El presidente Chen Shui-bian ha anunciado la celebración de un referéndum en Taiwán para el próximo 22 de marzo, coincidiendo con las elecciones presidenciales. En la consulta, los taiwaneses deben pronunciarse sobre el ingreso de la isla en la ONU. El asiento de la República de China, denominación oficial de Taiwán, fue ocupado en los años setenta por la República Popular China quien ha pasado a ser, a partir de entonces y de conformidad con la resolución 2758, la única y legítima representante de todo el pueblo chino. Anualmente, desde los años noventa, Taipei promueve su vuelta a la ONU a través de campañas concertadas con sus aliados diplomáticos, cada vez menos, y siempre sin éxito alguno. Recientemente, Chen cursó una carta al secretario general, Ban Ki-moon, solicitando se tome en consideración la petición de ingreso de Taiwán –no de la República de China-, que fue rechazada de plano por los servicios jurídicos de la ONU y devuelta a su remitente.
Las posibilidades de que prospere la demanda de Taipei son nulas. Y Chen lo sabe. Por qué sigue adelante? En primer lugar, porque ello le permite condicionar de forma absoluta el ritmo político de la isla, situando al Partido Democrático Progresista (PDP) en posición de ventaja respecto a sus contrincantes de cara a los próximos comicios, legislativos en enero y presidenciales en marzo. La capacidad de arrastre del PDP se ha visto confirmada con la decisión del Kuomintang (KMT) de secundar su petición, si bien reivindicando una fórmula más ambigua y denunciando la utilización electoral y partidista de un sentimiento que comparten la inmensa mayoría de los 23 millones de habitantes de Taiwán. En segundo lugar, porque esta estratagema contribuye a reforzar su política de autoidentificación nacional y de desinización que tiene en el cambio de nombre de la isla, en la protección otorgada a los yuanzhumin (población aborigen) o en la revisión de manuales educativos, otros exponentes de gran trascendencia práctica y afectiva.
El cálculo de Chen, que no puede presentarse a la reelección y a quien le espera un proceso por corrupción nada más abandonar el cargo, tiene en cuenta, probablemente, que no tendrá mejor oportunidad que la presente para promover tan arriesgada iniciativa, aun a sabiendas que ello puede causar gran irritación al otro lado del Estrecho. Con Pekín ocupado en la preparación de los Juegos Olímpicos, China no podría actuar a la brava para impedir el libre ejercicio de un derecho democrático, so pena de dañar gravemente su imagen internacional y reforzar la victimización de Taiwán, a la que tanto gusta jugar a Chen.
Pero, quedará Pekín de brazos cruzados? En la reciente conmemoración del 80 aniversario del Ejército Popular de Liberación, Cao Gangchuan, ministro de defensa, reclamaba “tolerancia cero” hacia la independencia de Taiwán. Para Hu Jintao, jefe del Estado y presidente también de la Comisión Militar Central, la situación no es cómoda. El ha impulsado la llamada “tercera cooperación” con el KMT, a la cabeza de la oposición en Taipei, en un ejercicio de sabia paradiplomacia asimétrica que ha deparado grandes oportunidades de negocio a los empresarios taiwaneses en el continente. Que el KMT secunde ahora, con más o menos entusiasmo, la estrategia del PDP en esta materia puede ser un ejercicio de oportunismo para no dañar sus expectativas electorales, pero no hay que olvidar que la inmensa mayoría de su base social no apuesta tampoco por la unificación. Si el referéndum sale adelante con el apoyo del KMT y el PDP gana las presidenciales, la política de Hu puede verse cuestionada obligando a una radicalización. A favor de la moderación, cabe decir que los dirigentes chinos son hoy muy conscientes de que la presente generación no dará resuelto este problema, al menos por vía pacífica.
Además del KMT, el otro pilar de la estrategia continental en relación a Taiwán es la iniciativa diplomática internacional, con dos frentes principales. El primero, obviamente, Washington, que no podrá eludir su implicación en caso de conflicto. Fuentes oficiales han expresado su rechazo al referéndum, pero en el continente temen lo que llaman “ambigüedad estratégica” de Estados Unidos. Hace pocos días, la Cámara de Representantes aprobaba por unanimidad una resolución que apela a la suspensión de las restricciones impuestas a los dirigentes de Taiwán de visita o en tránsito en Estados Unidos, desoyendo las exigencias de Pekín. En segundo lugar, la pérdida de aliados. El último en cambiar de bando ha sido Costa Rica, pero podrían ser más en los cinco continentes, lo que reforzaría la sensación de aislamiento de Taipei. ¿Que sentido tiene reclamar el ingreso de Taiwán en la ONU cuando cada vez menos países reconocen la existencia siquiera de la República de China?
La base del arreglo del problema de Taiwán es la no alteración del statu quo. ¿Cambia el statu quo la propuesta de Chen? Así lo piensan muchos, recordando además que rompe las promesas hechas por Chen en 2000 y reiteradas en 2004, entre ellas, la de no cambiar el nombre de la isla. Ello sería así, siempre y cuando China no amenazara con el uso de la fuerza. Paradójicamente, cuando China decide celebrar las fiestas militares y políticas más renombradas con espectáculos musicales y exposiciones, Chen apadrina la celebración del próximo Doble Diez, la fiesta nacional de la República de China que el pasado año quería suprimir, con una parada militar, la primera en los últimos tres lustros.
Muchos olvidan que el actual proceso chino no solo tiene como objetivo la realización de las cuatro modernizaciones, sino también la total unificación del país, con la recuperación de sus fronteras históricas. No se entiende un objetivo sin el otro. Después de Hong Kong y Macao, Taiwán es la asignatura pendiente. China puede esperar el tiempo necesario, pero no dudará un minuto en responder a cualquier medida que interprete como una provocación, susceptible, recordando a Saramago, de convertir la isla en una especie de balsa de piedra que se aleje irremediablemente del continente. No son pocos quienes piensan que las inversiones y los importantes lazos comerciales y personales que unen hoy a los dos lados del estrecho de Taiwán alejan la hipótesis del conflicto abierto. Esa minimización de los riesgos es equivocada y puede acabar en un gran desastre.