En la región de América Latina y el Caribe, a la habitual disputa diplomática por los reconocimientos protagonizada por la República Popular China y la República de China o Taiwán, se ha sumado de forma activa e indisimulada un tercer actor, los Estados Unidos, que tercia en la pugna dejando a un lado cualquier atisbo de ambigüedad pasada.
Taiwán cuenta en toda la región con 9 aliados del total de 15 que conserva actualmente. De ellos, solo Paraguay, en América del Sur. En 1955, solamente 23 países del mundo mantenían relaciones diplomáticas con la República Popular China, fundada en 1949. El resto de naciones mantenían su alianza con la República de China, trasladada a la isla tras la derrota del Kuomintang (KMT) en la larga guerra civil. Durante años, la conocida como “diplomacia de chequera” simbolizó una pugna interminable por lograr la adhesión del mayor número posible de países. El balance actual da cuenta de la identidad del inapelable ganador resultante.
En los últimos años, tras el fin de la “tregua diplomática” establecida por Beijing con el gobierno del KMT presidido por Ma Ying-jeou, la cartera de aliados en la región se ha resentido notablemente, con las pérdidas de República Dominicana, Panamá o El Salvador, que se sumaron a la de Costa Rica, registrada unos años antes. La llegada al poder en Taipéi del PDP o Minjindang (2016) y su negativa a suscribir el principio de una sola China y el Consenso de 1992, abortó aquella tregua y la tensión bilateral, también en el frente diplomático, se fue recrudeciendo (Ríos, 2020).
Los logros más recientes de Beijing en la región son, al menos parcialmente, resultado de una mayor actividad diplomática en la zona, que recoge el impulso dado a las relaciones económicas y comerciales en los años previos en los que la tregua diplomática se complementó con un “dejar hacer” en el orden económico que le permitió ganar terreno, presencia e influencia.
No obstante, el régimen de Donald Trump en EEUU, marcando un claro rumbo de confrontación con China a través de la activación de la guerra comercial, tecnológica, política, estratégica, etc., encontró en Taiwán, el asunto más sensible en las relaciones bilaterales, un instrumento de presión contra la hoja de ruta de China continental hacia la consumación de la reunificación tras la retrocesión de Hong Kong (1997) y la devolución de Macao (1999). Y Taiwán, con los soberanistas al frente del gobierno, buscó afirmar su compromiso, reforzando y ampliando sus vínculos con Washington.
Aquellos países que meditaban o decidían trasladar su reconocimiento a la República Popular China tenían en cuenta las expectativas del desarrollo de su economía y la atracción de inversiones de Beijing en un momento en que la apertura china al exterior experimentaba nuevos impulsos (Cornejo, 2005). Los incentivos dispuestos por China, convertida en la segunda economía del mundo, no estaban al alcance de Taiwán y esto hacía temer en ocasiones un efecto dominó que acabara por asestar un duro golpe a sus esperanzas de mantener un cierto nivel de apoyo exterior.
(Texto completo en el PDF adjunto. Escrito en 2020, forma parte del libro «China y América Latina, una asociación estratégica integral», de reciente publicación por el Centro Venezolano de Estudios sobre China).