Al candidato del PDP, el vicepresidente Lai Ching-te, le recuerdan a menudo unas declaraciones suyas pronunciadas en 2017, siendo primer ministro, cuando se definió como “un trabajador pragmático por la independencia de Taiwán”. El comentario disiparía cualquier ambigüedad a propósito de su ideario, levantando ampollas y muy serios recelos al otro lado del Estrecho.
La visión de Lai es que Taiwán no es parte de la República Popular China y ni Beijing ni Taipéi están mutuamente subordinados. En esencia, lo que Lai sugiere no es tanto la ambición de proclamar de forma inmediata una independencia de jure de Taiwán como lo que define como “consenso general en Taiwán”, es decir, el rechazo a la unificación con China continental por considerar que Taiwán no es parte de ella.
En una reciente entrevista con Cheng Hung-yi en SETNews, definió también su pragmatismo como una forma de “actuar de acuerdo con los hechos” y el hecho irrefutable sería que “Taiwán no es parte de la República Popular China”.
La defensa de la soberanía y de la democracia son las dos caras de la misma moneda, según Lai, y los referentes ideológicos que constituyen la base de la prosperidad presente y futura de Taiwán. Por tanto, la idea de que Taiwán forme parte de China, de cualquier forma, es un anatema para Lai. De ahí el rechazo frontal a cualquier fórmula que con mayor o menor holgura contemple la renuncia a la existencia de Taiwán como realidad separada de China continental.
Lai se alinea con los cuatro compromisos formulados por la actual presidenta Tsai Ing-wen: defensa del sistema democrático y constitucional de la isla, no subordinación entre ambas realidades políticas, resistencia a la anexión, derecho del pueblo taiwanés a decidir libremente su futuro… En un artículo de opinión publicado por el Wall Street Journal el 4 de julio, Lai propone además «cuatro pilares» como un «plan de acción» para afirmar esos cuatro compromisos de Tsai: construir las capacidades de defensa de Taiwán, tratar la seguridad económica como seguridad nacional, formar alianzas con democracias de todo el mundo y el establecimiento de un liderazgo a través del Estrecho firme y basado en principios.
En Beijing, los planteamientos de Lai suenan a herejía. Lai lo sabe. Por más que diga que le gustaría cenar con Xi Jinping, al decir que “cuando el presidente de Taiwán pueda ingresar a la Casa Blanca, se habrá logrado el objetivo político que perseguimos”, abre la caja de los truenos. Pese a ello, defiende la posibilidad de conciliar la independencia de Taiwán con la coexistencia pacífica con China continental, que remite a la distinción entre el PCCh (con quien sería imposible) y el pueblo chino (posible), un juego semántico de poco recorrido efectivo.
Por tanto, una victoria de Lai en las elecciones de enero acentuaría la vocación y el propósito soberanista en Taipéi, probablemente con mayor decisión y empeño que bajo el mandato de Tsai. No se trata del riesgo de alentar de forma inminente la independencia de jure pero si de dar pasos más decididos hacia una independencia de facto que refuercen la percepción global de Taiwán como un estado soberano. Para ello, Lai encontrará el seguro apoyo de Japón y de EEUU y probablemente de otros más, incluidas en Europa las capitales de mayor sesgo anticomunista.
Lai alejaría más a Taiwán de China continental. Es verdad que entre la independencia, el statu quo y la unificación hay una amplia trama de grises cuya definición dependerá de la evolución del contexto bilateral, regional y global. Pero el riesgo de seguridad aumenta en paralelo al antagonismo y consecuentemente también las posibilidades de conflicto.
Que Taiwán se acerque cada día más a la independencia de jure y que EEUU se aleje cada día más de su política de una sola China en un contexto, además, en que la comunicación entre Beijing y Taipéi es nula y entre Beijing y Washington está bajo mínimos, evapora la confianza y nos advierte de la urgencia de la prevención. Esta debiera ser ahora mismo la máxima prioridad para todas las partes.
El 13 de Enero de 2024, Taiwán celebrará elecciones legislativas y presidenciales. El futuro político inmediato de la isla está en juego pero también la estabilidad y la paz en el Estrecho de Taiwán. Las tensiones estratégicas entre EEUU y China planean sobre unos comicios cuyo resultado podría acelerar la decantación del signo hegemónico del siglo XXI.