Un lustro del encuentro Xi – Ma Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Taiwán by Xulio Ríos

¿Otra relación a través del Estrecho es posible? La actual vive un momento envenenado pero sin duda otra es posible, como bien se ha intentado demostrar al reivindicar la trascendencia del encuentro mantenido en Singapur el 7 de noviembre de 2015 por Xi Jinping y Ma Ying-jeou. Fue aquella la primera reunión de líderes de ambos lados del Estrecho desde 1949. Culminó una etapa de reencuentro a través del Estrecho pero simbolizó también las dificultades objetivas para avanzar por dicha senda.

Días atrás, en Beijing se celebró un simposio para conmemorar el encuentro a la luz del momento presente, caracterizado, según la versión oficial, por “situaciones complejas y graves”. Calificando la reunión de “hito” y “evento pionero”, se remarcó el valor de los principios (una sola China, consenso de 1992) como guía orientadora de la solución pacífica para lograr la reunificación. Asimismo, no faltó la condena de quienes buscan la independencia de la isla o aplauden cuando no auspician las interferencias externas.

También en paralelo, el Kuomintang organizó en Taipéi su propio foro para reflexionar sobre el aniversario. En él, el ex presidente Ma Ying-jeou destacó el esfuerzo de ambas partes por construir una base política común y generar confianza mutua con la mirada puesta en la defensa de la paz. Ma acusó  a la actual presidenta Tsai Ing-wen de cerrar dicha puerta al descalificar el Consenso de 1992 y de inducir a error a la gente para hacerla creer que el citado consenso significaba lo mismo que el principio de un país dos sistemas.

Reclamando para sí el plus de la “voluntad constructiva” con la esperanza de guiar a los futuros líderes de ambos lados, Ma imploró a Tsai la aceptación del consenso, y a Beijing la suspensión de las acciones militares de intimidación que “solo consiguen sumar más animosidad” anti-continental entre la población.

Cuando aquel encuentro se produjo, la relación entre China y Taiwán se encontraba en un momento se diría que idílico. Con un presidente Ma saliendo de su segundo mandato con la perspectiva y la ambición de dejar inscrito su nombre en la historia como el líder que acercó más que nunca a las dos partes, quizá no advirtió suficientemente la magnitud del coste de generar en paralelo mucha animadversión entre algunos sectores de la isla, sobre todo los jóvenes, aupados a la agenda política través del Movimiento Girasol (2014).

La victoria de Tsai Ing-wen en las elecciones de 2016 y el arribo a la Casa Blanca de Donald Trump propiciaron una entente cordiale que evaporó la atmosfera precedente como por arte de magia. Bien sabedores en Washington de lo mucho que a China le duele Taiwán, una tras otra se fueron sucediendo medidas leídas en Beijing en clave de provocación. Ahora mismo, la traca final de la Administración Trump integra ventas de armas, declaraciones altisonantes de Mike Pompeo (“Taiwán no es parte de China”, dijo), o el inicio de un diálogo económico bilateral de futuro incierto.

En 1996, Jiang Zemin intentó influir en el resultado de las elecciones presidenciales taiwanesas echando mano de pruebas con misiles y maniobras militares. No dio resultado. Lee Teng-hui, quien reclamaba una relación “de Estado a Estado” entre ambas partes, se convirtió en el primer presidente taiwanés elegido democráticamente. En 2015, Xi Jinping repitió la operación con la versión dulce del encuentro que ahora se recuerda, descartando cualquier gesticulación castrense. Tampoco funcionó.

Quince años después de iniciarse la tercera cooperación entre el PCCh y el KMT, sigue bloqueado el camino para la reunificación pacífica. Y los riesgos van en aumento.