En China, este ya no puede ser el año de las olimpiadas. O no solo. O, sobre todo, acabará siendo también el año del terremoto de Wenchuan. La magnitud del seísmo, que parece agrandarse cada día que pasa, y sus diversas réplicas han abierto nuevas incógnitas y puesto al descubierto importantes negligencias, pero igualmente fortalezas, poniendo a prueba la capacidad de reacción del Estado-Partido y de la propia sociedad.
Como en anteriores catástrofes, hemos podido ver a los principales líderes chinos a pie de obra, multiplicando sus promesas y enfatizando su principal prioridad: salvar vidas humanas e iniciar cuanto antes la reconstrucción. Nada de ello será fácil. Entre el conglomerado de preocupaciones se va abriendo camino una réplica no física pero no por ello menos aguda: la dura crítica de los afectados a unos oficiales locales irresponsables y gangrenados por la descarada promiscuidad con el mundo de los negocios que encuentra, en ese ámbito, terreno abonado para lograr suculentos beneficios y dóciles autoridades políticas aun a costa de arriesgar la desgracia y el sufrimiento ajeno. Ahora se ha ordenado comprobar la seguridad de los edificios escolares en todas las zonas sísmicas del país, pero la medida llega tarde en la provincia de Sichuan. Se puede achacar al gobierno central, a pesar del ingente esfuerzo realizado, falta de medios y suficiente especialización en las tareas de rescate, hoy elementos indispensables para afrontar con garantías de éxito las secuelas de estos fenómenos, pero la delimitación de la frágil frontera que separa la simple fatalidad de la irresponsabilidad tiene un claro acento local. Cabe imaginar por ello que esta escandalosa situación vendrá a reforzar las políticas recentralizadoras que Pekín promueve en los últimos años, en un intento de atar en corto a unas autoridades locales que desoyen reiteradamente sus indicaciones (ya se hable de control de la polución o de moderar el crecimiento), abusan de su poder y que socialmente han convertido al lejano poder central en la última esperanza de obtener justicia.
El paternalismo autoritario, tan arraigado en el imaginario confuciano, que viene exhibiendo el Partido Comunista de China (PCCh) en esta grave crisis, se ha completado con el envío a las zonas afectadas de varios miles de funcionarios que deben ayudar a coordinar y supervisar las labores de rescate y reconstrucción, pero también para asegurar una gestión honesta de las donaciones, recibidas en un volumen sin precedentes, consciente de esas hendiduras abiertas en la confianza social que alertan del descontento, trágico, con esa sempiterna corrupción que no ha sabido atajar, que ha agravado de forma plausible los efectos del terremoto y que ahora puede complicar enormemente las tareas de reconstrucción. ¿Hasta donde alcanzará esa onda expansiva de malestar? Aunque no suponga una seria amenaza, en términos absolutos, para el poder del PCCh, harían mal en infravalorarla. Difícilmente bastará con aplicar sanciones ejemplares a los corruptos y ensalzar la abnegación y el sacrificio de sus funcionarios honestos.
A la pronta movilización de efectivos, con los ingenieros militares abriéndose camino ante una naturaleza hostil, indicador que caracteriza cualquier respuesta china a este tipo de crisis, el PCCh ha añadido dos novedades importantes y necesarias. De una parte, un notable salto en la transparencia informativa, que viene a abundar en su capacidad para superar errores pasados (algunos recientes, como la torpe gestión de la crisis tibetana) cuando el control, incluso obsesivo, de la información se consideraba su mejor aliado. La relajación manifestada en este caso bien pudiera implicar un cambio de actitud no meramente coyuntural y que podría ampliarse a otros asuntos sensibles. Por otra parte, la aceptación de la ayuda exterior, incluso de Taiwán o de Japón, ha permitido la multiplicación de las muestras de solidaridad y simpatía internacional, opacando las críticas recientes en otros ámbitos. Ambos gestos vienen a ilustrar los buenos reflejos de las autoridades chinas, deudoras ciertamente de una estructura muy burocratizada pero capaz, al tiempo, de articular todo tipo de respuestas con una flexibilidad atenta que margina la rutina y le permite ganar credibilidad, tanto exterior como interna.
En el orden económico, fuentes del FMI atribuyen al seísmo un impacto poco significativo en el ritmo de crecimiento, que fue del 10,6% en el primer semestre de este año. Según las fuentes oficiales chinas, la contribución de la provincia de Sichuan, la más afectada, al PIB chino, fue del 4,3% en 2007. Los analistas locales estiman que el seísmo podría suponer una reducción del crecimiento en 2008 entre un 0,2 y un 0,7 por ciento. Pero pudiera ser peor si a los impactos del terremoto añadimos otros factores que vienen a complicar las expectativas, ya moderadas al inicio de este ejercicio en función de las dificultades de la economía estadounidense y del repunte de la inflación interna. En efecto, el objetivo del gobierno chino para 2008 es contener la inflación en un 4,8%, pero podría doblarse e incluso alcanzar los dos dígitos a final de año, si algunas tendencias negativas se afianzan. Las extraordinarias heladas invernales registradas en las provincias del centro del país, en plena Fiesta de la Primavera, han tenido un importante impacto en la economía de la zona. Por otra parte, la inversión exterior también retrocede. Por ejemplo, según estadísticas dadas a conocer por Bruselas recientemente, las inversiones europeas, que globalmente han aumentado un 53%, han caído en picado en China desde los 6 mil millones de euros de 2006 a los 1,8 mil millones de 2007. La UE es su primer socio comercial. Por ello, la suma de estos y otros factores, tanto fortuitos como estructurales, que confluyen en un momento en que Pekín ansía cambiar su modelo de desarrollo poniendo énfasis en el impulso social y tecnológico, configura uno de los escenarios más delicados de los últimos años y puede obligarle a repensar algunas estrategias.
El otro dato importante de esta crisis es la reacción de la propia sociedad china, en la cual, la fuerza de los sentimientos, a flor de piel en estos días, se ha abierto camino entre el individualismo y el materialismo común a que nos tenía tristemente acostumbrados. La nueva apelación a concentrar las fuerzas ha generado un clima de comprensión y complicidad general escasamente crítica con el régimen que evidencia tanto la utilidad como la pujanza de ese nacionalismo de amplia base popular que secunda a pies juntillas los intereses del Estado, ofreciendo una valiosa tregua al PCCh para seguir afirmando que la virtud está de su lado, pese a que la corrupción siga erosionando las bases de su poder transformando lo culturalmente exigido por los usos y la buena educación en el más grave vicio del sistema político chino.
Hoy por hoy, frente a quienes suponen que esta sucesión de problemas, cuya gravedad es inocultable, puede amenazar seriamente la estabilidad y dar al traste con su proyecto político, la cercanía demostrada, la rapidez de la respuesta, las novedades apreciables en la gestión de esta crisis y el recurso al nacionalismo, pueden contribuir, por el contrario, de forma considerable a relegitimar el PCCh, quien haciendo gala de su capacidad de movilización y adaptación al entorno, aleja cualquier atisbo de cuestionamiento profundo del aparato burocrático, en la línea tradicional sugerida de vincular, supersticiosamente, grandes catástrofes y mal gobierno de las elites. Por otra parte, pese a las carencias y fallos apreciados, el PCCh, aun con sus contradicciones, está logrando afirmarse, galvanizando a una sociedad, tradicionalmente resistente y paciente, que si bien aspiraba a presentarnos en el próximo agosto un país moderno y abierto al mundo, económicamente fuerte pero ansioso de estar en armonía con el exterior, nos ofrece ahora, por añadidura, una imagen de fortaleza interior que, incluso sobreponiéndose a la demostrada ambigüedad virtuosa del PCCh, se erige como la mejor garantía frente a las adversidades.