El mapa político resultante de las elecciones locales celebradas en Taiwán augura un “año largo” de 14 meses hasta las elecciones presidenciales de 2024. Como ocurrió hace cuatro años, el KMT parte con buenas sensaciones; y como entonces, para consumar el ansiado “doblete” necesitará hilar extremadamente fino en los próximos meses si no quiere estragar esta victoria.
Como es acostumbrado en este tipo de comicios, los factores municipales y regionales –más que los generales- pesan lo suyo, aunque también, en diversa medida, influyen otro tipo de consideraciones. No falta, por ejemplo, quien los aproveche para alentar un voto de castigo a la formación gobernante a modo de aviso para reorientar su gestión. En el caso de Taiwán, la alargada sombra de China pesa igualmente sobre la decisión del electorado, especialmente en una coyuntura como la actual, tras seis años de incremento paulatino de la tensión en el Estrecho.
En efecto, no se pueden extrapolar de forma lineal y automática los datos de unas elecciones locales a las presidenciales, que deben celebrarse en enero de 2024. Pero la victoria del KMT revela, sin duda, la existencia de una base social importante que reconoce las fuertes raíces en la isla de la formación azul, desmintiendo de facto la crítica de que se trata de una formación “extranjera” (en alusión a su traslado desde el continente en 1949). Pese a sus crisis, el KMT sigue ahí y además con capacidades significativas para competir por el favor del electorado.
En esta ocasión, algunos candidatos del KMT no se refugiaron en su comodín local ni escondieron la cabeza al proponer un diálogo con Beijing para prevenir una hipotética guerra. Y en la agenda mediática se colaron oportunamente casos de espionaje (como el del coronel Hsiang Teh-en) o de corrupción electoral (redadas al amparo de la ley anti-infiltración) en los que China surgía como el instigador y enemigo a tener en cuenta a la hora de emitir el voto. El PDP se ha esforzado cuanto ha podido para vincular elecciones locales con la hostilidad que caracteriza su política hacia el continente. El KMT no ha rehuido del todo el debate, a pesar de su habitual incomodidad.
Para el PDP, la estrategia electoral es sencilla: China es la amenaza principal para Taiwán, el KMT es el principal amigo de China en la isla, luego el KMT es una amenaza para la democracia taiwanesa. Pero si la amenaza se exagera o la hipótesis de una guerra se hace más plausible, el KMT emerge como la única fuerza capaz de evitarla garantizando el diálogo y la estabilidad. Y aquella vinculación que hasta ahora ha funcionado para el PDP a las mil maravillas, pudiera tener los días contados si se convierte en sinónimo de escalada hacia la guerra. El resultado en el referéndum tampoco es una buena noticia para el PDP que siempre confía en los más jóvenes como oportuno vivero electoral.
Las elecciones locales proporcionan un gran impulso al KMT otorgándole más poder municipal y regional, pero es un barómetro limitado y este debe tener en cuenta los nuevos y viejos datos presentes en la ecuación. Por ejemplo, el buen resultado del Partido Popular de Taiwán pudiera animar la candidatura presidencial de Ko Wen-je (que quizá podría beneficiar más al PDP), o, en otro orden, el retroceso del Partido del Nuevo Poder. Las terceras fuerzas han cosechado resultados dispares pero el bipartidismo sigue tocado.
La dimisión de Tsai Ing-wen es un déjà vu. Hizo lo mismo en 2018. Su dimisión no provoca incertidumbre ni vacío en el PDP. Tsai no puede presentarse en 2024. Con independencia de quien asuma su relevo en el partido, todo apunta a que el elegido para entonces puede ser su vicepresidente Lai Ching-te, una figura que para China continental es aun menos aceptable que Tsai.
Beijing está interesado en reflotar el Consenso de 1992 pactado con el KMT y reivindicado en plena campaña electoral por el ex presidente Ma Ying-jeou, pero también tiene que echar sus cuentas y calcular bien sus pasos, a sabiendas de que sus opciones tienen un importante impacto en el electorado taiwanés. La disyuntiva sobre el nivel de presión, que va a continuar, es la clave. Si en Beijing creen que la amenaza de guerra inclina al electorado hacia el KMT, no dudará en activarla. En la reversión de los resultados de 2018 y el triunfo de Tsai en 2020, sin duda, pesó la crisis de Hong Kong. Si el año 2023 resulta tumultuoso e inestable en China continental, el PDP puede tener otra oportunidad.
La reacción de EEUU también importa en esta ecuación. En el encuentro Biden-Xi se habló mucho de Taiwán, aunque pocos creen que el diálogo que se inicie a partir de enero pueda servir para alterar el escenario estratégico. Hoy, la apuesta principal de Washington no es el KMT, el único que tiene capacidad para el diálogo con Beijing. El KMT lleva años intentando mejorar sus tradicionales lazos con la Casa Blanca pero los desencuentros en sus políticas respectivas (diálogo a un lado, confrontación a otro) no se lo pone fácil.