La gran transformación de China Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar "La metamorfosis del comunismo en China. Una historia del PCCh" (Kalandraka)

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

A finales de la presente década, China podría protagonizar el definitivo sorpasso a EEUU. De verificarse, esto supondría un vuelco de grandes y progresivas consecuencias en el sistema internacional. Pero lo cierto es que desde 2014, China es ya la primera potencia económica en términos de paridad de poder de compra. Y los avances registrados desde entonces evidencian un sostenido incremento de sus capacidades, alcanzando a áreas clave como las nuevas tecnologías, cuestión decisiva en momentos como los actuales de tránsito hacia un nuevo paradigma industrial. El avance registrado en sus proyectos espaciales bien podría considerarse el emblema de su poder y determinación.

¿Milagro? El PIB de China en 1949 se correspondía con el de 1890, la esperanza de vida era de 35 años y la población -500 millones de pobres- era abrumadoramente analfabeta. China era un país deshecho por décadas de guerra civil y contra el invasor nipón, salpicado de concesiones otorgadas a las potencias imperialistas que habían irrumpido en sus costas desde finales del siglo XVIII. Hoy, la esperanza de vida supera los 76 años y según el último censo el analfabetismo apenas supera el 2,6 por ciento, con más de 218 millones de personas con educación universitaria. Cualquier magnitud que elijamos, el asombro no deja lugar a dudas.

La transformación de China en las últimas siete décadas apunta a la responsabilidad de un PCCh errático en sus inicios, con un Mao gran revolucionario pero pésimo gestor. Su heterodoxia derivó en graves tragedias y supuso un elevado coste. Aun así, en 1978, China se había convertido en la 32ª potencia económica del mundo. Aquella China encontró en la reforma y apertura de Deng Xiaoping el mecanismo para acelerar su desarrollo orillando tabúes, desde el igualitarismo a la propiedad privada. La experimentación, el gradualismo, la concepción estratégica del proceso, sirvieron para trazar grandes objetivos. La mejora de todas las constantes discurrió en paralelo a una efervescencia que tuvo también sus epígonos dramáticos (Tiananmen, 1989).

Es mucho lo que aún que resta por hacer en una China que adolece de serias taras internas. Tantas que no se puede dar por sentado que el sueño chino se materialice por obra y gracia del mero transcurso del tiempo. De ello dan cuenta las desigualdades y desequilibrios que la habitan. Hay muchas Chinas en China. La brecha urbano-rural sigue siendo lacerante. Y el encaje de tantas variables y sensibilidades no resultará fácil en un país de estas magnitudes.

En el ámbito internacional, aquella China a la que Deng conminaba a “no portar la bandera ni encabezar la ola”, se ha desprendido de complejos y exige ser tenida en cuenta. La China de Xi Jinping opone su activismo a la modestia y promueve el multilateralismo y la multipolaridad como santo y seña para trascender el hegemonismo occidental, cuyo tiempo considera periclitado.

Existe el temor a que una China poderosa se convierta en un actor internacional déspota. Nadie está en condiciones de asegurar que tal escenario no se produzca. Algunas involuciones en materia de derechos humanos, los trazos de una reforma política abiertamente hostil con el ideario liberal o la recidiva en patrones ideológicos que se consideraban meramente retóricos, sugieren un empeño que entronca con sus señas de identidad fundacionales.

La China de Xi Jinping no reniega ni mucho menos de lo alcanzado pero al igual que los viejos emperadores sueña con establecer una nueva era. Su mayor enemigo, la impaciencia.

(Artículo publicado en el N.º788 (Jul-Ago 2021) de la revista El Ciervo)