No es mucha la atención que prestamos a la vieja Formosa. Y sin embargo, poco a poco se afianza como uno de los epicentros geopolíticos clave del siglo XXI. Las aguas de su estrecho son de gran importancia para el comercio mundial, sus semiconductores, indispensables pero, sobre todo, su estabilidad y la paz representan el mejor garante de la prosperidad de toda Asia y del resto del mundo.
A tres meses vista de sus elecciones presidenciales y legislativas, la atmosfera política se va caldeando. Internamente, dos bloques, con dos visiones distintas del futuro de la isla, contraponen sus programas. El soberanismo, en torno al actual vicepresidente Lai Ching-te, parte con buenas expectativas. La oposición, mayoritaria según las encuestas, tiene tres patas principales: el Kuomintang, el Partido Popular y el independiente Terry Gou, el multimillonario fundador de Foxconn. Su división garantiza automáticamente la victoria de Lai. A un mes de cerrarse el plazo para formalizar las candidaturas, las expectativas de una alianza opositora han mejorado en los últimos días, pero está por ver que cuaje finalmente.
Externamente, dos actores siguen con particular atención el desarrollo político. China ve en los comicios una oportunidad para que regresen al poder los partidarios del principio de una sola China, con los que puede entenderse mejor a pesar de subsistir no pocas diferencias. La continuidad del soberanismo, después de ocho años en el poder con la actual presidenta Tsai Ing-wen, representaría un varapalo para Xi Jinping, quien ha instado en diversas ocasiones a acelerar el paso de la reunificación evitando dejar la solución de este problema “de generación en generación”. El KMT mantiene en vigor un acuerdo suscrito en 2005 con el Partido Comunista de China para frenar el independentismo.
En cuanto a EEUU, desde la conversación telefónica de Donald Trump y la presidenta Tsai Ing-wen (2016), el giro en su política hacia Taiwán es manifiesto y parte sustancial del enfrentamiento estratégico con China, quien le reitera una y otra vez que se trata de una “línea roja” que no se debe sobrepasar. Washington ha multiplicado los apoyos de todo tipo a Taipéi, especialmente en la defensa pero también en lo político, comercial, diplomático, etc. Hasta en el ámbito educativo: de los más de 100 Institutos Confucio que había en EEUU en 2017, quedan ahora solo 7, un hueco que Taiwán está llamado a llenar. Ha habido un cambio semántico sustancial: antes decía que “rechazaba” la independencia, ahora que “no la apoya”, ¿cuál será el siguiente paso?. Todos los candidatos presidenciales han peregrinado a EEUU para explicarse y ganar el favor de la Casa Blanca. Washington es más escéptico respecto a la oposición.
Internacionalmente, Taiwán ha ganado una relevancia contradictoria. Solo le quedan una docena de países que la reconocen formalmente como estado; sin embargo, ha elevado muy sustancialmente el entendimiento con los países desarrollados de Occidente, especialmente de la órbita anglosajona. Y Japón, vieja potencia colonial, ha recuperado una influencia que chirría y enerva a partes iguales en buena parte de la opinión pública de uno y otro lado del Estrecho.
El soberanismo plantea el dilema político de estas elecciones en términos de democracia o autoritarismo; la oposición nacionalista, en términos de guerra o paz. Esta segunda visión es la que también transmite Beijing, quien ha propuesto recientemente un ambicioso plan para reforzar la integración económica de la isla con el continente. De ganar el Partido Democrático Progresista, es casi seguro que será cancelado el acuerdo económico preferencial con China suscrito por el expresidente Ma Ying-jeou, del Kuomintang, en 2010. Esto puede tener un importante impacto en la isla. Taipéi tiene déficit en el comercio con muchos países europeos y EEUU pero superávit con China continental, a donde exporta el 40 por ciento de sus mercancías. La previsión de crecimiento para el año próximo gira en torno al 2 por ciento y podría resentirse en caso de agravarse la tensión con Beijing.
La probabilidad de una confrontación militar debe ser tomada en serio. Un triunfo soberanista en Taiwán podría activar nuevas advertencias por parte de China continental. Beijing no mirará hacia otro lado si lo que llama “colusión” entre el soberanismo y EEUU acentúa el alejamiento de la isla del continente. A cambio, promete respetar el sistema político liberal de la isla, una garantía en entredicho a la vista del viraje experimentado en Hong Kong.
La opción de Lai es la disuasión, fortaleciendo sensiblemente la apuesta defensiva y elevando el gasto militar con la ayuda estadounidense (al menos el 3 por ciento del PIB). Dada la manifiesta asimetría, solo puede funcionar si es de la suficiente envergadura como para desanimar a Beijing ante lo elevado del coste de una operación militar. Y esto es más que dudoso.
La oposición apuesta por la negociación con el continente con base en la idea de que forman parte de una misma China. El primer paso sería un acuerdo de paz, en candelero desde hace varios años. En el actual panorama geopolítico, los grados asociados de riesgo son elevados.
(Para Diario El Correo)