Réquiem por el campesino chino

In Análisis, Sociedad by PSTBS12378sxedeOPCH

En China, la inquietud de las autoridades en relación al campo radica en tres factores. Primero, es un hecho evidente que el medio rural se ha beneficiado muy poco de la prosperidad generada por la política de reforma y apertura, circunstancia que ha acrecentado el descontento campesino ante el abismo que les separa del bienestar urbano. Segundo, la certeza de que, históricamente, las rebeliones sociales en China tienen su origen en el campo y que es preciso atajarlas con medidas audaces antes de que sea demasiado tarde. Cada año y en número creciente se suceden decenas de miles de “incidentes de masas”, que cuestionan la credibilidad y autoridad de unos jefes locales del Partido que con frecuencia sucumben a la pasión constructora e inmobiliaria que obliga a los desprotegidos campesinos a abandonar su tierra. En tercer lugar, la convicción de que el modelo actual de organización y explotación agraria está agotado.

El problema campesino en China tiene tres manifestaciones principales. En primer lugar, la alimentación: el índice de absorción diaria de proteína por persona sigue siendo inferior a la ciudad. La alimentación aún debe mejorar. En segundo lugar, la renta. El ingreso neto rural es inferior al tercio de la media urbana. Según la Oficina Nacional de Estadísticas, la renta per capita de los trabajadores urbanos experimentó un crecimiento del 17,2% el año pasado en comparación con el año anterior, alcanzando los 13.786 yuanes (1,9 mil dólares). En contrapartida, la renta per capita de la población rural llegó hasta los 4.140 yuanes (570 dólares), con un aumento del 15,4%. En tercer lugar, el bienestar. El estado de los servicios básicos como la salud o la educación, cuando existen, es muy precario. Falta servicio médico en muchos distritos, el abandono escolar es aún importantísimo… Aunque el gobierno acostumbra a atemperar esta realidad asegurando que “la asistencia médica de nuevo tipo” está presente en el 86% de los distritos chinos y que protege a 730 millones de campesinos, o destacando los éxitos alcanzados en la lucha contra la pobreza (retirando de ella a unos 230 millones de campesinos desde 1978), lo cierto es que no todo es oro cuanto reluce. De adoptarse criterios y metodologías internacionales de evaluación, podríamos concluir que la pobreza puede alcanzar a unos 200 millones de personas en las zonas rurales chinas. Por otra parte, más de la mitad de las villas interiores, que aglutinan a 400 millones de personas, no disfrutan de agua potable, el 60% de las familias rurales no disponen de sanitarios en el interior de sus residencias y 150 millones de familias afrontan serios problemas con el abastecimiento de combustible”, dice el Diario del Pueblo, al justificar porque China debe considerarse aún un país en desarrollo. El desempleo y el subempleo entre la población rural es otro factor que viene pesando decisivamente en la ampliación del foso social que divide el campo de la ciudad.



De 1978 a 1984, el mundo agrícola fue el gran protagonista de la reforma china. No podía ser de otro modo cuando en él vivía el 80% de la población en condiciones de semiautoabastecimiento. Modificando el sistema de gestión y explotación e incentivando la autonomía de los agricultores, se generó un sustancial aumento de los ingresos. Pero a partir de 1984, el mundo urbano tomó el relevo. Con la llegada al poder de Hu Jintao en 2002, se invocó de nuevo el regreso al campo ante la necesidad de corregir los desequilibrios sociales que amenazan la estabilidad del proceso chino. En 2006 promovió el llamado “nuevo agro socialista” y cuando en 2007 se legisló acerca de la propiedad privada, no faltaron partidarios de que esta abordara la cuestión de la tierra. Pero modificar la estructura de la propiedad sin mejorar la situación en el campo podría resultar demasiado peligroso para la estabilidad social. El esfuerzo inversor de los últimos años en bienestar e infraestruturas rurales abre el camino a una reforma más profunda.



La realidad del mundo campesino chino se ha visto sustancialmene alterado en las tres últimas décadas. En primer lugar, por el acelerado proceso de urbanización. A finales del año 2007, la población urbana china alcanzó los 590 millones de personas, y el nivel de urbanización registró un 45%, un 24% más elevado que en 1982. Se prevé que en los próximos 10 a 15 años, la urbanización china mantenga un crecimiento anual de entre 0,8% y 1%. Para algunos, esta es la solución, acercando los patrones de crecimiento y desarrollo al propio de las sociedades más avanzadas de Occidente. Otros, no obstante, consideran que un campo fuerte y moderno debe constituir una de las singularidades chinas, en coherencia no solo con sus tradiciones culturales e históricas sino como requisito esencial de la seguridad alimentaria de su abundante población. Sea como fuere, las autoridades chinas llevan años alquilando y adquiriendo grandes superficies agrícolas en terceros países (África especialmente).



En segundo lugar, por el éxodo rural. Los trabajadores rurales en el medio urbano,  que suman la astronómica cifra de 150 millones de personas, es el más frágil grupo social chino. En general, no poseen contratos laborales, no reciben garantías sociales mínimas, afrontan retrasos de hasta dos años en sus salarios y son despedidos con mucha facilidad. El programa de renta mínima de China, señalado como una de las alternativas oficiales para aumentar la sensación de bienestar social e incentivar la actividad económica en el medio rural de las provincias más pobres-, abarca a poco más de 17 millones de familias en el interior chino. En promedio, fueron beneficiadas con una ayuda mensual de 12 dólares en 2007. Pero el gobierno aún no posee una política definida para este tipo de acción social. Las medidas liberalizadoras del campo chino promovidas por Hu Jintao  vienen a generalizar la experiencia desarrollada en Xiaogang, provincia de Anhui, al oeste de Shanghai (donde se inició en 1978 la reforma agraria que adoptaría Deng Xiaoping) cuando en abril del pasado año decidieron arrendar “sus” tierras por veinte años a una cooperativa.  El método y el gradualismo aplicados recuerdan el proceso seguido para transformar muchos activos de la industria estatal, primero en propiedad colectiva y, a renglón seguido, en propiedad privada. Las nuevas medidas legitimarán muchas operaciones ilegales en beneficio de los oficiales del Partido y de los potentados locales y aunque no se oficialice la propiedad, el llamado nuevo agro socialista va camino de convertirse en la piedra de toque que acabe de des-socializar el campo chino, llevando la reforma más allá de su última frontera.