La Unión Europa y China comparten puntos de vista similares respecto a numerosos temas relevantes de la agenda global, pero también existen recelos entre ambas. La visión de la globalización o la defensa del multilateralismo, la actitud en torno a los Acuerdos de París o hacia el pacto nuclear con Irán, también sus posiciones en relación a la cuestión palestino-israelí, entre otros, trazan un claro mapa que nos habla de sintonías significativas que a su vez distancian a ambos actores de otro socio vital, los EEUU de Donald Trump.
Los recelos de la UE hacia China tienen dos frentes principales. De una parte, en lo económico, le urge establecer un nuevo marco de juego que preserve el equilibrio y la reciprocidad en las relaciones bilaterales. De otra, en lo político, le inquieta que el rechazo chino a la democracia liberal derive en una nueva confrontación ideológica y política que nos retrotraiga a tiempos pasados. En medio, la queja por el presunto doble lenguaje de quien a un tiempo dice comprometerse con la unidad europea y a la vez desarrolla políticas de signo bilateral o subregional que debilitan su consistencia. El primer ministro Li Keqiang, de visita de nuevo en Europa, escenificará esa dualidad que Bruselas mira de reojo con una escala adicional en Dubrovnik donde se reunirá con 16 estados de Europa central y oriental.
Pensando sobre todo en China, la UE aprobó nuevas regulaciones para tamizar las inversiones extranjeras en sectores estratégicos. Beijing respondió con una nueva normativa en este aspecto más liberalizadora y que, entre otros, proscribe la transferencia forzada de tecnología. Europa debe observar ahora su desarrollo y analizarlo en función de sus intereses.
Inmersa en su guerra comercial y estratégica con EEUU, a China no le interesa abrir con la UE otro frente de discordia. Por el contrario, hará los sacrificios necesarios para mitigar las contradicciones que les tensionan agriando, de paso, las diferencias con Washington. Es esta una oportunidad para actualizar de forma ventajosa los códigos de la relación.
En dicho proceso, también la UE debe multiplicar sus esfuerzos internos para conjugar los diferentes intereses que coexisten en su seno. La Europa del norte, cicatera en extremo durante los años de la crisis, no puede pretender ahora también que la Europa del sur o del este sacrifique sus expectativas en aras de los suyos. El propio Jean-Claude Juncker reconocía en enero la enorme falta de solidaridad manifestada con Grecia, sometida a implacables e humillantes recortes. De los denostados PIGS, solo España se ha desentendido por el momento de suscribir el memorándum sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta que, sin embargo, en los países del sur puede contribuir a equilibrar su papel con los puertos del norte de Europa, hasta ahora centrales en el comercio continental.
La complementariedad define la relación de algunas economías europeas en relación a China mientras que, en otras, como las del norte de Europa, la concurrencia con empresas chinas en sectores importantes es mucho mayor. Por ello, Europa debe hacer un esfuerzo de integración de sus respectivos y diversificados intereses para establecer una relación equilibrada no solo con China, también en su espacio interno. De lo contrario, tras la crisis de las deudas soberanas, algunos países pueden verse abocados a un segundo agravio. Los países del sur harán bien en seguir de cerca el proceso que se avecina de control de la inversión extranjera y hacer valer sus intereses no con la finalidad de sustituir socios sino para integrar los nuevos en su relación económica.
En otro orden, Europa y China, mirándose a los ojos, pueden establecer relaciones de cooperación complementarias respecto a las que ambos mantienen con EEUU, inmerso actualmente en una dinámica de aislamiento y presiones sobre las capitales continentales y de todo el mundo para poner coto al incremento de una influencia china que amenaza su condición hegemónica. Y Europa debe optimizar sus alianzas con el firme propósito de reafirmar su autonomía en el orden global, una voluntad imprescindible para preservar su identidad y autoridad.
Ya hablemos en términos de PIB, de comercio o de inversiones, la UE es un actor internacional relevante. Es importante que dicha realidad se complemente con una posición clara y unida a propósito de su posicionamiento geoestratégico. Cierto que el momento quizá no sea el mejor, con asuntos sin resolver como el Brexit o la crisis de los refugiados, entre otros muchos, pero es el que nos ha tocado. En relación a China, eso significa implementar un afán constructivo que abogue por la cooperación sin renunciar a los principios. Esto atañe especialmente a la persistencia y elevación del listón en materia, por ejemplo, de derechos humanos, cuya relativa marginalidad ha derivado en un claro empeoramiento de su observación en la China de Xi Jinping.
Por último, más allá de la controversia entre anuncios, cuantías e incumplimientos, haría bien China en moderar su afán inversor en el exterior; esto no solo desactivaría temores, en muchos casos infundados, sino que le permitiría destinar importantes recursos a satisfacer las no menos significativas necesidades domésticas que acucian aún a buena parte de su ingente población.