Para el Minjindang o Partido Democrático Progresista (PDP), desde el 2012 en el poder en Taipéi, es hoy una misión imposible disimular sus preferencias por Donald Trump en la carrera electoral estadounidense que se sustanciará el próximo 3 de noviembre.
La razón es evidente: es mucho lo que Tsai Ing-wen le debe a Trump: desde el desconcertante primer anuncio público de la llamada de felicitación que le cursó en enero de 2017, a la sucesión de fichas que han ido cayendo desde entonces en las relaciones triangulares a través del Estrecho. Nunca tantas voces han reclamado incluso el establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre EEUU y la República de China. Todo un tabú.
Trump aprobó en estos años un paquete legislativo claramente beneficioso para las ínfulas soberanistas del PDP: desde la Ley de Viajes que autoriza el intercambio de visitas de funcionarios de alto nivel, a la ley TAIPEI, para frenar la sangría de aliados que desertan de la isla para abrazar a Beijing. En medio, un nuevo edificio del Instituto Americano en Taiwán, la embajada estadounidense de facto, simbolizó ese tiempo también nuevo con la consideración de la isla como corazón de la estrategia del Indo-Pacífico para contener a China.
El trato dispensado por la Casa Blanca a las escalas de Tsai en suelo estadounidense sus viajes internacionales a la región, más largas de lo habitual, con mayor contenido y formas renovadas, se complementó con ventas sucesivas de paquetes de armamento, irritando a Beijing, quien reaccionó multiplicando los mensajes en clave de incremento de la presencia militar, tanto naval como aérea. El Pentágono también envió sus portaaviones y destructores de misiles para transitar por el Estrecho.
Trump favoreció abiertamente a Tsai para que ganara las elecciones de enero de este año y esta correspondió ahora con un espaldarazo en forma de autorización de la venta de carne estadounidense con ractopamina, un asunto muy espinoso en la isla, con la esperanza de que ayude también a reanudar las negociaciones bilaterales de carácter económico.
Por el contrario, Joe Biden, aunque también los demócratas parecen haber pasado página del sacrosanto principio de una sola China, se antoja anclado en la “ambigüedad estratégica” que ha presidido la diplomacia estadounidense desde 1979.
En Taipéi se tomó buena nota de que en su discurso de aceptación no mencionó a Taiwán, circunstancia equiparada a la expresión de una política de abandono de la isla a su suerte. Reacio a cualquier interpretación precipitada que pueda arrastrar a EEUU a un conflicto abierto en Taiwán, esto es, sin contar con la autorización del Congreso, Biden simboliza una política mucho más cauta en este aspecto a sabiendas de la extrema sensibilidad que este asunto representa para China.
Aunque para no ser menos los demócratas han secundado el giro pro-taiwanés de Trump, una presidencia de Biden lo moderaría en más de un aspecto, llevando la política del Estrecho de Tsai a una encrucijada de no fácil salida.