Las elecciones presidenciales y legislativas taiwanesas están al caer: 13 de enero próximo. Su interés deviene de la doble disyuntiva que debe dilucidar. De una parte, si continúan o no las políticas del soberanista Minjindang o PDP (Partido Democrático Progresista); de otra, si el foso abierto en las relaciones a través del Estrecho puede ahondarse aun más o, por el contrario, tomar un rumbo menos inquietante.
Taiwán ha celebrado siete elecciones presidenciales desde las primeras elecciones directas en 1996, durante las cuales el nacionalista KMT (Kuomintang) y el PDP se turnaron como partido gobernante a lo largo de dos mandatos consecutivos. El reto para el PDP es quebrar esta tendencia. Según las encuestas, más del 60 por ciento de la población reclama cambio pero el PDP tiene serias opciones de continuidad a pesar del desgaste en virtud de la división de la oposición, que fracasó en su intento de formalizar una candidatura de unidad entre las dos principales fuerzas, además del KMT el PPT (Partido Popular de Taiwán), fundado en 2019. Ya fuera en elecciones locales o en presidenciales, esta fragmentación se ha saldado en el pasado con la victoria del tercero.
En las relaciones a través del Estrecho, el PDP rechaza el principio de “un país dos sistemas” y el principio de “una sola China”. La saliente Tsai Ing-wen se ha apegado a la defensa del statu quo aplicando una política basada en la separación de facto. EEUU ha apoyado su orientación incrementando su aval en términos económicos, comerciales, estratégicos y políticos. El propio presidente Biden ha facilitado 15 ventas de armas estadounidenses a Taiwán y la firma de un acuerdo comercial bilateral. En contraste, desde 2016, la comunicación paraoficial Beijing-Taipéi está suspendida.
Por el contrario, la oposición, ya sea en su formato KMT o PPT, es partidaria del diálogo con China continental y tiene la capacidad y la voluntad para plasmarlo a fin de conjurar el riesgo de que las tensiones actuales deriven en una crisis bélica que abra un tercer frente de inestabilidad global (tras Ucrania y Oriente Medio).
La fórmula del PDP (Lai Ching-te y Hsiao Bi-khim) es claramente proestadounidense; la del KMT (Hou You-ih y Jaw Shaw-kong) y la del PPT (Ko Wen-je y Cynthia Wu) buscan el equilibrio en la relación triangular con EEUU y China continental, también con Japón.
La mayoría de las encuestas señalan a Lai como favorito, seguido de cerca y en tendencia alcista por Hou. Ko va más rezagado. Lo que podría facilitar la victoria opositora en las presidenciales es un último gesto de Ko, pero se antoja improbable. Más clara es la derrota del PDP en las legislativas, favorecida por el importante ascenso electoral opositor en las elecciones locales de noviembre de 2022 en las que arrasó el KMT. De verificarse, este tendría, en el peor de los casos, cierta capacidad de bloqueo de la acción presidencial.
La erosión del statu quo
El statu quo en el estrecho de Taiwán viene definido por la existencia de dos sistemas políticos diferenciados a uno y otro lado cuyo origen inmediato debemos remitir a la guerra civil. La República Popular China es un estado de hecho y de derecho mientras que la República de China (Taiwán), continuadora del viejo régimen derrotado por el PCCh en el continente, es un estado de hecho pero no de derecho, apenas reconocido por una docena de estados en todo el mundo.
Xi Jinping, que ha trazado un plan para culminar la modernización de China en 2049, ha reiterado, como otros líderes que le han precedido, que esta sería incompleta si en paralelo no se complementa con la reunificación. Tras Hong Kong y Macao, la cuestión de Taiwán es la más delicada. No se trata solo de un asunto económico (chips) o estratégico (ruta marítima) sino de cerrar el ciclo de dos siglos de decadencia que hicieron posible en su día la entrega de la isla a Tokio (Tratado de Shimonoseki que puso fin a la primera guerra sino-japonesa en 1895). Cuando Xi señala que el asunto “no puede ser dejado de generación en generación” o que es “inevitable” la unificación, indica que es un interés central y que sin importar el coste, “se hará”.
El problema es que, hoy por hoy, según indican las encuestas, una amplísima mayoría de taiwaneses rechaza la fórmula propuesta por Beijing para llevar a cabo la unificación. Y en las nuevas generaciones crece el distanciamiento. Incluso quienes, como el KMT, militan a favor de la unificación, están en desacuerdo con el planteamiento del PCCh. El candidato a vicepresidente Jaw Shau-kong lo recordó en la campaña: no hablaría con China sobre la unificación si fuera elegido, dadas «las diferencias sustanciales en las instituciones [políticas] entre las dos partes». Siguen siendo tan profundamente nacionalistas como anticomunistas.
Una victoria del PDP alejaría más a Taiwán del continente y podría dar aliento a quienes no ven otra opción para evitarlo que el incremento exponencial de la presión de todo tipo, incluida la militar. El temor a la aceleración de la desinización cultural en la isla junto con las políticas de retirada inversora del continente como efecto de la persistente guerra comercial y tecnológica entre Beijing y Washington, complica el panorama, debilitando los lazos tejidos en los últimos 40 años. Por el contrario, una victoria del KMT, podría abrir un escenario similar al vivido durante el mandato de Ma Ying-jeou (2008-2016), que aceleró la unificación de facto a través de acuerdos comerciales y políticos.
La combinación de una victoria soberanista en la isla con la de Donald Trump en las elecciones estadounidenses de noviembre próximo podría incrementar las posibilidades de crisis. Washington también dispondría de más capacidad para meter el dedo en el ojo a China con el asunto de Taiwán. Todo ello explica que la cuestión de la guerra y la paz sea uno de los ejes principales de debate en la campaña electoral. No es un tema baladí.
En la cumbre de San Francisco de noviembre, Xi aclaró a Biden que nada hay decidido en Zhonanghai a propósito de una acción militar del EPL, ni en 2027 ni en 2035. Ello venía a cuento como desmentido del pronóstico de muchos estrategas y militares estadounidenses que sugieren los próximos diez años como la década más peligrosa en este sentido. La preferencia china es la reunificación pacífica. Pero una victoria de Lai Ching-te –con probable repetición en 2028- podría hacerla imposible a corto plazo. O quizá más.
En un sentido o en otro, estas elecciones pueden determinar el modelo preferente de gestión de la cuenta atrás para finiquitar un statu quo con fecha de caducidad.
(Para Globalter)