La anexión de Corea del Norte a China: una idea de graves consecuencias Rosa María Rodrigo Calvo, Licenciada en Estudios de Asia oriental y Máster en China contemporánea y Relaciones Internacionales

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

A lo largo de estas últimas semanas están apareciendo en medios especializados muchas murmuraciones relacionadas con Corea del Norte (República Popular Democrática de Corea, RPDC), sobre el estado de salud de su Líder Supremo, Kim Jong Un y la problemática sobre la continuación de su dinastía en el caso de su fallecimiento, a pesar de su todavía juventud. Pero también se ha establecido un intenso debate tras una insólita propuesta expuesta por Fyodor Tertitskiy, investigador principal en la Universidad Kookmin de Seúl, publicada recientemente en NK News, relacionada con la posible absorción de la RPDC por China (República Popular China, RPCh) como estrategia para reducir la amenaza de Pyongyang y, potencialmente, mejorar los derechos humanos.

En otras ocasiones se han sugerido otras muchas estrategias para tratar con Corea del Norte, como la aplicación de sanciones o incluso un ataque militar o apoyar un golpe de estado en Pyongyang. Sin embargo, la mencionada propuesta ha suscitado una cierta controversia. Tertitskiy considera que una solución al problema norcoreano pudiera ser la de entregar Corea del Norte a China. En otras palabras, las partes interesadas acordarían una estrategia conjunta de utilizar todos los medios diplomáticos y económicos posibles para obligar a la RPDC a firmar un acuerdo que efectivamente lo despojaría de la mayor parte de su soberanía y lo convertiría en un estado cliente de Beijing.

Por supuesto, toda idea es importante analizarla por si pudiera aportar la solución a un problema que, en este caso, se encuentra enquistado desde hace décadas. Sin embargo, esta idea choca con la actitud que ha mostrado China en la historia reciente de su diplomacia en el ámbito internacional que es el resultado de su política de no interferencia en los asuntos internos de los demás países y que sigue siendo el núcleo de la filosofía diplomática de la RPCh. Tras la divulgación inicial del programa de uranio altamente enriquecido de Corea del Norte en octubre de 2002, Beijing se involucró en un papel mediador inusualmente proactivo, para evitar que el enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos (EEUU) y la RPDC se descontrolara, aplicando la fórmula qiutong cunyi, que buscaba puntos en común al tiempo que preservaba las diferencias en una negociación para obtener el mejor acuerdo posible. Con un profundo conocimiento de la historia, la situación de la RPDC y la crisis nuclear, China asumió implícitamente la responsabilidad como mediador de facto con el objetivo principal de evitar que el conflicto se intensificara. China nunca ha esperado una solución rápida y fluida del conflicto; y su estrategia de mediación se ha dirigido en gran medida a los esfuerzos incrementales subyacentes, pidiendo autocontrol y, siempre que fuera posible, utilizó su influencia sobre ambos países para mantener el proceso bajo control

China parece que podría ser un modelo a emular por los líderes norcoreanos y, además, a primera vista, la élite de Pyongyang se beneficiaría enormemente de que Beijing financiara su desarrollo y los protegiera de ser absorbidos por Corea del Sur. Sin embargo, la familia gobernante Kim ha utilizado la estrategia de mantener cerca a sus benefactores de Beijing, pero lo suficientemente lejos como para no invitar a interferencias no deseadas. Desde cierto punto de vista, la RPDC parece tener todas las características de un estado satelital chino, pero nada más lejos. Durante mucho tiempo ha distraído e irritado al principal rival de China, Estados Unidos, y depende en gran medida del Reino del Centro para su supervivencia económica, pero China no es y nunca ha sido el maestro de marionetas de Corea del Norte. Este país no desea interferencias, tiene como ideología oficial del estado la doctrina Juche, basada en la autosuficiencia del régimen, que penetra en todos los aspectos de la vida de Corea del Norte y se encuentra firmemente arraigada en los ideales de sostenibilidad y falta de dependencia.

La llegada de Kim Jong Un al poder supuso un incremento en la carrera armamentística y en el desarrollo de su programa nuclear como instrumento de presión en las negociaciones con la comunidad internacional del país, aumentando de manera muy evidente el número de ensayos nucleares y de misiles a lo largo de los años 2016 y 2017. Esta actitud tuvo como consecuencia que Beijing, normalmente bastante tolerante con Pyongyang, en un momento tomó la decisión de implementar y apoyar las sanciones más duras impuestas por la ONU para forzar al desmantelamiento del programa nuclear. Esta campaña de “máxima presión“ contra Corea del Norte previene el desarrollo económico del país, pilar para la implementación de la política Byungjin o de desarrollo paralelo, tanto militar como económico, fundamental para la legitimación de Kim Jong Un en el poder. Esto llevó a que Pyongyang suavizara su actitud y convocó una moratoria en las pruebas nucleares y de misiles.

Las relaciones entre EEUU y la RPDC mejoraron desde entonces, y se organizaron una serie de cumbres entre ambos países acompañadas de gestos obligatorios de amistad cordial, aunque con escasos resultados. Beijing ha proseguido con su labor de apoyo a Pyongyang, pero Kim Jong Un, ante el fracaso de las negociaciones, sigue haciendo alardes de su independencia de China y de los EEUU. En estos últimos meses ha vuelto a diseñar pruebas de misiles principalmente para provocar a Washington, aunque también tiene la intención de molestar a Beijing. La política interna de Corea del Norte busca obligar a los estadounidenses a negociar con ellos y que su país sea respetado como un igual, en una estrategia constante con períodos de confrontación seguidos de otros de negociación que Pyongyang ha jugado, durante muchas décadas y bajo tres líderes sucesivos, no solo frente a EEUU, sino también frente a China e interviniendo en el equilibrio entre Pekín y Moscú.

La solución propuesta por Tertitskiy de facilitar una fuerte intervención de Beijing considero que exacerbaría en lugar de resolver las tensiones subyacentes en la península coreana. Kim Jong Un, por supuesto, haría todo lo posible para evitar que este escenario pudiera suceder ya que él es el líder de Corea del Norte y en absoluto estaría dispuesto a perder poder sobre su país. Semejante acción sería, además, algo ilegal ya que Corea del Norte es miembro de las Naciones Unidas. Como indica Wang Song-taek, el artículo 2, cláusula 1 de la Carta de las Naciones Unidas afirma que la organización se basa en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros. La cláusula 4 establece que la amenaza o el uso de la fuerza contra un estado miembro está prohibido. La cláusula 7 dice que las Naciones Unidas no tienen derecho a intervenir en los asuntos internos de una nación miembro. Esa solución implicaría que la comunidad internacional ignorara la soberanía de Corea del Norte, lo cual es algo  contrario al derecho internacional y no puede ser legitimada. Sin legitimidad, obtener apoyo y cooperación del resto del mundo sería extremadamente difícil. Además, como ya hemos dicho, el principio de no injerencia en los asuntos de otros países es base de la política exterior de China, sería una acción completamente en desacuerdo con sus principios, además de una arbitrariedad despótica perpetrada por muchos países, como ya se hizo en el pasado.

La propuesta de que China anexionara a Corea del Norte y fuera despojada de su soberanía sería indignante para el país, pero también resultaría provocativa para el Sur que sigue considerando la reconciliación y posterior unión de la península de Corea como una idea a alcanzar en el futuro. Pyongyang, obviamente, no respondería  obedientemente, sino que  Kim Jong Un resistiría y se enfrentaría a cualquier implementación contundente de la solución de China con una acción militar. No hay que olvidar que Corea del Norte está considerada como un país nuclear de facto y, las consecuencias de una intervención militar, serían  catastróficas ya que se podría activar la respuesta nuclear, con un resultado final imposible de predecir ya que una guerra de semejantes características, podría generar un colapso en el equilibrio del orden regional e incluso internacional. En ese sentido, Washington no apoyaría dicha intervención ya que amenazaría directamente los intereses militares de los Estados Unidos y su papel como hegemón, que poco a poco y debido a su salida de diferentes acuerdos multilaterales y a sus actuaciones a nivel internacional, se va debilitando.

China no controla Corea del Norte, pero las cosas podrían cambiar si ocurriera una grave crisis o una implosión del país, la desintegración de la máquina de estado normal y el caos. Una grave crisis interna en Corea del Norte facilitaría la justificación del envío de fuerzas de liberación o de ayuda chinas, para evitar un mayor desastre, con ingentes olas de refugiados penetrando en China y la posibilidad de que las armas de destrucción masiva cayeran en manos equivocadas, como grupos terroristas. Se podría pensar que es imposible, pero se darían las circunstancias en que las ventajas de capitular en silencio ante el Reino del Centro  superarían las ventajas de mantener la independencia. La humillación de arrodillarse ante Beijing conlleva muchos menos riesgos para Corea del Norte que rendirse al Sur.

La idea de la anexión de Corea del Norte por China se presentó bajo la premisa de que todos los demás esfuerzos han resultado infructuosos. Sin embargo, hay que considerar que, hasta ahora, ha habido una nula flexibilidad en las posturas de las partes, a pesar de que en algunos momentos ha existido el espejismo de la obtención de resultados. Washington exige la desnuclearización completa, verificable e irreversible (CVID por sus siglas en inglés) algo que Corea del Norte no está dispuesta a aceptar ya que considera su programa nuclear como fundamental para la estrategia disuasoria y la legitimación del régimen. A pesar de que China y otros países como Rusia o Corea del Sur consideran que la mejor solución es que el proceso de desnuclearización sea llevado de una manera paulatina, concesión por concesión, de manera que genere un aumento de confianza entre las partes para conseguir una disminución en el dilema de seguridad de Pyongyang. Diferentes enfoques hacen que las conversaciones entre las partes queden bloqueadas al no llegar a ningún tipo de acuerdo, debido a que Washington no cede ante posiciones intermedias por lo que es imposible obtener concesiones.

Es importante, pues, poner el foco de atención en que la falta de resultados no es sino la muestra de una diplomacia fallida, es decir, una en la que el diálogo entre las partes y las negociaciones no se llevan a cabo, fracasando una y otra vez debido a la posición inamovible de las partes, aunque aparentemente sí se organicen reuniones en mediáticas cumbres. Ante ello, la sugerencia de una anexión de Corea del Norte por parte de China como la mejor solución al problema norcoreano debido a la falta de resultados se muestra completamente fuera de lugar, ya que, además de ilegal, podría desembocar en una catástrofe de límites insospechados. No hay que precipitarse ni dar pasos en falso, ya que si no hay diálogo, no hay diplomacia y, si no hay diplomacia, no hay resolución de conflictos. La continuación del trabajo diplomático por parte de China como mediador para conseguir la transición desde el conflicto a su resolución es un complicado papel, en este momento mermado por su confrontación con la administración Trump, y con el que debe navegar entre las dos partes, intentando influir sin interferir. Una mediación multilateral entre los países más afectados por el problema norcoreano también podría ayudar. Ésta, y no la anexión en contra de todos los principios básicos, es la mejor aproximación que se puede plantear y en la que, con mucha visión, paciencia y flexibilidad, es necesario seguir trabajando.