. Una de las características de la reforma es que hace casi imposible que se presenten aspirantes de la oposición, considerada “no patriótica”. Por otra parte, la implementación de la ley de seguridad nacional llevó contra las cuerdas a las organizaciones y líderes opositores, inmersos en procesos de autodisolución y penales.
Con el nuevo modelo, el número de representantes elegidos por sufragio directo ha caído de 35 a 20 a escaños. Se han aumentado igualmente a 40 los diputados designados por el Comité Electoral, y a 30 los designados como representantes de diversos sectores empresariales y profesionales. En total, el Consejo Legislativo (LegCo) queda integrado por 90 escaños, a diferencia de los 70 que tenía hasta ahora. El 1 de enero de 2022 es la fecha prevista para la inauguración del séptimo mandato del LegCo.
Más de una vez, en la más reciente y grave crisis política en la ex colonia (2019), las autoridades apelaron a la mayoría silenciosa de hongkoneses para que alzaran su voz y explicitaran su voluntad. No puede decirse ahora que su inhibición abstencionista obedezca a la acción de instigadores anti-China y grupos externos que han sido prácticamente liquidados en los meses previos. Hay razones de mayor peso que las autoridades no debieran ignorar al regocijarse por el resultado.
Si la participación del Comité Electoral superó el 95 por ciento, solo el 30,2 por ciento de los electores se presentó a las urnas. Esa abstención tiene en este contexto un alto valor y simbolismo político: se trata de los comicios con menor participación de la historia hongkonesa. Hasta ahora, esa marca le correspondía a los del año 2000, cuando un 44 por ciento de los electores acudieron a las urnas. Y eso que por primera vez se instalaron mesas de votación en varios puestos de control fronterizos, lo que permitió que un total de 111.000 hongkoneses que residen en China continental participaran en la votación. O se dispuso transporte gratuito y otras medidas de estímulo. Carrie Lam dice que es un detalle menor, pero se equivoca, no lo es. Y lo demuestra el hecho de que hizo cuanto pudo para no llegar a este punto, el más temido.
De los 90 escaños en disputa, 89 fueron para figuras pro-Beijing. El único electo que no está formalmente alineado con el establishment es el candidato considerado centrista Tik Chi-yuen. Esto garantiza de forma absoluta un marco institucional altamente comprometido con el “patriotismo” reclamado por las autoridades. La movilización social también se ha domesticado y encauzado. El coste de la calma es una amplia apatía cívica que no deja de expresar una reserva significativa a propósito del curso actual. Sin duda, las autoridades desearían una alta participación que podría presentar como un espaldarazo de su estrategia. La mayoría silenciosa habló con la abstención.
En la resaca de los comicios se presentó el libro blanco «Hong Kong: Progreso democrático bajo el marco de ‘un país con dos sistemas'» para reafirmar las posiciones ya conocidas: el Imperio Británico no puede dar lecciones –y es verdad-; la democracia debe adaptarse a las condiciones locales, el principio “un país dos sistemas” sigue inspirando la autonomía de la región, etc.
Lam voló a Beijing para reunirse con las autoridades centrales. Una vez más, ha sido una ejecutora leal y esa es su mejor carta de presentación. No obstante, no está claro que cuente con el respaldo suficiente para un segundo mandato en marzo, cuando un Comité Electoral de 1.500 miembros debe elegir al próximo líder del territorio. Su índice de aprobación pública se sitúa en torno al 36 por ciento. Por ahora, no ha anunciado su intención de aspirar a un segundo mandato. Sin duda, ha hecho el trabajo más duro pero el principal reto por delante, recuperar la confianza de los hongkoneses, se le antoja bien complejo precisamente por su trayectoria, alabada por las autoridades centrales pero no tanto así por una parte significativa de los residentes.
El dato es el dato. En Beijing se puede edulcorar la situación acudiendo a un lenguaje justificativo y rimbombante. Misión cumplida, puede decirse. Pero una cosa es el control y otra el apoyo, que una abstención del 70 por ciento pone en entredicho. Y en esto último queda mucha tarea por hacer si de verdad se comprende que la autonomía y la justicia social son la clave de la estabilidad y prosperidad de Hong Kong.