Hace unos días, publicamos un artículo en Diario de Navarra bajo el título “Coronavirus: mantén la calma y sigue adelante”. En el subrayábamos cuatro ideas: 1) la importancia de no frivolizar con los graves efectos sanitarios del coronavirus; 2) estar atentos a la evolución de la economía real; 3) entender de una manera racional el rol de los grandes grupos mediáticos y, finalmente, 4): mantener la calma como comportamiento colectivo para seguir con nuestras vidas y trabajos ante esta situación excepcional.
Conforme el contagio ha crecido exponencialmente en Europa -primero en Italia y luego en España- de forma paralela al control y remisión de la epidemia en la República Popular China, hemos venido asistiendo a la emergencia de un nuevo debate mediático según el cual, y ante este tipo de situaciones, un estado autoritario como China tiene una mayor capacidad coercitiva y movilizadora de recursos que una democracia. En ese sentido, por ejemplo, se manifestaba Ignasi Guardans en la Cadena Ser hace unos días. Pero no ha sido el único. Comparaciones entre los sistemas chino y coreano como modelo de gestión de la crisis vienen a plantear la misma cuestión. Y sin embargo, toda esta discusión es un debate falso. Una pantalla que oculta un problema que Daniel Bernabé ha enunciado muy bien: la política como comparsa de una economía al servicio de unos pocos.
Solo hay que atender a la realidad material para que el andamiaje de la confrontación entre el modelo chino y el demoliberal se venga abajo como un castillo de naipes. Solo hay que fijarse en como Taiwán -una democracia de 23 millones de personas con una de densidad de población de 668 habitantes por kilómetro cuadrado (frente a los 93 de España)- que ha contenido el virus de manera ejemplar: 27 casos locales, 50 casos importados y un solo fallecido (a fecha de 17 de marzo).
¿Cómo lo ha hecho Taiwán? Para aproximarse a la estrategia desplegada por la isla pueden consultarse este artículo y este otro elaborados por los investigadores Jason Wang, Chun Y.Ng y Robert H. Brook, pero quizás lo más interesante es reflexionar sobre las fuerzas motrices que se encuentran detrás de estas medidas: el Estado, las élites y la experiencia de la población taiwanesa.
Una de las claves para entender la respuesta de la República de China (Taiwán) al coronavirus la encontramos en el proceso histórico de modernización de los Estados que conforman la denominada sinoesfera (東亞文化圈). Un proceso liderado por el Imperio Japonés. Japón entendió perfectamente la importancia de construir un Estado poderoso capaz de movilizar recursos para no sucumbir ante los imperios occidentales y alcanzar el desarrollo económico y tecnológico del Reino Unido, Alemania, Francia y Estados Unidos. Si a finales del siglo XIX, Tokio miraba a Occidente en su proceso de modernización, en los albores del siglo XX, los reformadores chinos -ya sean dentro de la dinastía Qing o en la oposición revolucionaria- miraban a Japón.
El desarrollo japonés fue un modelo para Sun Yat-sen y lo fue también para Chiang Kai-shek (CKS). Ambos comprendieron, a través de sus distintas experiencias vitales en Japón, que un alto desarrollo económico y tecnológico sólo era posible bajo los auspicios de un Estado fuerte guiado por la política y no por los mercados. De hecho, si bien es cierto que el Kuomintang (KMT) nunca renegó de ciertos elementos del capitalismo, existió siempre en su seno una posición bastante escéptica sobre las bondades liberalismo económico. Al fin y al cabo, al igual que el Partido Comunista de China (PCCh), los orígenes del Kuomintang también estuvieron influenciados por el leninismo. De hecho, a pesar de las crecientes tensiones entre Nankín y Tokio, en especial a partir de la invasión japonesa de Manchuria en 1931, Japón seguía siendo un modelo para la modernización de China. Así, por ejemplo, en 1935 Chiang Kai-shek, envió a Chen-Yi a la “Exposición para conmemorar el 40 aniversario de la administración en Taiwán”, una exhibición de los logros del gobierno japonés en la isla. En su informe, Chen-Yi destacó los servicios e instalaciones públicas así como el desarrollo económico.
Tras la fundación de la República Popular China, el Kuomintang comprendió que la derrota en los campos de batalla se debía, en gran parte, a su incapacidad para someter a las élites al dictado de la política. Esto no volvería a pasar. Con la llegada del Kuomintang a la isla de Taiwán en 1949, CKS reactivó el legado político estatal del imperio japonés. En el caso taiwanés, un estado fuerte cumplía dos funciones. Por un lado, era un seguro de vida ante los vaivenes de la geopolítica del momento, y por el otro, era el principal agente que aseguraba una desarrollo económico y tecnológico eficaz que catapultaría a la Republica de China a la prominencia en Asia Oriental. En este sentido, el “milagro” económico taiwanés no se puede entender sin esta manera de concebir el Estado. No existen los milagros económicos, son la consecuencia lógica de una estructura estatal concreta cuya reproducción hemos observado en otros países del área como Corea del Sur y Singapur. La transición hacia el capitalismo en la isla, a través de un Estado desarrollista, fue guiada por una clase dirigente que no dudó de la centralidad estatal para desarrollar eficazmente las fuerzas productivas. Finalmente, a finales de los años 80, la transición democrática de Taiwán -una necesidad de supervivencia de las élites durante las postrimerías de la guerra fría en Asia Oriental- también estuvo influenciada por una cultura política en la que el Estado era la piedra angular de la vida política taiwanesa y continuaría liderando -institucionalizando las movilizaciones ciudadanas- el nuevo proceso democratizador que se estaba poniendo en marcha.
Llegados a este punto toca preguntarse: ¿por qué Taiwán y España, cuyas historias son cuasi paralelas y son ambas dos democracias más o menos consolidadas, han respondido al coronavirus de manera diferente? La respuesta hay que buscarla en el rol de la política. Mientras que Taiwán no ha olvidado la centralidad de la política, debido a su posición geopolítica particular y su trayectoria histórica durante el siglo XX, España ha sucumbido al discurso globalista –es decir, a la visión economicista de la globalización-, olvidando así la importancia del Estado como agente primordial que guía la vida política colectiva.
Y todo esto, ¿Qué tiene que ver con la crisis que estamos viviendo? Frente a la emergencia sanitaria, Taiwán no ha dudado en movilizar recursos estatales para lidiar con el coronavirus. Por el contrario, los complejos de la élite política española (representados en el duelo de Calviño-Escriva) se han mostrado como un apretado corsé que solo se ha podido desabrochar, parcialmente, gracias a la posición de Unidas Podemos de respaldo a las posiciones más keynesianas dentro del Consejo de Ministros.
Algunos han alabado la transparencia de Taiwán a la hora de lidiar con el coronavirus. Sin embargo, esta narrativa se ha presentado como una característica distintiva del ethos del gobierno taiwanés que se contrapone a la naturaleza “draconiana” del gobierno chino. Si bien es cierto que dicha transparencia ha sido crucial para combatir el coronavirus, tampoco se pueden olvidar las deficiencias democráticas que aún existen en la isla y que también pueden encontrarse en la democracia española y, en general, en el sistema de toma de decisiones de la UE y su repercusión en los Estados miembros. En este sentido, la eficaz política de transparencia es fruto de una élite política que moviliza, sin complejos, la maquinaria estatal para solucionar problemas colectivos poniendo la política por encima de la economía. Dicha practica no demuestra necesariamente la existencia de una consolidada tradición democrática en Taiwán, sino más bien, la de un legado político que entiende el papel del Estado de una forma muy concreta. Así pues, en este sentido, China Taiwán o Corea del Sur no son tan diferentes como los medios de comunicación nos quieren hacer creer.
Pero existe un factor más que no debe olvidarse para tener una visión completa tanto de la subestimación que Europa hemos hecho del peligro como del éxito taiwanés frente a la epidemia: la experiencia.
Cuando tras las primeras semanas de la crisis en Herrera Zhang evaluábamos la situación, Xiaojie y Yu-Ting nos alertaban de la gravedad de la epidemia. Básicamente, la posición de los firmantes de este artículo se centraba en la baja mortalidad, ellos manejando información de China y Taiwán, acentuaban la importancia del contagio. Nosotros nos equivocamos básicamente porque, a diferencia de lo que ocurre en China y Taiwán u otras partes del mundo, los europeos vivimos en una burbuja. Una burbuja que sesga nuestra capacidad de análisis y previsión. Sin terremotos, sin tifones, sin crisis sanitarias. Refugiados en una geográfia/climatología privilegiada y al abrigo de nuestras modernas infraestructuras, en Europa hemos olvidado que la naturaleza es un factor que determina la vida de nuestras sociedades. En este sentido, Craig Murray, exdiplomático británico, explicaba que la histeria colectiva que hemos atestiguado en Europa durante las últimas semanas, había sido “impulsada por un rechazo social a la noción de que la especie humana es parte de una vasta ecología, y que la muerte y la enfermedad son una realidad inevitable de la condición humana”.
El civismo que se observa en China, Taiwán, Corea del Sur o Japón por citar algunos países de Asia-Pacífico, tiene que ver con elementos culturales de responsabilidad individual hacia la comunidad y la visión confuciana de ser parte de un todo, pero también de esa experiencia de esfuerzo colectivo frente a las fuerzas de la naturaleza. Como por ejemplo ha demostrado la cooperación entre la ministra digital Audrey Tang, las empresas y la comunidad hacker en Taiwán. Por otro lado, conviene tener en cuenta que Taiwán comenzó a prepararse para el COVID-19 en 2004 tras la crisis del SARS, dotándose de Centro Nacional de Comando de Salud que integraba y coordinaba distintas agencias así como de protocolos claros para actuar contra epidemias y bioterrorismo. En España es algo totalmente nuevo.
A estas alturas no tiene mucho sentido preguntarse si la proliferación del virus en España podría haberse evitado, creemos que las preguntas que deben hacerse tienen más que ver con cuál será el rol de la política en España en el escenario pos-coronavirus. La experiencia nos dice que en los escenarios de crisis -ya sean financieras como la del 2008 o sanitaria como la actual- el Estado aparece como garante de sus ciudadanos. Al Estado recurren las empresas en busca de avales o los colectivos más vulnerables buscando protección. La crisis de 2008 dejó en evidencia, para quién todavía lo creía, que los mercados ni eran eficientes ni eran el motor de la competitividad, y que la intervención de lo público resulta vital. Ahora nos encontramos a las puertas de un reajuste en el proceso de globalización del calado, quizás, del que se dio a comienzos de la década de los noventa. La cuestión es si España afrontará esta nueva etapa con la política como pilar de la vida pública o si seguirá en manos de la economía. Como ha señalado, Máriam Martínez-Bascuñán: “atentos a la batalla entre órdenes políticos y a su reoganización interna. El juego acaba de empezar”. Hagan sus apuestas.