El alto representante para la política exterior y de seguridad común de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, ha reivindicado recientemente la autonomía estratégica europea para defender sus propios intereses sin necesariamente tener que elegir entre los EEUU o China. Descartó Borrell embarcar a Bruselas en una estrategia de confrontación sin más con Beijing porque ese no es un interés compartido con Washington.
Las relaciones con China requieren siempre una mirada de largo alcance. Fundamentarlas en los imperativos de una determinada coyuntura, ya sea electoral o de otro tipo, difícilmente ayudará a mejorarlas. A la opción de la Administración Trump por la confrontación, Europa debe oponer una mirada propia a partir de su diagnóstico, objetivos y expectativas. Aunque ello, en el momento presente, visibilice claras e importantes contradicciones en el agrietado poder de Occidente.
Una reafirmación estrictamente europea debiera acompañarse de dos ideas de principio. Primera, respetar el derecho de otros a conformar un modelo diferente y singular. El rechazo de plano del PCCh a la homologación pura y dura con nuestro modelo liberal, con sus bondades y déficits ya sea en lo económico o en lo político, responde a una trayectoria de larga data que no solo deviene de su marco ideológico fundacional sino también de su peculiar marco cultural civilizatorio. Cierto que lo que se dan en llamar las “singularidades chinas” no debe ser una excusa para rechazar una hipotética evolución pero sus contenidos y tiempos no podrán ser decididos por terceros o recurriendo a la fuerza. Cualquier empeño en este sentido solo puede conducir al conflicto y, probablemente, al fracaso. La china y la europea son dos grandes culturas que no pueden anularse sino complementarse en un proceso de diálogo permanente y de asimilación de las influencias mutuas, incluso en materia de principios y valores.
Segunda, con una China de estas dimensiones y en esta hora, intentar hacer valer una hipotética fuerza o peso económico para lograr su reorientación carece de sentido. La mera imposición que ambiciona la estrategia estadounidense, dadas las circunstancias actuales de cada cual, no funcionará; por el contrario, argumentará en el PCCh la necesidad de extremar el blindaje y dificultará cualquier influencia sustancial. Por el contrario, una política perseverante en el diálogo y en la negociación puede obtener mejores resultados, siempre enfocados desde el realismo, es decir, desde la convicción de que el suyo es un proceso cuyo desenlace requiere tiempo y no está escrito.
Las declaraciones de Borrell son muy oportunas. Primero, porque apuntan a la necesidad de reivindicar más Europa, también en materia de política exterior. Esto es esencial para disponer de capacidad para coordinar e integrar posiciones pero también para que China cuente con interlocutores empáticos. No es extraño que Beijing optara por primar diálogos bilaterales o subregionales cuando la UE, como tal, abdicaba de esa autonomía estratégica, primando el qué dirán en Washington donde, por otra parte, se prescinde de su opinión. Una Europa más europea tendrá mejor eco en China.
Segundo, porque explicita una orientación propia sin que ello deba interpretarse en modo alguno como expresión de debilidad o sumisión a los intereses de China. Por el contrario, si bien habrá aspectos en los que puede haber coincidencias tampoco faltarán las discrepancias. Y no menores. Y habrá que convivir con ellas. Todos. Si Bruselas puede estar más cerca de Beijing a la hora de defender el multilateralismo y condenar el proteccionismo, ello no quiere decir que deba prescindir de su propio punto de vista a propósito de temas delicados de la agenda china y defenderlo, como dijo Borrell, “a su manera”.
Repensar la relación con China tras la pandemia exigirá multiplicar el diálogo general y sectorial, evitando apriorismos y prejuicios y también sin ingenuidad. Esto es válido tanto para Huawei como para las inversiones. Sobre las de China en Europa, tantas veces tildadas de amenazantes a pesar de su relativa reducida cuantía, se han conformado muchos tópicos que no siempre responden a la realidad. Es mal principio la discriminación en función del lugar de origen (ya sea bienes, tecnología o recursos financieros) y se debieran obtener garantías y reciprocidades suficientes a través del diálogo. Las grandes empresas europeas han obtenido grandes beneficios en China en las últimas décadas. Ahora, con la pandemia y sus efectos económicos y sociales, aprovechar el momento exigirá más diálogo y comprensión estratégica dejando a salvo los intereses básicos de cada parte.
A la UE no puede interesarle la reedición de una nueva guerra fría, aunque esta vez se desarrolle lejos de su territorio. El reconocimiento de la multipolaridad y la defensa del multilateralismo descalificarían cualquier pretensión de hacer lo imposible (como se obstina la Casa Blanca) para evitar el lógico impacto del desarrollo natural de China. La UE debe abogar por habilitar ese hueco que le permita un encaje adecuado asumiendo que será un actor decisivo en las próximas décadas. La actitud expresada por Borrell, marcando distancias con unos y con otros, puede ayudar a la UE a encontrar su propio e importante espacio. Y a resolver de forma no traumática uno de los principales desafíos de nuestro tiempo.