Si hay algún lugar en el cual es de temer el uso de la fuerza por parte de China ese es Taiwán. La controvertida emergencia “pacífica” del gigante oriental tiene aquí su talón de Aquiles. Taiwán es uno de los contenciosos más delicados y que mayor inestabilidad pueden generar en Asia-Pacífico, involucrando intereses cruciales de actores decisivos como Japón o EEUU. China puede tolerar una independencia de facto de Taiwán, el llamado statu quo, pero nunca admitirá el rechazo explícito a la hipótesis de la unificación futura. En suma, pueden manifestarse dos o más formas de entender China, pero en el bien entendido de que solo puede existir una China. Por la defensa de ese principio, Beijing estaría dispuesto a ir a la guerra contra Taipei. Y no son palabras huecas.
Por ello, la recuperación del diálogo entre ambas capitales después de nueve años de incomunicación es una excelente noticia. Las decisiones recientemente anunciadas (vuelos chárter los fines de semana, apertura reciproca de oficinas de representación, activación del turismo, autorización para el cambio directo de yuanes chinos y dólares taiwaneses, etc.), facilitarán la intensificación de los contactos y los intercambios, lo que permitirá una mayor influencia no solo de China en la isla, sino también a la inversa. Esa proliferación de diversas aproximaciones puede contribuir de forma notable a afianzar el giro político en sus relaciones, dejando atrás ocho años de severo enfrentamiento institucional. Y Taiwán tendrá la oportunidad de demostrar a China que cultura oriental y pluralismo político pueden coexistir de forma armónica.
Pero además de alejar el horizonte de la independencia, opción prioritaria para Beijing, lo que ahora se debe gestionar con agilidad es el desafío del enfrentamiento armado, interés prioritario para Taipei. El diálogo en temas de defensa y seguridad, la firma de un tratado de paz y la adopción de medidas de transparencia y confianza darán la justa medida del alcance del actual proceso, que no solo debiera limitarse al fomento del comercio, las inversiones y el intercambio empresarial. Beijing debiera ser generoso y anticipar medidas y gestos, a poder ser antes de la celebración de las olimpiadas. De lo más sencillo y lo económico a otros asuntos de mayor complejidad pero indispensables para consolidar la actual atmósfera y vencer algunas resistencias cívicas, el diálogo a través del Estrecho puede afianzar las relaciones bilaterales y marginar a los partidarios del enfrentamiento. En juego está no solo la viabilidad del proyecto unificador, sino también la credibilidad internacional del reiterado pacifismo continental.