Nicaragua ha decidido romper con Taiwán. Se trunca así la espiral relativamente ascendente mostrada por la diplomacia taiwanesa en los últimos años en virtud del incremento de las tensiones entre EEUU y China. La bofetada diplomática de Managua hace perder la cara no solo a Taipéi, también a Washington, cuyas amenazas en la Ley TAIPEI (para la Protección y Mejora Internacional de los Aliados de Taiwán) aprobada en 2020, de nada han servido en este caso.
Cierto que, a día de hoy, la cartera diplomática formal de Taiwán no es de gran importancia efectiva si la ponemos en correspondencia con la informal, es decir, esas relaciones muy acrecidas con EEUU, Japón, Australia, incluso India. Y también con algunos países de la UE (bálticos, PECO…), que se han embarcado en la política de Washington. Desde 2016, cuando la presidenta Tsai Ing-wen llegó al poder poniéndose fin a la “tregua diplomática” instituida por el Kuomintang y el PCCh, Taiwán ha perdido ocho aliados diplomáticos: Burkina Faso, Panamá, Santo Tomé y Príncipe, República Dominicana, El Salvador, Islas Salomón, Kiribati y ahora Nicaragua. Dichas pérdidas se han “compensado” con esas otras “ganancias” informales.
Pero el tanto que China se apunta no es baladí. Para muchos, el reconocimiento de la Nicaragua sandinista, con fuertes vínculos con Cuba o Venezuela, del proestadounidense y anticomunista régimen de Taipéi era una anomalía. Las diferencias del pasado parecen haber sucumbido ante la importancia común otorgada al principio de “no injerencia en los asuntos internos”. La política de aislamiento y sanciones contra Managua por parte de la Casa Blanca la ha conducido a los brazos de Beijing. En 1985, bajo el anterior gobierno de Ortega, Nicaragua también cambió el reconocimiento a la China Popular, antes de reanudar los lazos en 1990 bajo la sucesora de Ortega, Violeta Chamorro. Posteriormente fueron mantenidos por Ortega tras su regreso al poder en 2007.
Las autoridades chinas refuerzan así, ante propios y extraños, su convicción de cuál sigue siendo la tendencia principal. Otros podrían seguir aún a Nicaragua, como es el caso de Honduras, aunque EEUU vigilará muy de cerca las decisiones de Tegucigalpa en este aspecto. Ya se lo han hecho saber a la presidenta electa Xiomara Castro quien deberá gestionar con “soberanía limitada”.
La decisión de Managua llega también tras el fracaso de la política de acoso y derribo del gobierno de las Islas Salomón, que en 2019 se desentendió de Taipéi. Los graves disturbios del pasado noviembre debían culminar con la destitución del presidente Manasseh Sogavare y con ello abrir camino a la restauración de los vínculos con Taiwán. Pero no salió. Taipéi negó estar involucrada en dicha operación, que a muchos sonó a una “revolución de color”, pero el dedo acusatorio de Honiara les señalaba de plano.
Lo acontecido representa también un aviso a navegantes para terceros países que quizá meditan elevar el rango de sus relaciones con Taipéi sin llegar a romper con Beijing. Con China, habrá consecuencias. Y la diplomacia taiwanesa, un tanto jubilosa en los últimos tiempos, debe tener los pies en el suelo.
La política en Taiwán vive una situación de crispación estructural que va más allá de la coyuntura. El secesionismo intenta aprovechar la tensión Beijing-Washington para alejar la expectativa de la reunificación (apremiada por Xi Jinping), una exigencia política que en la isla poco a poco se arrincona equiparándola a poco menos que una “traición”. La “seguridad nacional” gana terreno como argumento para recortar derechos y libertades al tiempo que se enaltece la defensa del “estilo de vida democrático” frente a la “tiranía continental”. Pese a ello, en esto, el Kuomintang ha cerrado filas con el soberanismo.
¿Y EEUU? Una primera reacción podría ser dar vía libre al cambio de nombre de la misión de Taiwán en la capital estadounidense, actualmente “Oficina de Representación Económica y Cultural de Taipéi”, una cuestión en evaluación desde hace meses.