Estados Unidos-China: De la Guerra Fría a la caliente Alfredo Toro Hardy es escritor y diplomático venezolano

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

A medida en que la Guerra Fría entre China y Estados Unidos se hace más definida, mayor es el riesgo de que de ella pueda saltarse a una guerra caliente. La primera posibilidad de que ello ocurriese derivaría  de que alguno de los tantos temas conflictivos puntuales que los enfrentan, escalase a un conflicto a gran escala. La segunda posibilidad, mucho más significativa, radicaría en que alguna de las dos partes se adentrase en la guerra de manera calculada y racional. Con frecuencia los conflictos puntuales se insertan dentro de un calculo preexistente de costos y beneficios en donde la opción de ir a la guerra ya ha sido asumida.

Un enfrentamiento calculado podría a su vez derivar de dos opciones. Una encuadrada dentro de la llamada Trampa de Tucídides. Otra, enmarcada dentro de la denominada Teoría de Transición de Poder. Tal como señala el historiador John Lewis Gaddis: “Tucídides repite ‘el crecimiento en el poder de Atenas y la alarma que ello inspiraba en Esparta hicieron la guerra entre los dos inevitable’. (…) Tucídides insiste en hacernos comprender que el miedo inspirado por el crecimiento de Atenas fue responsable de la Guerra del Peloponeso” (On Grand Strategy, London, Penguin Books, 2019, pp. 59 y 66). 

Desde la Guerra del Peloponeso hace más de dos mil cuatrocientos años el nombre de Tucídides, su gran cronista, es asociado a la siguiente noción: Cuando un Estado en ascenso amenaza la preeminencia de una potencia dominante, ésta tiende a desencadenar una guerra preventiva mientras aún dispone de superioridad militar. De allí el término Trampa de Tucídides. Graham Allison ha identificado dieciséis guerras mayores desde finales del siglo XV, que claramente han caído dentro de este marco (Destined for War, Mariner Books, Boston 2018). No en balde Martin Jacques señala: “El gran peligro no es el ascenso de China sino el cómo Estados Unidos reacciona frente a este ascenso y a su consecuente pérdida de primacía” ( “Can the West’s democracy survive China’s rice to dominance?”, The Economist, June 14, 2018).

Una segunda opción de guerra calculada derivaría de la Teoría de la Transición de Poder. Esta fue desarrollada por A.F. K. Organsky y luego expandida por otros autores como Douglas Lemke. Dicha teoría busca explicar las tendencias que han signado las guerras en los últimos quinientos años. De acuerdo a la misma es la potencia más débil, y no la más fuerte, la que suele iniciar un conflicto bélico. Poderes ascendentes insatisfechos con el statu quo son, bajo esta óptica, los más proclives a iniciar hostilidades. De acuerdo a esta perspectiva sería China, y no Estados Unidos, quien se sentiría más tentado a desatar una guerra. Esto coincidiría, por lo demás, con la doctrina militar China, la cual valora altamente las ventajas de un ataque sorpresivo cuando la adecuada configuración de factores se materializa.

Así las cosas, bajo la primera aproximación sería Estados Unidos el candidato natural a desencadenar un conflicto bélico, mientras que en virtud de la segunda lo sería China. Fuese como fuese el salto a la guerra caliente, lo que realmente importaría sería la manera en que esta se desarrollaría. Aquí entran en consideración dos factores: amplitud y duración. Es decir, cuantos beligerantes se involucran en el conflicto y cuanto duraría este. El escenario más benigno (o menos destructivo) en términos de amplitud, sería el de una confrontación circunscrita a sus dos participantes originales: Estados Unidos y China. Las alianzas tienden a complicar las cosas, introduciendo agendas y agravios adicionales. El peor escenario, bajo esta perspectiva, sería el de una alianza militar entre China y Rusia. Ello por tres razones. Primero, la condición de superpotencia nuclear de Rusia podría incrementar el riesgo de escalada a ese nivel. Segundo, porque Moscú tiene una larga lista de agravios en contra de Occidente desde el colapso de la Unión Soviética, así como el deseo de proveerse de un esfera de influencia propia. Tercero, porque el involucramiento de Rusia desencadenaría a su vez el de la OTAN.  

La duración de la contienda podría asumir diversas variables. El menos malo de los escenarios sería el de una guerra corta seguida por la firma de un tratado que definiese reglas mutuamente convenidas. El peor escenario sería el de una guerra larga o, alternativamente, el de un estado de beligerancia no resuelto que desatará conflictos armados periódicos. De acuerdo a la Teoría de Transición de Poder, los lapsos de predominio hegemónico suelen durar entre 60 y 90 años, mientras que los conflictos que conducen a una reconfiguración del poder hegemónico suelen durar aproximadamente 20 años. Los dos capítulos de la larga guerra que tuvo lugar entre 1914 y 1945, en la cual Alemania intentó posicionarse como la potencia europea predominante, ejemplifican este tipo de conflicto. Bajo esta óptica, la peor opción sería el que China y Estados Unidos se enfrascaran en un enfrentamiento continuo o de emergencia periódica de larga duración.

Ojalá que el salto de la Guerra Fría a la guerra caliente nunca se produzca, sin embargo al mundo le espera a no dudarlo una montaña rusa cargada de sobresaltos.