La nueva “embajadora” de EEUU en Taiwán, Sandra Oudkirk, se estrenó en el cargo esta semana con el aterrizaje de un avión militar en la isla. El hecho coincide con el anuncio del despliegue de unas docenas de cazas furtivos de quinta generación que deben participar en los ejercicios Operation Pacific Iron 2021 y el reciente incremento de la tensión en el entorno de las islas Xisha, en el Mar de China meridional, unos movimientos que vienen precedidos de las invocaciones a la seguridad en el Estrecho por parte del G7 o la OTAN.
En paralelo, Japón, potencia ocupante de Taiwán entre 1895 y 1945, acaba de resaltar, por primera vez, en su informe anual de defensa, la importancia de la isla para su seguridad. Los dirigentes japoneses se muestran cada vez más activos en su asociación de facto con el independentismo taiwanés para elevar el nivel de la relación entre Tokio y Taipéi. La coordinación nipo-estadounidense se va explicitando cada vez más. Okinawa alberga la mayor base aérea de EEUU en Asia Oriental. Por otra parte, esta dinámica podría verse reforzada en los próximos meses con la presencia en Tokio del ex subdirector de la AIT, Raymond Greene, recién nombrado encargado de negocios en la legación diplomática estadounidense.
Sumado a ello, en el Congreso de los EEUU, su comisión de exteriores acaba de aprobar una ley para garantizar su liderazgo y compromiso global, que aboga por reforzar los lazos diplomáticos, de seguridad y económicos con Taiwán, enfatizando la trascendencia de la isla para contrarrestar la influencia continental. Formosa pesa cada vez más en la estrategia Indo-Pacífico de Washington y el trazado del cerco a China.
En los últimos tiempos, Beijing ha mostrado su disgusto ante esta evolución por diversos medios. La reprobación retórica se acompaña de una intensificación de la actividad militar en torno a Taiwán. En apariencia, esto sirve como argumento para reforzar el discurso de la “amenaza” que decanta el activismo a favor de Taipéi. Las advertencias “solemnes” valen de bien poco por el momento mientras los vínculos militares –una “línea roja” para Beijing- irán previsiblemente en aumento.
Con el estribillo de la defensa de los valores (y los chips) compartidos, EEUU intensifica la utilización de Taiwán para meter el dedo en el ojo a China. De los talibanes a los kurdos, es una historia que se repite como también el riesgo de un mismo final: ya en los setenta dejó a Taiwán en la estacada. Y fue gracias a eso que hoy la inmensa mayoría de países en el mundo suscriben la idea de que Taiwán es parte de China, aunque ahora se intente matizar con diversas formas de interpretación… ¿Lo podría volver a hacer? No hay nada más sagrado para los estadounidenses que sus propios intereses. Y estos cambian con el tiempo.
Las actuales tendencias señalan rumbos claros: el poder de China va en aumento, EEUU opone resistencia pero nada es menos seguro que pueda lograr sus objetivos, el independentismo taiwanés se afana por alejar a la isla del continente… Los riesgos aumentan y el estallido del conflicto parece solo una cuestión de tiempo.
El problema territorial se consolida como el talón de Aquiles del proceso chino. Al cumplirse un año de la aprobación de la ley de seguridad nacional para Hong Kong, se ha entronizado el principio a favor del “gobierno de los patriotas” sobre cualquier otro. Y se ha extendido a Macau, a pesar de que aquí la estabilidad es la norma. Este desarrollo refuerza la seguridad continental pero en Taiwán abunda en el alejamiento.
Las viejas potencias coloniales (Reino Unido, Japón) conservan su tic imperial autoarrogándose la responsabilidad de acompañar sus otrora territorios sometidos. Bueno, todas no: Portugal, que acaba de ceder su presidencia europea a Eslovenia, sigue destacando por mesura.