El interés de Estados Unidos por la isla de Taiwán se remonta a la Guerra de Corea (1950-53). Este conflicto bélico, en el que Mao Zedong apoyó a los revolucionarios norcoreanos de Kim Il-Sung en su enfrentamiento con las tropas surcoreanas y sus aliados estadounidenses, provocó que Washington incluyera a Taiwán dentro del área de seguridad de la región, una hecho clave en el devenir de la isla.
La importancia de la Guerra de Corea
En 1950 la postura estadounidense era cristalina, como así manifestaron el presidente Harry S. Truman el 5 de enero “el gobierno de Estados Unidos no proporcionará ayuda o asesoramiento militar a las fuerzas chinas de Formosa” y el documento NSC-48/2 elaborado por el Consejo de Seguridad Nacional del 30 de diciembre de 1949 “la importancia estratégica de Formosa no justifica una actuación militar abierta”.
El conflicto en la península coreana actuó, por tanto, de salvavidas para el Kuomintang, al ser inminente un avance comunista sobre la isla. Mao cometió un error de cálculo al apoyar el avance norcoreano sobre la República de Corea (Corea del Sur), considerando erróneamente que Estados Unidos mantendría su discurso oficial sobre Taiwán a pesar de la Guerra de Corea.
La maniobra de EE.UU. en apoyo de Taiwán supuso la ruptura con China, reconociendo a la República de China (Taiwán) como la única legítima y permitiendo que ocuparan un asiento en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Desde entonces las autoridades taiwanesas contaron con el respaldo diplomático y militar estadounidense para establecer un gobierno autocrático independiente en Taiwán, ya que la isla, como antaño, se encuentra en una posición muy atractiva a nivel geoestratégico.
Washington firmó con Taipéi un tratado de defensa mutua y se comprometió a defender las islas Jinmen y Mazu después de la invasión china de las islas Dazhen en 1955. Dos años después instaló misiles Matador y empezó a un construir una base militar en Taichung, sirviendo para el aterrizaje y despegue de los bombarderos B-52.
Podríamos hablar de una especie de guerra fría asiática, ya que ninguna de las partes quiso ir más allá e incluso Estados Unidos impidió un ataque nacionalista sobre el continente en 1962. Durante dos décadas las distintas fuerzas en disputa se limitaron a tantear sus posibilidades aplicando una guerra psicológica que no se materializó en una amenaza real de conflicto bélico por no interesar a ninguno de los tres actores.
China ingresa en la ONU
Existe una fecha que cambiará el curso de los acontecimientos: el 25 de octubre de 1971. Después de una votación en las Naciones Unidas se acordó que la República Popular China ocuparía el asiento de la República de China. Esta situación, sorprendente a todas luces, estuvo motivada por el deterioro de las relaciones entre China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), llegando a las puertas de un conflicto armado en 1969, lo que llevó a Mao a aplicar el famoso dicho “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”: China buscó un acercamiento a Washington, rompiendo así el aislacionismo que caracterizaba al gigante asiático con países que no fueran de la órbita comunista.
Este acercamiento se tradujo en el ingreso de China en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la visita de Nixon a Beijing en 1972 y en el establecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos en 1979. En este sentido Estados Unidos optó por una decisión pragmática, al igual que hizo la ONU: sumarse al principio de una sola China, aunque manteniendo de facto relaciones diplomáticas con Taiwán hasta la actualidad.
De la diplomacia del ping-pong a la asociación estratégica
Pero para llegar a este punto fue necesario que las dos partes activaran la maquinaria diplomática. China, interesada en establecer relaciones con Estados Unidos, envió una carta usando de intermediario al embajador de Pakistán al consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, en el que mostraban su interés por recibir a un representante de Nixon en Beijing para hablar de la cuestión de Taiwán (Kissinger entendió que el mensaje iba más allá, por lo que aceptaron la invitación). A su vez, China invitó al equipo de tenis de mesa (ping-pong) estadounidense que se encontraba en Japón, haciendo Washington lo propio al año siguiente. Estos fueron los primeros contactos reales entre dos estados que hasta entonces eran polos opuestos, en lo que desde entonces fue conocido como diplomacia del ping-pong.
Con el derrumbe de la URSS el 25 de diciembre de 1991 y el del mundo comunista tras la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989), China se situó como una potencia emergente dentro del nuevo mundo unipolar bajo la hegemonía estadounidense. La década de 1990 fue productiva a nivel comercial en las relaciones bilaterales salvo disputas esporádicas, y condujeron a una serie de esfuerzos por parte de Beijing para ingresar en la Organización Mundial del Comercio (OMC), organismo que regula el comercio y fija el marco para la negociación de acuerdos comerciales, buscando con ello ingresar en la economía mundial. Pese a que las condiciones fueron duras y se precisaron grandes esfuerzos, renunciado a una soberanía total al formar parte de un organismo supranacional, el hecho de quedar aislados, dadas las dimensiones del gigante asiático, no era beneficioso para ninguna de las partes, por lo que el 17 de septiembre de 2001, seis días después del atentado más grave que ha sufrido Estados Unidos en su historia, el 11-S, China ingresó como miembro de la OMC con el apoyo estadounidense. Nunca en la historia China había estado tan integrada con el resto del mundo, poniendo fin a dos milenios de aislacionismo.
La situación de asociación estratégica, que se remontaba a los primeros contactos formales entre ambos países, teniendo como punto cumbre la visita de Nixon a China en 1972, se prolongó durante las dos décadas siguientes al, como he dicho anteriormente, existir beneficio económico y recibió esta denominación durante el gobierno de Bill Clinton.
A mediados de la década de 1990 la situación empeoró al estallar una nueva crisis de Taiwán, con motivo de los, a ojos de Beijing, excesos verbales independentistas del presidente Lee Teng-hui. Esta situación condujo a que China lanzara una serie de misiles sobre el espacio aéreo taiwanés, a modo de aviso, y sobre el estrecho, así como la movilización de tropas en la provincia de Fujian (lo que provocó una movilización estadounidense en el estrecho). La situación se repitió a inicios de 1996, a escasos días de las primeras elecciones presidenciales libres y democráticas de la historia de la isla. Washington volvió a mostrar fuerza enviando su flota a Taiwán y Lee obtuvo la victoria.
Competencia estratégica durante los gobiernos de Bush y Obama
El cambio llegó con el ascenso al poder de George W. Bush, quien tildó las relaciones con China como “competencia estratégica”. Se produjo un incidente con un avión espía estadounidense que sobrevolaba territorio chino y al ser interceptado aterrizó de emergencia en la isla de Hainan, siendo su tripulación detenida hasta que Washington pidiera disculpas. El 11-S supuso el punto de inflexión en esta situación de creciente hostilidad, normalizando las relaciones en beneficio estadounidense: tras el atentado reorientaron su política exterior hacia Oriente Medio, situando como único país asiático vinculado al eje del mal (expresión de George W. Bush) a la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte).
La política exterior de Barack Obama durante sus ocho años de mandato (2008-2016), más allá de haber mantenido el intervencionismo político y militar de George W. Bush, ha tenido como uno de sus ejes principales el continente asiático. Es en Asia donde Estados Unidos se disputa su papel de primera potencia mundial, de potencia hegemónica, con China. La estrategia de intentar contener a Beijing (práctica ya realizada en décadas pasadas) forjando alianzas con distintos países, en especial del sudeste asiático, tiene en la isla de Taiwán uno de sus centros más relevantes a nivel geoestratégico, así como simbólico (evitar que China recupere un territorio reclamado desde hace prácticamente setenta años es una muestra de fuerza estadounidense). Esta estrategia fue conocida como Pivot to Asia y tuvo como una de sus caras visibles a la por aquel entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton. También es reseñable que durante el mandato de Obama tuvo lugar la denominada revolución de los paraguas en Hong Kong, en el año 2014, lo que por algunos fue considerado un intento más de revolución de color impulsado desde Estados Unidos para, en el caso chino, desestabilizar al régimen provocando y avivando problemas internos.
La Administración Trump
Las elecciones presidenciales que se celebraron el 8 de noviembre de 2016 supusieron un cambio de rumbo para la política exterior estadounidense. El empresario multimillonario Donald J. Trump, que durante toda la campaña fue el blanco de las críticas de los demócratas y los republicanos, obtuvo la victoria sobre su rival, Hillary Clinton.
Desde un primer momento generó cierta incertidumbre en lo relativo a la política exterior ya que su su discurso durante la campaña electoral suponía una ruptura con la política exterior que había seguido Estados Unidos en las últimas décadas, consistente en intervencionismo militar e injerencias internas en otros Estados para expandir la democracia alrededor del mundo, en un papel prácticamente mesiánico. En ese sentido Trump manifestó su rechazo al desembolso millonario y la pérdida de vidas en diversas guerras innecesarias en las que su país asumió el papel de Policía del Mundo. Su retórica, con ciertos tintes aislacionistas, priorizaba la política doméstica.
Su presidencia comenzó con una acción que destaca por su simbolismo: el presidente estadounidense hizo público que había conversado telefónicamente con la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, situación que no se producía desde la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países en 1979. Esta acción, que coincidía con los primeros pasos de sus respectivos mandatos electorales, probablemente tuvo la intención de marcar perfil de cara a los enfrentamientos, velados y no tan velados, que se han producido posteriormente con China. Taiwán es una pieza clave y así se lo hizo saber Trump a su homólogo Xi Jinping.
Desde el comienzo de su mandato el presidente estadounidense situó a China como el gran enemigo, forzando una situación que por la retórica empleada y las acciones recuerda a la Guerra Fría. La situación de guerra económica y los intentos por avivar los conflictos internos de China permiten que Taiwán siga como un elemento clave en el tablero geopolítico. Peticiones como las que tuvieron lugar el pasado mayo, con Estados Unidos afirmando que Taiwán debería tener representación en la ONU y en la Organización Mundial de la Salud, nos recuerdan que pese a que actualmente el foco se encuentre en Hong Kong y Xinjiang la cuestión de Taiwán seguirá siendo un recurso de gran valor para Estados Unidos.