La fuerza del ejemplo democrático Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

El Centro de Investigación Pew señaló recientemente en un análisis que la democracia está en riesgo. Basándose en encuestas realizadas entre 2015 y 2021, encontró que aproximadamente dos tercios o más en países como Estados Unidos, España, Italia, Bélgica y Japón estaban insatisfechos con la forma en que la democracia está funcionando en sus países. «Una media del 56 por ciento en 17 economías avanzadas encuestadas en 2021 dice que su sistema político necesita cambios importantes o debe ser reformado por completo», señala el informe.

La democracia, como sistema de gobierno marcado en su forma más básica por la igualdad de derechos, la inclusión, las elecciones libres y los controles y equilibrios de las instituciones independientes, tiene problemas. El análisis de Pew mostró que muchos ciudadanos piensan que la democracia no se está cumpliendo de forma efectiva en sus países y que las divisiones políticas y sociales están ampliando los desafíos de la democracia contemporánea.

Existe, por tanto, razón sobrada para convocar una cumbre internacional sobre estos temas. Lo paradójico de la reciente cumbre de Washington es que se organizó en base a tres paneles (defensa contra el autoritarismo, lucha contra la corrupción y promoción de los derechos humanos). Sin duda, estos son temas que deben ser abordados pero, igualmente, otros, clamorosamente ausentes, como el reforzamiento de las políticas públicas de bienestar, la inclusión y la igualdad, nuevos equilibrios entre el bien común y el mercado, etc., factores que están en el origen de una creciente desafección cívica que nutre la idea de que la democracia occidental ha sido secuestrada por el imperativo mercantil. No es tanto una cuestión de los merecimientos de a quien se invita o no como que el sesgo ideológico de dicha cumbre apunta a una visión netamente conservadora. Y muy contradictoria también: los mismos, por ejemplo, que anuncian donaciones millonarias para un llamado Fondo Internacional para los Medios de Comunicación de Interés Público para supuestamente proteger a los periodistas atacados, persiguen implacablemente a Julian Assange.

El otro componente es el geopolítico. Se trata de instituir una línea divisoria para aislar a China, el principal rival, cargando la mochila que debe justificar el proyecto estrella en marcha: la reedición de una nueva guerra fría. La cosa no es fácil. Primero porque las contradicciones están a flor de piel. Se puede insistir en condenar a China por una política agresiva hacia Taiwán, pongamos por caso, pero no podemos pasar por alto como se nos fue la mano en lo de Afganistán, Irak, Libia, etc. Somos responsables de la muerte de cientos de miles de personas, de la destrucción de países enteros, del éxodo de millones de refugiados. Y nadie hasta ahora ha asumido la culpa ni siquiera, acaso, balbuceado una compungida autocrítica. Otro tanto podíamos decir a propósito de la supuesta coerción ejercida por China respecto a países como Australia o Lituania, con quienes se han abierto diferencias importantes en ciertos aspectos; pero en eso de la presión económica, qué duda cabe, nosotros somos los maestros (la friolera de sesenta años acumula el incomprensible bloqueo de Cuba). La conducta de los países democráticos de Occidente no siempre es un buen ejemplo. Y se echa en falta un cambio de enfoque.

Segundo, el arrinconamiento de Beijing no es fácil. De entrada, la descafeinada cumbre de Biden se vio agujereada de lleno con el reconocimiento diplomático anunciado por Nicaragua, que en la víspera rompió con Taiwán. Por otra parte, si algo demuestra la trayectoria de los últimos años es que la diplomacia china se ha vuelto muy correosa en virtud, sobre todo, de unas capacidades comerciales e inversoras que actúan como poderoso diluyente de otras contradicciones estratégicas. Además de los proyectos industriales, la influencia china se asienta con la entrega de millones de dosis de vacunas Covid-19 a numerosos países. Mientras los miembros del G7 prometen pero no cumplen, la diplomacia china es visiblemente más eficiente y de ese modo logra reforzar la negativa de muchas capitales a dejarse arrastrar por conflictos que ni le van ni le vienen por más que en ello se empeñe la ambición hegemónica estadounidense. Y vamos a remolque y perdiendo fuelle como lo demuestran los intentos de emular estrategias globales como las rutas de la seda.

En este contexto, el llamado del mundo anglosajón a boicotear los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing puede tener un eco menor de lo esperado. Es más que dudoso que el boicot resulte una medida efectiva para mejorar la situación de los derechos humanos en China. Pero puede también mostrar al desnudo cuál es el nivel de complicidad logrado por cada cual.

La mejor forma de promover la democracia en el mundo no es abrir nuevos frentes o guerras, frías o calientes, a diestro y siniestro, si no mejorarla y hacerla atractiva. Es mucha la tarea interna que nos resta para lograr recuperar el pulso de una política al servicio del bien común. Y también de una sociedad internacional integradora de sistemas y valores, respetuosa con una legalidad que no resulte sacrificada a conveniencia.