La isla de Taiwán ha experimentado un creciente protagonismo en los últimos tiempos. Por varios motivos. Por ejemplo, se ha alabado y mucho su respuesta a la pandemia de Covid-19; también se ha destacado su singular papel en la industria de los semiconductores; y, finalmente, por la severa crisis provocada en el delicado triángulo China-Taiwán-EEUU. a consecuencia de la visita a Taipéi de la líder estadounidense, Nancy Pelosi.
Dos fechas referenciales
Para contextualizar adecuadamente lo que se conoce como “el problema de Taiwán”, debemos tomar en consideración dos fechas. La primera es 1895, cuando China se vio obligada a ceder la isla a Japón como consecuencia de su derrota en la primera sino-japonesa. Aquel Tratado de Shimonoseki es otro “tratado desigual” que China se vio obligada a firmar en virtud de su decadencia. Y, naturalmente, es un epítome relevante en el historial de humillaciones que el Partido Comunista (PCCh) quiere cerrar a cal y canto en este siglo XXI.
La otra fecha destacada es 1949. Entonces, las tropas del nacionalista Kuomintang (KMT) que contaban con el apoyo de EEUU y las potencias occidentales, se trasladaron del continente a la isla que los portugueses, cuando la descubrieron en 1590, llamaron Formosa por su belleza. Varios millones de soldados y civiles se asentaron en ella tras la guerra civil china, saldada con la victoria de las huestes capitaneadas por Mao Zedong. Chiang Kai-shek, su rival, que había enviado a su propio hijo, Chiang Ching-kuo, a Taipéi tras la derrota de Japón en la II Guerra Mundial para preparar una hipotética retirada, instauró en la isla una férrea dictadura que solo se ablandó en los años 80. En esa década, aquella República de China que había sobrevivido a la República Popular en Beijing, inició una transición que dio lugar a la primera democracia liberal del universo chino en toda su milenaria historia.
Desde entonces, Taiwán subsiste en un limbo fluctuante, operando internacionalmente como un Estado de hecho, pero no de derecho. Con una extensión similar a Galicia pero ocho veces más poblada, es una economía vibrante en Asia y en el mundo, con un enorme potencial comercial y tecnológico. Reconocido como uno de los “cuatro tigres asiáticos”, su milagro económico, con base en una especie de capitalismo de signo confuciano, fue fuente de inspiración para la propia China continental que en los años iniciáticos de la reforma y apertura promovida por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao fue capaz de tirar partido de los capitales, recursos humanos y valiosas experiencias de Taiwán para promover su acelerado desarrollo.
Desde el punto de vista continental, no hay duda que la “razón histórica” está de su lado al demandar la reunificación, culminando en Taiwán el proceso iniciado con Hong Kong (1997) y Macao (1999). Hay, por tanto, una evocación de una guerra civil irresuelta pero igualmente de la aspiración a cerrar el ciclo de decadencia que en el siglo XIX convirtió aquella China que había llegado a representar hasta poco antes el 30 por ciento del PIB global, en un país abatido y periférico.
La reunificación y sus conceptos
Durante el periodo maoísta persistía el ansia de una conquista por la vía militar, contemplada inicialmente pero aplazada tras el estallido de la guerra en Corea (1950-1953), en la que debieron participar hasta 1 millón de “voluntarios” chinos. Las crisis de 1954 y 1958 evidenciarían aquel empeño. Pero Deng, como en tantos asuntos, le dio la vuelta a las prioridades optando por la reunificación pacífica. Con el paso del tiempo, esto permitió cierto diálogo y hasta reconciliación entre los viejos rivales.
Deng propuso el principio de “un país, dos sistemas” para avanzar en la unidad pero reconociendo la singularidad política de la isla. En paralelo, el principio de “una sola China” vendría a establecer el axioma de que solo hay una China en el mundo y que Taiwán forma parte de ella. La aceptación de este criterio se erigió en condición sine qua non para que cualquier país pudiera establecer relaciones oficiales con la China Popular. Hoy, 181 países lo suscriben y solo 14 reconocen a la República de China, con base en Taiwán. Aun así, debe tenerse bien presente que algunos aliados no oficiales siguen siendo claves en su seguridad, como es el caso de EEUU, a pesar de haber reconocido a Beijing.
El “Consenso de 1992” constituye otro referente indispensable para entender este conflicto. Su creación se atribuye al político y académico taiwanés Su Chi para reflejar un supuesto acuerdo tácito por el que ambas partes reconocieron que sólo había una China y que cada parte era libre de definirla a su modo. En suma, que si bien las dos partes han estado políticamente enfrentadas durante mucho tiempo, la soberanía y la integridad territorial de China nunca se habría dividido. Esa indefinición se extiende también a la “ambigüedad estratégica”, otro enunciado clave para discernir cual puede ser la implicación, directa o no, de EEUU en un hipotético intento de China de conquistar la isla por la fuerza.
Los antaño enemigos, KMT y PCCh, no coinciden en todo pero si en algo fundamental: el rechazo a la independencia de la isla. Entretanto, producto de la evolución democrática de Taiwán, han emergido nuevas fuerzas con importante base electoral que rechazan de plano la unificación y bien apuestan por la independencia o por el mantenimiento del statu quo. Hoy, estas fuerzas gobiernan, pero China no renuncia a que Taipéi caiga bajo el paraguas de su soberanía e integridad territorial efectivas.
Clave en una guerra fría
La importancia geopolítica de Taiwán se deriva de su situación geográfica, ya que se halla en el centro de una cadena de islas situadas al oeste del océano Pacífico, entre dos de los principales estrechos de Asia, el estrecho de Taiwán y el canal de Bashi, lo que le permite el control estratégico de las rutas de navegación. Por tanto, se encuentra en un lugar clave de la geopolítica mundial, a pesar de su débil presencia y significación histórica.
La economía taiwanesa es de vital importancia. Gran parte de los dispositivos electrónicos que usamos a diario en el mundo contienen chips fabricados en Taiwán. La dependencia mundial en este terreno ha dado a Taiwán una ventaja política y económica, especialmente cuando la tecnología se convierte en una herramienta en la rivalidad entre Estados Unidos y China. De hecho, EEUU espera restringir los esfuerzos chinos para desarrollar sus chips conformando una alianza de semiconductores apodada «Chip 4» con Taiwán, Japón y Corea del Sur.
Por último, la naturaleza democrática del sistema político de la isla se erige en una característica sustancial cuando los valores occidentales parten aguas con los sistemas de signo no liberal como el imperante en China, situando a Taiwán en la primera línea de la confrontación ideológica.
Los valedores internacionales de Taiwán
EEUU es el principal valedor de Taiwán. Cuando su relación con China era cooperativa, Taiwán estaba en segundo plano. Sin embargo, en los últimos años, al quedar de manifiesto que el PCCh no renuncia a construir un país que pueda poner en cuestión la indiscutible hegemonía estadounidense tras la disolución de la URSS, los vínculos se han agrietado.
Donald Trump inició la senda que ahora recorre su sucesor, Joe Biden. Y todo apunta a que más allá de guerras comerciales o tecnológicas, Taiwán puede representar el dramático catalizador de una confrontación que marcaría el signo del XXI. Para China, la reunificación es una “línea roja”, es decir, un interés central que no admite negociación. Para EEUU, con amplios sectores inquietos por las consecuencias estratégicas de la emergencia de una potencia rival del calibre de China, Taiwán se convierte en un ariete de la contención. En medio, la sociedad taiwanesa.
Una hipotética reedición de la Guerra Fría que partiera aguas entre Rusia y China y las democracias liberales de Occidente tendría en Taiwán el complemento de Ucrania para certificar una nueva división del mundo en bloques confrontados.
(Para La Aventura de la Historia nº 288, Octubre 2022)