“Siempre nos hemos esforzado por mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán, pero la independencia de Taiwán es tan incompatible con la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán como el fuego y el agua”, dijo un elocuente Xi Jinping en Bali, en la cumbre del G20, tras reunirse con su homólogo de los Estados Unidos, Joe Biden.
Taiwán es “la más roja de las líneas rojas” de China que “no se debe cruzar”. Forma parte de lo que en su narrativa política también denomina “intereses centrales” (incluyendo el sistema político basado en la hegemonía del PCCh o la soberanía e integridad territorial, entre otros), es decir, aquellos asuntos respecto a los cuales cualquier negociación ofrece muy poco margen de cesión.
La reunificación de Taiwán con el continente es un elemento sustancial del sueño chino y ni la revitalización nacional ni la modernización, baluartes históricos de dicho proyecto, se darían por completadas en tanto aquella no fuera debidamente resuelta. Por tanto, esa vinculación es taxativa, aunque su cronograma, a día de hoy, no discurre con igual nivel de concreción. Del mismo modo, cuando se advierte de la posibilidad de una acción armada para conjurar la independencia de la isla, que Taiwán solo estaría en disposición de formular con el apoyo de EEUU, se debe tomar en serio aunque tampoco goce de una concreción explícita en el calendario.
La alta sensibilidad del problema de Taiwán en la política china tiene dos destinatarios principales. De una parte, Taipéi, a quien se le hace saber por activa y por pasiva que el actual statu quo (definido como la existencia separada de dos estados, uno de hecho y otro de derecho) es transitorio y que el final de esa transición nunca podrá ser la independencia. De ahí, la aprobación en 2005 de la Ley Antisecesión por el Parlamento chino y el énfasis en el llamado “Consenso de 1992”, en virtud del cual ambas partes reconocerían la existencia de una sola China en el mundo, aunque cada cual tenga una interpretación diferente a propósito de cuál es esa China: para Taipéi, la República de China de Sun Yat-sen; para Beijing, la República Popular China, fundada por Mao Zedong.
Participan de este consenso las fuerzas unionistas en la isla, no así las soberanistas (Minjindang o PDP), actualmente en el poder, que lo rechazan abierta y expresamente. Esto explica que el diálogo oficial se haya suspendido y que solo perviva el establecido a nivel partidario entre el PCCh y el KMT y otros partidos nacionalistas, o a nivel de poderes locales, que podría intensificarse tras los resultados de las elecciones del 26 de Noviembre de 2022, buenos, en general, para los partidarios de la reunificación.
El segundo destinatario son los países terceros. En primer lugar, cualquier estado que ambicione establecer relaciones diplomáticas con China debe reconocer el principio de una sola China. No es posible simultanear relaciones oficiales con China y con Taiwán (oficialmente, República de China).
Esa disyuntiva deviene en frentes de tensión en diversos campos. En el ámbito diplomático, por ejemplo, son dos los ejes principales. De una parte, en lo estrictamente político, hay un canon formal establecido para que cualquier país que lo desee pueda mantener de forma diferenciada relaciones con las dos realidades. Las “oficinas económicas y culturales de Taipéi” canalizan ese vínculo paradiplomático con Taiwán, con un estatus muy rebajado respecto a una legación diplomática normal. Taiwán solo dispone de intercambios integrales con los 14 países que ahora mismo le reconocen como estado.
El empeño chino trata de alejar cualquier atisbo de duda que pueda implicar que Taiwán es un país diferente o que hay “dos chinas” en el mundo, lo cual podría otorgar a la isla cierta legitimidad internacional. Cuando Lituania, al margen del consenso europeo en este asunto, aceptó por su cuenta y riesgo la inclusión de la palabra Taiwán en la oficina de representación de Taipéi (la primera que abrió en Europa en los últimos 18 años), Beijing reaccionó con virulencia con el fin de mostrar que una decisión de ese tipo constituye un desafío con consecuencias graves en las relaciones políticas y económicas. De hecho, Vilnius, más allá de la denuncia de la situación, ha tomado buena nota: la oficina de representación de Lituania en Taiwán no hace honor a su nombre. La denominación oficial de su oficina no lleva la palabra Taiwán, ni siquiera Taipéi, como es más habitual. Además, la inauguración de la oficina fue muy discreta y apenas se promovió en los medios. Tampoco tiene funciones consulares.
Asimismo, otro aspecto importante son las visitas políticas, que debieran mantener siempre un perfil bajo. Hemos visto lo ocurrido en agosto de 2022 con la visita de Nancy Pelosi, la presidenta del Congreso de EEUU, que China sentenció como un intento de “alterar el statu quo”.
La idea central es espantar todo cuanto implique un hipotético reconocimiento estatal o pseudo estatal.
En el orden económico, la vigilancia de Beijing se centra en los acuerdos comerciales. Si Taiwán participa en instituciones como la OMC o la APEC es como “economía”, en concreto como “Territorio Aduanero Distinto de Taiwán, Penghu, Kinmen y Matsu (Taipei Chino), no como país. Y esa denominación se debe extender a la relación con aquellos que deseen regular su relación bilateral con la isla, en cuya gestión China aspira a ejercer una especie de poder de veto fáctico. En consecuencia, se transita por una delgada línea que puede dificultar los anhelos de integración de Taiwán en la economía regional y mundial. Esto explica, por ejemplo, que Taiwán no se uniera a la RCEP (Asociación Económica Integral Regional) o disponga de posibilidades limitadas de unirse al CPTPP (Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico) o que esté siguiendo una estrategia de establecimiento de un tratado de libre comercio con Estados Unidos de manera gradual y por bloques. Pero EEUU no ha invitado a Taiwán a participar en el Marco Económico de Indo-Pacífico (IPEF, siglas en inglés), y aunque el secretario de Estado Antony Blinken ha señalado que el IPEF es una organización abierta a todos los países, se supone que con esta expresión descarta la inclusión de Taiwán en el futuro.
Aun así, propuestas como la Iniciativa de Comercio entre Taiwán y EE. UU. para el siglo XXI es un gran hito en las relaciones bilaterales y se añade a otros marcos de negociación comercial como el Acuerdo Marco de Comercio e Inversión (TIFA, siglas en inglés), el Diálogo de Cooperación y Prosperidad Económica (EPPD, siglas en inglés) y la Cooperación de Comercio e Inversión en Tecnología (TIIC, siglas en inglés). Todos estos marcos y plataformas funcionan como un sistema de bloques que abarca todos los ámbitos de la economía y, en su conjunto, equivalen a un Tratado de Libre Comercio una vez completados y desarrollados.
China, como es previsible, recela, cuando no condena abiertamente, este proceso y lo interpreta como manifestación de un enfoque más amplio de EEUU cuyo propósito es trabar la reunificación pero también beneficiarse económicamente del conflicto. Ese entendimiento tendría un soporte central en la industria de los semiconductores con la taiwanesa TSMC como espina dorsal. Algunos hablan ya de “destaiwanización” como resultado de las inversiones multimillonarias en este sector en EEUU (dos plantas en Arizona que suman 40.000 millones de dólares) que podrían ser el precio a pagar por la creciente implicación de EEUU en la seguridad de Taiwán. La producción de semiconductores de EE. UU. ahora representa solo el 12 por ciento del total mundial, frente al 37 por ciento de hace dos décadas y Taiwán se antoja una pieza clave en el cambio de juego de esta industria, como ha reconocido el fundador y director ejecutivo de Nvidia, Jensen Huang.
En suma, la participación internacional es precisamente uno de los terrenos de mayor virulencia en el diferendo del Estrecho de Taiwán, aunque ofrece, en términos generales, una tendencia clara, favorecida en gran medida tanto por la creciente influencia de China en el mundo como también por su condición de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU con derecho a veto. Beijing puede condicionar cualquier participación de Taiwán en foros como la OMS, la OACI, la INTERPOL, etc., que ya consintió en el pasado, a la previa aceptación por parte de las autoridades taiwanesas del principio de una sola China. Sin embargo, las relaciones informales con las potencias desarrolladas de Occidente ganan en profundidad y dimensión en paralelo al enrarecimiento de sus relaciones con China.
Estados Unidos y la seguridad de Taiwán
Washington es el principal valedor internacional de Taipéi. Es este asunto el que más influyó en la dilatación del reconocimiento diplomático en 1979, tras el proceso abierto siete años antes. En los tres comunicados conjuntos, EEUU reconoce el principio de una sola China. Y en la Taiwan Relations Act, que China considera una iniciativa unilateral, EEUU viene a establecer el principio de “ambigüedad estratégica”, garantizando a Taiwán la capacidad de defenderse, dejando in albis el nivel de implicación directa en caso de conflicto abierto.
Las “seis garantías” otorgadas en 1982 por el presidente Ronald Reagan a modo de aclaraciones a la política general con Taipéi abundan en esa idea del apoyo decidido a la isla y que tiene su traducción principal en las ventas de armas de EEUU a Taiwán y, en general, en el desarrollo de la cooperación militar, un aspecto que igualmente China rechaza y denuncia como “apoyo a la causa independentista”. Cuando la tensión estratégica entre EEUU y China cotiza al alza, el reflejo en Taiwán es inmediato. De hecho, se incrementa tanto en cantidad como en calidad, amenazando los fundamentos políticos de las relaciones sino-estadounidenses, dice Beijing.
Las respuestas de China
El actual momento de relativo coqueteo con una segunda guerra fría tiene en Taiwán una expresión singular. EEUU ha elevado el nivel de su implicación en la isla, con el argumento principal de la defensa de la democracia frente a la expansión autoritaria, sumándose a las denuncias de Taipéi de coerción económica, incremento de la guerra cognitiva y legal, los ciberataques, etc. alentados desde el continente para aislar al gobierno soberanista de la isla.
Otros países aliados de EEUU se han sumado a esa orientación con declaraciones, misiones y planes de todo tipo para afianzar las relaciones con Taiwán. China reitera sus advertencias al respecto sobre la importancia de la línea roja, aunque matiza sus niveles de respuesta en función de cada caso.
En la isla, esta dinámica tiene efectos desiguales. El gobernante PDP, por ejemplo, teme que los agricultores y granjeros le estén retirando su apoyo debido al impacto de las “sanciones” de China continental, a menudo disfrazadas de nuevas regulaciones, que han afectado gravemente a sus ingresos. Esto podría tener consecuencias en las elecciones legislativas y presidenciales de enero del próximo año.
La intervención del Ejército Popular de Liberación (EPL) supone el último recurso. El bloqueo de la isla en agosto de 2022 da cuenta del nivel alcanzado en sus preparativos de una hipotética acción militar. El incremento de la presencia de aviones y buques en las inmediaciones de la isla se ha convertido en una rutina en el Estrecho de Taiwán. Y si anteriormente provocaban el hastío de la población, hoy es cierto temor el que predomina. La traducción política de esa tendencia puede beneficiar a aquellas formaciones con capacidad de reanudar el diálogo con el continente.
¿Prisas chinas?
Para el PCCh, promover la unificación con Taiwán se ha vuelto más importante que oponerse a la independencia y, con ese fin, alentará políticas específicas para ganarse a aquellos que en Taiwán abogan por mantener el “statu quo”. Por otra parte, es consciente de que carece de credibilidad para instar un diálogo constructivo con los taiwaneses centrado en la democracia liberal por lo que enfatizará el nacionalismo civilizatorio como argamasa del hipotético reencuentro.
Tanto Taiwán como EE. UU. celebrarán elecciones presidenciales en 2024. Xi, por su parte, deberá revalidar su posición en 2027, cuando el EPL celebrará su primer centenario. Algunos analistas han citado este año como cuando China podría intentar una invasión de Taiwán, aunque otros lo descartan. Mucho dependerá del nivel de erosión y hasta de franqueo en los próximos años de la “línea roja” establecida por China y de la propia evolución política de la isla. Por su extrema fragilidad, el equilibrio entre disuasión y provocación puede desmoronarse con relativa facilidad.
(Para Vanguardia Dossier 87 – 2023, abril/junio)