Las no relaciones entre Beijing y Taipéi son un asunto candente en Asia. La presidenta Tsai Ing-wen está iniciando su segundo mandato. En las relaciones a través del Estrecho, su anterior período se caracterizó por la defensa del statu quo, que acompañó de críticas a China continental por su empeño en una praxis que tendía a alterarlo. Su segundo mandato, nuevamente con mayoría absoluta aunque menor, apunta, por el momento, en tres direcciones. En primer lugar, un refuerzo del control institucional, claramente visible en su controvertida propuesta de candidatos para el Yuan de Control, que se suma a la polémica previa, en la misma línea, de la Comisión Electoral Central. Una pena su rodillo porque la sociedad y el sistema pierden calidad democrática. Segundo, la reforma constitucional, de perfil incierto y que será compleja, tensa e intensa. Tercero, un mayor alineamiento con EEUU. De aquí a 2024, Tsai tratará de sentar las bases para alargar el liderazgo soberanista al frente de la República de China, o lo que acabe siendo Taiwán, al final de este su último mandato.
El panorama desde el otro lado del Estrecho es delicado. Hasta ahora, China ha hecho cuanto ha sabido y podido para contener el independentismo taiwanés. Con poco éxito, la verdad. En el sentir de la opinión pública, la desafección avanza por doquier. Es lo que señalan las encuestas. En el orden político, sus apoyos flaquean. El viejo Kuomintang atraviesa una crisis múltiple: de identidad, generacional, financiera…. Todo ello nutre la expectativa de tener que afrontar al soberanismo en el poder por largo tiempo. Y su acción distanciará a Taiwán del continente, abriendo un debate crucial en China sobre qué hacer: en cuatro años, hemos pasado de lo que se llamó la unificación oblicua, en tiempos de Ma Ying-jeou, a la separación directa de Tsai Ing-wen… Una poderosa incógnita se cierne sobre la expectativa de la reunificación pacífica. Xi Jinping mete prisa pero da la impresión de que se le va de las manos. Ni las condenas y advertencias o la presión militar han servido de algo.
Un factor crucial es la actitud de EEUU. Taipéi y Washington mantienen una relación especial. Donald Trump, con el concurso de la oposición demócrata, utiliza Taiwán para meter el dedo en el ojo de China. Hasta un ciego puede verlo. Pero Taipéi se siente reconfortado. Más que en iniciativas económicas sustanciales que hayan podido beneficiar a la isla, esto se ha traducido en medidas políticas y legislativas que prometen elevar los intercambios al máximo nivel. La carta taiwanesa tensiona la cuerda de las relaciones sino-estadounidenses a la espera de obtener contrapartidas en otros diferendos bilaterales. No obstante, en Taiwán, el apoyo de EEUU le brinda una oportunidad de oro para salir del ostracismo y reforzar una identidad política diferenciada basada en su apego democrático.
Es un terreno peligroso. EEUU ha demostrado en numerosas ocasiones que su interés efectivo en la defensa a viva voz de los grandes valores que proclama responde a una máxima principal: cuando geopolíticamente le conviene. El gobierno nacionalista en Taiwán ya fue dejado en la estacada cuando EEUU trasladó el reconocimiento diplomático a China. Y lo podría volver a hacer si se presenta la necesidad. Por tanto, confiar en que EEUU acuda en su auxilio si se desata una crisis aguda, puede resultar más que ilusorio. En Washington se aprueban muchas leyes en apoyo de Taiwán pero por el momento con escaso efecto práctico. Ni eso ni el merecido prestigio alcanzado por la gestión de la Covid-19 le han abierto a Taiwán las puertas de la OMS. Se las abrirá China cuando quiera. Ahora quiere que sus barcos militares atraquen en puertos de Taiwán (no pueden hacerlo en Hong Kong). Se puede imaginar la reacción de Beijing.
Al aprobar la ley de seguridad nacional para Hong Kong, China envía también un mensaje a Taiwán. Taipéi asegura que liquida el principio “un país, dos sistemas”, anulando toda esperanza de una reunificación que le permita organizar su existencia a su manera, tal como había prometido Deng Xiaoping. Del lado chino, el PCCh sugiere que hará cuanto tenga que hacer, lo que fuere, para preservar su integridad territorial y soberanía. En Hong Kong se llevó la situación al borde del abismo, rechazando cualquier posibilismo negociador. Este maximalismo impidió consensuar a tiempo una agenda progresiva, derivando en un callejón sin salida. O sin más salida que el retroceso actual. Y cuando las barbas de tu vecino….
Que la fórmula hongkonesa entre en crisis es una pésima noticia. Da la impresión que a China se le agota la paciencia política y opta por muscular su fuerza. Quizá empuje a Taiwán a una fuga hacia adelante. O no. En cualquier caso, las probabilidades de conflicto aumentan.