Las tensas relaciones entre Vilna y Beijing no muestran signos de moderación y pueden contribuir a alejar un poco más a China y la Unión Europea. El origen de la controversia es la decisión del gobierno demócrata-cristiano de la primera ministra Ingrida Simonyte, que juró el cargo en diciembre de 2020, de permitir que Taipéi abriera una embajada de facto en noviembre pasado utilizando el nombre «Taiwán» en su denominación oficial. Las oficinas de representación de Taiwán en otros países con los que no tiene relaciones diplomáticas suelen utilizar «Taipéi» en sus nombres oficiales. Ello en virtud del reconocimiento del principio de “una sola China”, que Beijing dispone como precondición para establecer relaciones diplomáticas con cualquier país del mundo. Para Beijing, Taiwán y China continental forman parte del mismo país, y lo admitido por Lituania supondría, en la práctica, reconocer la existencia de “una China, un Taiwán”. Todo un tabú.
Tras infructuosas advertencias, una vez implementada aquella decisión, China reaccionó retirando a su embajador en Lituania y expulsando al embajador lituano en Beijing así como degradando el estatus de su legación. Los diplomáticos del país báltico han optado por regresar en masa a su país esgrimiendo “problemas de seguridad”. Por otra parte, China ha intentado imponer un coste a Lituania por su decisión mediante la suspensión de los servicios directos de trenes de mercancías al estado báltico o la prohibición de que los productos lituanos entren en el mercado chino. Al parecer, habría eliminado a Lituania de su lista de países de origen a principios de diciembre, lo que prácticamente bloquea la entrada de cualquier carga procedente de ese país en su territorio. Aunque la importancia de las relaciones económicas bilaterales es reducida para ambas partes, Beijing trata de enviar un mensaje claro y contundente que disuada a terceros de emular la iniciativa lituana.
En este contexto, el presidente Gitanas Nauseda, enfrentado a la primera ministra, declaró que permitir a Taiwán que abriese una oficina de representación con la palabra “Taiwán” en el nombre oficial fue un “error”. El jefe de Estado del país supervisa la política exterior y de seguridad, pero, según aclaró, no fue previamente consultado al respecto.
Lógicamente, Taiwán ha salido en tromba para apoyar la decisión lituana y en varios planos. En lo político, movilizando sus recursos para instar la solidaridad mundial con Vilna, presentando el proceder continental como una muestra más de las tendencias coercitivas chinas. En lo económico, estableciendo una Fundación de Inversiones en Europa Central y Oriental con 200 millones de dólares estadounidenses. Lituania y Taiwán deberán ponerse de acuerdo en el modelo concreto para hacer efectiva esta inversión. Y habrá más medidas compensatorias, sin duda. La decisión de Vilna supone para Taipéi un “avance” en un contexto adverso. Recuérdese que recientemente Managua cortó con la isla y su propio embajador, Jaime Wu, adquirió la nacionalidad nicaragüense al día siguiente de romper los vínculos diplomáticos. Doble bofetada.
En el asunto también tercia EEUU. Es de dominio público la proximidad estratégica báltico-estadounidense, fraguada notoriamente tras la disolución de la URSS, en cuyo desenlace también las tres pequeñas repúblicas de la región desempeñaron un importante papel. Recientemente, el secretario de Estado Anthony Blinken llamó a capítulo a sus homólogos de los nueve principales países de la UE a los que pidió que apoyasen firmemente a Lituania en su contencioso con China continental. Pero para la diplomacia comunitaria es realmente una incomodidad y la primera reticencia surge de la unilateralidad de la decisión de Lituania que muchos estados europeos no solo no comparten sino que rechazan. De una parte, Bruselas está obligada a solidarizarse con Lituania y a condenar el proceder de Beijing, pero no puede ignorar que Vilna actuó por su cuenta y riesgo al adoptar una decisión que rompe el consenso previo. Un embolado en toda regla.
El experto en seguridad Marius Laurinavicius cree poco probable que el gobierno lituano obligue a Taiwán a cambiar el nombre de su oficina, y señala que cambiarlo tampoco le traerá al país beneficios a la largo plazo con China continental, arriesgándose, eso sí, a contrariar a Estados Unidos, con quien si habría convenido previamente esta medida, a diferencia de Bruselas. La nueva ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, se ha solidarizado con Lituania pero está por ver qué pasos concretos se avanzan en las próximas semanas.
El incidente lituano puede tener un efecto expansivo indeseable si China adopta el modus operandi de Washington, es decir, si presiona a las empresas europeas y estadounidenses para que dejen de construir productos con componentes fabricados en Lituania arriesgándose a perder el acceso al mercado chino (emulando el proceder de EEUU en relación a Xinjiang).
Por otra parte, a nadie se le escapa que la extemporánea creación de este contencioso solo sirve a los intereses de quienes se empeñan en poner piedras en el camino de la relación UE-China, de por sí plagada de obstáculos. Taiwán ansía mejorar los lazos con Europa, en parte tirando provecho de su significado papel en la cadena de suministro global. Es su momento.