Una partida de ping pong que puede acabar en duelo fatal Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Taiwán by Xulio Ríos

Hablando sin pelos en la lengua, el viceministro chino de Exteriores, Le Yucheng, dijo recientemente que tras la contienda en Ucrania, EEUU intentará abrir un segundo frente de batalla y extender la guerra a la región del Asia-Pacífico. La esencia de la estrategia estadounidense del Indo-Pacífico, que aspira a reconfigurar el entorno estratégico de China en caso de no lograr cambiar su sistema político, identifica a Taiwán (en mayor medida que otros litigios territoriales en los mares de China) como el argumento propicio para escalar las tensiones en una región que el presidente Joe Biden visitará a partir del próximo día 20 de mayo (Japón y Corea del Sur, en principio), no descartándose algún gesto sorpresa en esta dirección.

En la misma línea, Yan Xuetong, decano del Instituto de Relaciones Internacionales Contemporáneas de la Universidad Qinghua, nos recordaba recientemente en un artículo publicado en Foreign Affairs que el principal factor que puede hacer abandonar a China su posición de equidistancia en relación a la guerra en Ucrania es que EEUU incremente su ayuda militar a Taiwán y preste su apoyo a la independencia de la isla.  De esta forma, se haría evidente lo que EEUU ha intentado plasmar mediáticamente desde el inicio de la crisis: que China no está con Occidente porque, en realidad, está con Rusia.

¿Las piezas van encajando?

Las señales dirigidas a China se van decantando a gran velocidad. Días atrás, el primer ministro nipón Fumio Kishida, de visita en Londres, suscribía con el primer ministro Boris Johnson una declaración alertando de la gravedad de la crisis que podría estar gestándose en Asia Oriental. Nótese que ambas capitales han sido potencias coloniales en suelo chino y Japón, expresamente, ocupante en Taiwán, con graves responsabilidades históricas. Los ejércitos de Londres y Tokio acordaron colaborar más estrechamente mientras el gobernante Partido Liberal Democrático de Kishida ha propuesto ya aumentar el gasto en defensa hasta una cantidad equivalente al 2 por ciento del PIB y el desarrollo de capacidades para atacar emplazamientos de lanzamientos de misiles en territorio del enemigo.

Paralelamente, en Washington, el Ministro de Defensa japonés, Nobuo Kishi, y el Secretario de Defensa, Lloyd Austin, en una reunión celebrada en el Pentágono, se comprometieron a defender el “orden internacional basado en normas” (un eufemismo para desentenderse de una legalidad internacional equiparada a un desagradable corsé). Estados Unidos y Japón reforzarán su cooperación para oponerse al expansionismo de China en los mares de la China Oriental y Meridional, con el fin de evitar cualquier cambio por la fuerza del statu quo en la región, dijeron.

En marzo pasado, Estados Unidos y Reino Unido mantuvieron conversaciones, las de más alto nivel y más significativas, a propósito de Taiwán. Washington intenta involucrar a más aliados en sus planes relativos a la isla, con propuestas que suman a Australia y coquetea con Corea del Sur mientras el AUKUS, QUAD y demás engrasan su maquinaria. La carrera armamentista se desboca en Asia.

En la misma línea, desde Taipéi, se insiste en la preparación para la guerra, ultimando mejoras sustantivas en sus capacidades de guerra asimétrica y de la defensa civil para responder en caso de una invasión desde el continente. Lo revelador del caso es que viene siendo EEUU quien dice ya a Taipéi sin tapujos que política debe seguir en este aspecto, que adquisiciones de armas deben priorizarse y cuales pueden postergarse, o que estrategias deben aplicarse. La Administración Biden estaría presionando en secreto al Gobierno de Taiwán para que solicite a EE.UU. solo aquel armamento que Washington considere efectivo para repelar «una invasión marítima» de China en lugar de armas diseñadas para la guerra convencional, aseveraba días atrás el NYT. Es más, el ultra y senador republicano Marco Rubio alienta modificaciones legales (la Taiwan Peace Through Strength Act) para acelerar las ventas y reforzar el entrenamiento militar conjunto, al parecer, con el llamativo propósito de “disuadir el conflicto”. Según reconoció el general Mark Milley en una audiencia en el Senado, desde 2017, las ventas de armas a Taipéi alcanzaron casi los 20.000 millones de dólares, además de 2.500 millones en ventas directas.

Ahora, el Departamento de Estado anunció la reveladora modificación de la redacción de una hoja informativa sobre las relaciones bilaterales entre Taiwán y EE.UU. publicada en la web, eliminando las afirmaciones alusivas al reconocimiento del principio de «una sola China» de Beijing, o al rechazo de la independencia de Taiwán. Recuérdese que el primero de los tres comunicados conjuntos, firmado en 1972, antesala del reconocimiento diplomático que llegaría en 1979, contiene una de las partes eliminadas de la hoja informativa. En dicho texto, Estados Unidos reconocía que «todos los chinos de ambos lados del Estrecho de Taiwán sostienen que sólo hay una China y que Taiwán es una parte de China». En la modificación también se agregó una parte al respecto de las ‘Seis Garantías’, en referencia a las seis garantías de seguridad de la era Reagan otorgadas en 1982 a Taipéi, que fueron desclasificadas por Washington en 2020. China no las reconoce. Al mismo tiempo, la Casa Blanca jura y perjura que su política no ha cambiado y pide a China que no busque pretextos para aumentar la presión sobre Taiwán….

Como si de una partida de ping pong se tratara, Beijing reacciona a este juego que va subiendo de intensidad con airadas declaraciones y crecientes actividades de sus fuerzas armadas, marítimas y áreas, en el entorno de Taiwán, exhibiendo músculo castrense para mostrar su disposición a no amilanarse. Un signo de que la situación se está caldeando es el incremento de la presencia de aviones del Ejército Popular de Liberación en el entorno de la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán y la reiteración de ejercicios, en ocasiones con fuego real. Y EEUU reacciona también movilizando sus buques de guerra que navegan por el estrecho de Taiwán, a 12.000 kilómetros de distancia de su territorio, para confrontar, dicen, el expansionismo militar chino.

Biden, un Trump mejorado

En relación a Taiwán, Biden es un Trump mejorado. Desde la llamada telefónica de felicitación de la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen a Donald Trump, que este hizo pública para sorpresa de los taiwaneses, el giro de la política estadounidense en la cuestión de Taiwán se acentúa en el contexto de la agudización de la rivalidad estratégica con China. Biden no solo profundiza la continuidad sino aporta un mayor margen para tejer alianzas.

Beijing no ha cambiado su política, que sigue teniendo como referentes el principio de “un país, dos sistemas” y la reunificación pacífica. Xi Jinping llegó a reunirse personalmente con el saliente presidente de Taiwán (2016), Ma Ying-jeou, del Kuomintang, con quien el Partido Comunista había logrado establecer un entendimiento para frenar el auge independentista. Desde entonces, la relación con la isla ha empeorado. El diálogo es inexistente y algunas apelaciones continentales que dejan entrever urgencias para resolver el problema antes de 2049 (centenario de la República Popular China) intensifican el nerviosismo.

La Directora Nacional de Inteligencia de EEUU, Avril Haines, ha asegurado que de aquí a 2030, Taiwán se enfrentará al mayor peligro de invasión china, pues Beijing está fortaleciendo cada día más su ejército para ser capaz de enfrentarse a una posible intervención militar estadounidense y controlar Taiwán. Sin embargo, Haines señala que China continental preferiría no adoptar medidas militares para controlar Taiwán. Para China, la pacífica sigue siendo la opción prioritaria y, desde luego, la mejor.

Los obstáculos para avanzar por esa senda se yerguen como montañas difíciles de escalar. De una parte, la importancia económica (los semiconductores) y estratégica de Taiwán es de notable valor para EEUU y las potencias occidentales; de otra, el poder político y la sociedad taiwanesa se alejan de una China que tras lo sucedido en Hong Kong no resulta en absoluto de fiar.

Recientemente, Annette Lu, vicepresidenta durante el primer gobierno secesionista de la reciente historia taiwanesa, efectuó una defensa pública de una opción intermedia para superar el actual impasse: la integración frente a la unificación, como modelo para mantener la paz entre Taipéi y Beijing. Para Lu, es difícil promover la «unificación», ya que muy poca gente en Taiwán la aceptaría de buen grado, mientras que la integración puede discutirse ya que tiene un alcance más amplio. Abogando por una política nueva que desbloquee la situación y evite una guerra, su idea se basa en la formación de la UE, o de bloques regionales como la ASEAN y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Para Taiwán, la guerra sería una tragedia pero también, aun ganando, supondría para China un desastre, especialmente en términos de imagen internacional, una componente esencial hoy día de cualquier estrategia y un recurso que no abunda mucho ya en su cartera. Pero la actual dinámica en la región otorga a esta posibilidad una mayor verosimilitud. Por el contrario, a la par que ablandar las tensiones regionales, Beijing debiera concentrar sus esfuerzos en mejorar su economía y su propia realidad para hacerla más atractiva a ojos de los taiwaneses. La generación de confianza debe representar la base de cualquier política si con ella se aspira a abrir ciertamente una nueva era de entendimiento y superación pacífica de este complejo legado de la historia.